Saltar en paracaídas es como psicoanalizarse. Una frase que no admite viceversa y que pertenece a la escritora y traductora francesa Clara Malraux, en conversación con su compatriota, el escritor Georges Perec, quien había hecho su servicio militar en 1959, en el Regimiento de Paracaidistas al sudoeste de Francia. “El salto en paracaídas” es una intervención de Perec en una reunión de ese mismo año de la revista de debate intelectual Arguments. Intervención traducida por Jorge Fondebrider, en la que Perec, en virtud de sus trece saltos, construye un relato que cada tanto me encuentro casi recetando a mis pacientes.

Perec no acuerda con la frase de Malraux porque argumenta que, frente al vacío, no hay lugar para intelectualismos; que saltar engendra una confianza a toda costa, un optimismo obligatorio, indispensable para negarse a abandonar. Si pudiera conversar con él, le diría: me extraña, Georges, si hay algo que puede dar el psicoanálisis, es esa confianza para saltar.

Hace algunas semanas, hice canopy en el cerro López, en Bariloche. El canopy, para quienes no saben, consiste en un itinerario de cables entre los árboles. Con la ayuda de un arnés, una polea, unos cuantos ganchos de seguridad y un guante para ir frenando, uno se va deslizando sobre el vacío a toda velocidad, de árbol en árbol. O mejor dicho, de plataforma en plataforma: un anillo de madera en altura, alrededor de cada tronco, con un guía que ayuda a saltar o llegar. En este caso fueron once plataformas de las que tuve que lanzarme. Once veces tuve que confiar en el cable, la polea, los ganchos, el guía. Once veces tuve que perder el suelo. Once veces tuve miedo. Mucho miedo. Físico, primitivo. Todas las veces me dije que esa vez lo iba a disfrutar y de alguna manera lo hice, pero al mismo tiempo, no. Once veces tuve la fantasía de que algo iba a sacarme de ahí sin que yo tuviera que claudicar, pero al mismo tiempo, la certeza: saltar. ¿Qué otra cosa se puede hacer en una superficie de un metro cuadrado, en medio de una montaña, si una está calzada en un arnés enganchado a un cable?

Ahí, Georges, le diría, está el asunto del psicoanálisis. En el instante del medio pie en el abismo en el que deseo y miedo aletean juntos. Es ahí donde el psicoanalista calla porque a esa altura, es fácil saber que la confianza no se funda en tierra firme, sino en esa forma de pisar, medio firme, medio abismo. Lo sabía, pero lo supe ahí, todavía más, con la sospecha de que no estamos hechos a la medida de nuestro propio valor.

Perec me miraría sagaz, con media sonrisa, lógico en él, que supo mejor que nadie que para escribir hay que perder el suelo. En cada historia, en cada frase, se trata de darse a otras formas de sostén, ser capaz de hablar otro idioma: la tensión de la polea, la forma correcta de ubicar las piernas, la presión necesaria del guante sobre el cable para llegar al otro lado con la velocidad justa para ser recibido por otro sin llevárselo puesto.

Natalia Zito es escritora y psicoanalista



Fuente Clarin.com

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