En un rincón de Barracas, donde la historia de Buenos Aires se confunde con el presente, una esquina resiste al paso del tiempo. Sobre Vieytes y Luján, a pasos del Riachuelo y del Viejo Puente Pueyrredón, se encuentra El Puentecito, un restaurante con casi 300 años de tradición y sabor.

Allí, donde en el siglo XVIII una pulpería congregaba a gauchos y viajantes, hoy se sirven paellas, rabas y la emblemática tira de asado de más de un metro. Este icónico establecimiento, que desde 1873 funciona como restaurante, fue testigo de los cambios de la ciudad y de la historia política del país.

En 1912, Hipólito Yrigoyen eligió uno de sus balcones para lanzar su candidatura presidencial con un discurso memorable. Años después, Raúl Alfonsín también pasó por este lugar que sigue convocando a porteños y turistas por igual.

Con una clientela variada que incluye hinchas de Independiente y Racing, vecinos del barrio y curiosos que buscan un pedazo de historia viva, El Puentecito mantiene su espíritu intacto.

Además de su cocina, es un pequeño museo viviente: sifones antiguos, aljibes, balanzas de otra época y una curiosa representación de gauchos junto a un fogón decoran sus instalaciones.

Si hay una ley no escrita en Buenos Aires, es que nadie debería pasar por El Puentecito sin probar sus paellas o rabas con una cerveza bien fría.

El emblemático bodegón no es solo un restaurante; es un ícono porteño que celebra su aniversario cada 20 de noviembre con la misma esencia que lo mantuvo en pie por siglos. De hecho, la Legislatura porteña lo declaró “Sitio de Interés Cultural de la Ciudad” en 2019.

El paso por este lugar de grandes personajes de la historia argentina le dieron ese título. Pero, además, hubo un tiempo en el que El Puentecito permanecía abierto las 24 horas. Cuenta la leyenda que en ese momento el lugar fue testigo de cómo se rompió un récord Guinness: un cliente habría pasado más de 30 horas desayunando, almorzando y cenando sin irse a su casa.

Este icónico bodegón transporta a sus comensales a otra época con una ambientación que evoca la esencia más pura de la gastronomía porteña. Cada detalle está meticulosamente cuidado para brindar una experiencia única: las mesas, vestidas con impecables manteles blancos y elegantes cobertores de cuero, se combinan con vajilla de otro siglo y sillas estilo Thonet, un clásico del diseño que refuerza el aire nostálgico del lugar.



Fuente Clarin.com

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