Un escalofrío sobrenatural estremeció al mundo aquel 11 de septiembre de 2001. Un día antes, un argentino subía a una de las Torres Gemelas y dominaba en lo alto un vasto cielo sin nubes. Lo que sigue es historia conocida, y también el final de un período de la historia, pues después de ese atentado nada fue igual. El artista Mariano Molina era ese argentino que parecía estar parado donde la Tierra había detenido su rotación. Instantes después, cientos o miles de personas fueron tomadas por asalto por una catástrofe bíblica y se movían por las calles de Manhattan sin ton ni son. Para Molina, esa fue su primera epifanía con el concepto y la realidad de la “multitud”, tener conciencia de una masa humana.
De regreso a nuestro país faltaron pocos días para otra catástrofe de índole social, económica y política en diciembre de 2001, la huida del presidente en helicóptero, el trueno de la turbamulta irrumpiendo en los bancos amurallados de un día a otro, los saqueos a supermercados y un desbarajuste institucional alarmante. A grandes rasgos, estos dos acontecimientos serían los disparadores que activaron el interés de Molina por las multitudes que luego se expandieron a marchas, recitales, fiestas, celebraciones, estadios de fútbol, canchas de tenis y cualquier tipo de grandes reuniones o movilizaciones.
En un juego de palabras que es habitual en sus series, Focus group se titula la exposición de Molina en el Paseo de las Artes del Palacio Duhau, que abarca un largo período desde 2013 hasta 2025. Uno de sus grandes temas (por no decir la piedra angular) es el foco entre el individuo y la multitud, distinguir a la persona de la masa. Sería el ejercicio equivalente a ver la foto de la fiesta de cumpleaños o casamiento y buscarnos a nosotros –y no al homenajeado–, o cuando la madre rastrea al hijo en el tumulto de la entrega de diplomas.
A partir de esta idea rectora de masa/individuo Molina construye variaciones pictóricas (aunque también escultórica, como lo demuestran los dos objeto-libros presentes), que van desde la austeridad de la figura recortada sobre fondo, hasta estallido de color con el homenaje a Jackson Pollock y su dripping (chorreado de pintura).
A partir de fotografías tomadas por él mismo, hombres y mujeres se convierten en manchones ubicados en un espacio pictórico, levitan livianos como pájaros en círculos, o simulan ser notas musicales en un pentagrama. La técnica del aerógrafo le permite crear sombras irreales que parecen independizarse de las figuras que deberían acompañar.
En otra obra las personas permanecen en la celda de un arco iris, exhiben poses típicas de una urbe: mujeres llevando bolsas de compras o custodiando sus carteras, hombres cargando paquetes, esperando cruzar la calle; hay chuecos, patizambos y derechos. Las que Molina denomina Ruleta I y Ruleta II son las pinturas más austeras, cada una consta de un círculo con siete personas vistas desde lo alto, con detalles imperdibles, como las ojotas negras de un hombre; el gran círculo que contiene a los protagonistas flotando y el blanco abundante de fondo recuerdan a la caligrafía japonesa del ensō que se usa en el budismo zen para aludir al vacío.
Hay alusiones al origen del universo según las teorías de la física cuántica en la obra Big Bang, desde el centro a los costados parecen expandirse las figuras, que ni siquiera son tales, sino sus sombras; y para resaltar la condición de pintura Molina distribuye círculos rojos sobre la tela, y no cuesta imaginar un francotirador apuntando con su láser a una posible víctima. El dripping que aplica en otras obras, no es la exageración gestual que usaba Pollock sino una compleja técnica creada por el mismo artista, que alude a un caos controlado.
Frente a estas pinturas, Molina nos recuerda la condición humana de ser únicos y a la vez parte de un conglomerado infinito, parece decirnos que el anonimato puede ser una humillación o un privilegio.
En este sentido, resulta interesante rescatar cómo algunos artistas trabajaron temas semejantes. Mientras Giorgio De Chirico pintaba sus maniquíes sin rostros, como una forma de referirse al Urmensch, al hombre primordial, sin tiempo ni espacio; en los Estados Unidos, George Segal ignoraba a las estrellas del cine que amaban los artistas del pop y prefería hacer esculturas blancas de yeso a tamaño real de gente cercana a él, que paradójicamente perdían su identidad para convertirse en un don nadie.
El británico Anthony Gormley hizo miles de pequeños humanoides de arcilla que atestaban la sala de exhibición con su instalación Field for the British Isles (1993) basado en la hipótesis de que toda la población del mundo podría estar en la Isla de Wight, hombro con hombro. Nuestro compatriota Víctor Grippo creó unos cilindros blancos de yeso con cabezas a medio terminar, como humanos formándose en manos de un artesano invisible, a los que llamó Anónimos (1998-2001). Estos artistas, como lo hace Molina, ponen en tensión la trampa del ego: creernos únicos cuando somos uno más del montón.
Focus Group, de Mariano Molina, se puede visitar hasta el 4 de mayo en el Paseo de las Artes Duhau, Av. Alvear 1661.