Me dispongo a ver “Aquí”, estreno de la plataforma Prime, sorprendido de que una película del póker de ases de “Forrest Gump” (el director Robert Zemeckis, el guionista Eric Roth y los protagonistas, Tom Hanks y Robin Wright) esté pasando tan inadvertida. Quizás sea por el caprichoso mecanismo narrativo; todo lo que suceda será registrado desde un punto de vista específico e inamovible: la vereda opuesta a la mansión de un hijo extramatrimonial de Benjamin Franklin, que a diferencia de su padre no apoya la independencia de las colonias norteamericanas.

En 104 minutos, la dupla Zemeckis-Roth cuenta la historia de ese lugar de Pensilvania, desde los dinosaurios hasta el Covid, mayormente a través de las peripecias de las familias que se irán instalando en la casa de enfrente a la mansión Franklin.

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El equipo de Forrest Gump se vuelve a reunir en el año en que se cumplen 30 años de la película.

Los críticos han señalado que en esta decisión anida el problema de la película: la inmovilidad de la cámara y la ambición temporal de lo que se cuenta (miles de años de evolución humana) hacen que el relato suene artificioso y, en algún punto, superficial. Bien. Pero yo no soy crítico. Y termino de ver “Aquí” con un nudo en la garganta.

Centrado especialmente en la historia de la familia que ocupa la casa entre la posguerra del 45 y el primer tramo del siglo XXI, el filme de Zemeckis parece decirnos que somos también los lugares en los que fuimos felices, sufrimos, crecimos, criamos a nuestros hijos y despedimos a nuestros mayores.

Una confesión: cuando sueño con una casa, casi siempre sueño con la de mi infancia y juventud. Era una segunda planta construida sobre la vivienda de mis tíos, en el terreno que mi abuelo materno, mondonguero, había comprado cuando Pompeya no era otra cosa que “barro y Pampa”, como escribió Homero Manzi en “Sur”. No importa la edad que yo tenga en el sueño ni en qué consista la deriva de mi inconsciente: si el escenario es hogareño y reconocible, será allí.

Cuando vuelvo a Pompeya a ver a mis viejos amigos, no puedo resistir la tentación de detenerme unos segundos en la vereda de enfrente de la que, para mí, sigue siendo “mi” casa. Recuerdo sin esfuerzo los nombres de los antiguos vecinos: a la izquierda, Fina, “el” Antonio y doña Manuela; a la derecha, Higinio y los Geandet. Nombres a los que la nostalgia llena de contenido y anécdotas. Trato de advertir lo que sigue igual, lo que ha cambiado. Deseo, de corazón, que la familia que vive en la casa que levantaron mis padres sea feliz.

La escena final de “Aquí” conmueve por su simplicidad y porque encierra el sentido de la película. Ya viejo, Richard (Hanks) le pide permiso a la vendedora de la casa para entrar unos minutos y llevar a su ex esposa Margaret (Right), quien sufre Alzheimer. En ese momento de conexión íntima con el espacio que los vio vivir, Margaret encuentra en la niebla de su memoria el recuerdo de una cinta azul que su hija había perdido cuarenta años atrás. Y la emoción breve de esa luz justifica el filme, más allá de las críticas negativas y del fracaso comercial.



Fuente Clarin.com

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