“Crees que eres dueño de tu vida pero existe el destino, que viene de la nada sin avisar. El mejor y el peor día de tu vida empiezan de la misma manera”. Sabe muy bien de lo que habla Fernando “Nando” Parrado, que el 13 de octubre de 1972 eligió al azar un asiento en la fila 9 del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que poco más tarde se estrellaría en la cordillera de los Andes: de la fila 9 para atrás, todos murieron en el primer impacto.

La historia es archiconocida y la película “La sociedad de la nieve”, el año pasado, volvió a poner la lupa sobre esa tragedia que se convirtió en epopeya, con la supervivencia de 16 de los 45 pasajeros al cabo de dos meses aislados en la montaña. No importa cuánto tiempo haya pasado. Las lecciones de esos rugbiers adolescentes, enfrentados a situaciones límite como pocas, siguen vigentes, como hoja de ruta en la vida cotidiana.

A lo largo de los años, Nando ha compartido sus aprendizajes. Que son tan universales como las tragedias: así lo entendió él una tarde en que una mujer que asistía a una de sus charlas compartió la propia. “Todos tenemos nuestros Andes”, le dijo Parrado, abrazándola. En la montaña, ha dicho, “había estado pensando en el desastre como un terrible error, como una desviación improvisada de la vida feliz que me habían prometido. Pero ahora empezaba a entender que mi calvario en los Andes no era una interrupción de mi verdadero destino ni una perversión de lo que se suponía que sería mi vida.

Simplemente era mi vida, y el futuro que me esperaba era el único futuro disponible”. Tomó su supervivencia como una segunda oportunidad y se prometió, cada día, ser más humano y estar más vivo. Y asegura estar en paz no a pesar de lo que sufrió, sino gracias a ello.



Fuente Clarin.com

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