Su turno para morir (1976), el primer libro de Alberto Laiseca, afirma ya esa larga lucha suya con el lenguaje, consigo mismo y con la realidad. En apariencia una novela policial, develaba sus obsesiones: la autoridad, el rechazo a los sindicatos, la disciplina soviética, la sexualidad desaforada, el horror y el sadismo. Después, apadrinado por autores notables de estilos disímiles como Aira, Piglia y Fogwill, publicaría Los Sorias, su obra maestra, mamotreto de 1300 páginas que condensa el universo que pergeñó desde que jugaba con muñequitos de papel a escondidas de su padre.

Su nombre se ha ganado un lugar en el canon argentino pese a que su literatura sigue resultando un desafío para nada condescendiente, alejado de toda corrección política. Desde su muerte, el 22 de diciembre de 2016, cinco de sus discípulos más cercanos, quienes asistían a sus míticos talleres y lo acompañaron hasta el último de sus días, emprendieron la tarea de escudriñar sus zonas oscuras uniéndose en una sola voz.

Así nace Laiseca, el Maestro. Un retrato íntimo, de cinco plumas fusionadas alrededor del fuego de Lai: Sebastián Pandolfelli, Selva Almada, Natalia Rodríguez Simón, Rusi Millán Pastori y Guillermo Naveira decidieron dejar atrás sus estilos para darle vida a un otro que bautizaron Chanchín, tal como los apodaba su viejo maestro.

“Yo tuve mucho miedo a vivir, tanto que un día llegué a la conclusión de que me iba a morir de miedo, joven. Entonces me dije que mejor era morirme tratando de vencer día a día al miedo, haciendo una obra”, dice la voz de Lai. Ese miedo lo llevaría a mandarle una carta al presidente Lyndon B. Johnson para alistarse en la guerra de Vietnam. Obsesión que nunca perdería: su última novela, La puerta del viento, está ambientada en dicho conflicto.

Mediante diálogos, anécdotas y escenas, Chanchín novela una vida que se vuelve imposible escindir de su obra. Va y viene del pasado al presente. Desde el niño que escuchaba cuentos de terror en casa de unas viejas que vivían cerca y disfrutaba de asustarse, hasta el joven que dejó la carrera de Ingeniería para venir a Buenos Aires y convertirse en escritor. Se cuenta su vínculo con la bohemia beat de los años 60 y cómo conoció a personajes como Marcelo Fox, de quien nunca dejó de recomendar su novela Invitación a la masacre, e Ithacar Jalí, a quien siempre reconoció como un maestro espiritual.

Las aventuras de Lai se leen a ritmo vertiginoso, a la vez que hay momentos para la emoción y la contemplación: su vínculo con el esoterismo, las mujeres que lo acompañaron y educaron, sus días finales en el geriátrico donde seguía incentivando a sus alumnos, los “chanchines”, a que escribieran. Su responso en la Biblioteca Nacional fue el último ritual en donde todos, fumadores y no fumadores, pitaron un cigarrillo en su honor. Al repasar el perfil de un escritor, una pregunta se vuelve inevitable: ¿Tiene sentido, más allá de la curiosidad morbosa, conocer detalles de la intimidad de un artista?

En Lai, vida y obra se fundieron de manera tal, que fragmentos de sus novelas permiten reconstruir ciertas vivencias. Aquel que desee escribir se conmoverá con la narración de su juventud. Y el curioso por la bohemia porteña verá que su biografía es un prisma a través del cual se entrecruzan Fernando Noy con Renée “la Negra” Cuellar o el poeta Reynaldo Mariani. La escritura colectiva fue la mejor manera de narrar una vida que encierra tantas otras.

Chanchín. Laiseca, el maestro, AA.VV.Literatura Random House, 192 págs.



Fuente Clarin.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *