Estoy en contacto con siete de mis ex, así que no me sorprendió que mi segundo marido me llamara y me propusiera vernos para beber.
Lo que me sorprendió fue el motivo:
Su novia, que vivía con él desde hacía tiempo, le acababa de decir que llevaba más de un año saliendo con otro y que se mudaría con él.
“Entonces”, dije riendo,
“¿eso significa que te gustó cómo manejé las cosas cuando descubrí que te acostabas con aquella modelo de pasarela?”.
Nos separamos hace 11 años, después de 11 años juntos.
La aventura con la modelo de pasarela se inició durante el décimo año.
que te engañen no solo te hace sentirte poco atractiva, sino también estúpida.
Cuando recibí la noticia, monté en cólera, lloré y lo hice dormir en el suelo… lo habitual.
Además, le arranqué de la cabeza su costoso sombrero de piel de cordero cuando estábamos en una concurrida esquina y lo arrojé a la vereda.
Tal vez lo que cuento lo haga parecer un canalla, pero no lo es.
Antes de eso, cuando caí gravemente enferma, me cuidó con devoción.
Es ingenioso, tierno, un gran cocinero y agradable a la vista.
Gracias a él conocí los últimos cuartetos de Beethoven y las películas de Tarkovsky.
Me enseñó a reconocer un buen vino, a sujetar la copa por el tallo y a quitar el brote verde del centro del diente de ajo para que no te cause molestias.
Ahora puedo apreciar todo eso porque el drama, la angustia y los años en los que no contestaba sus llamadas son cosa del pasado.
Nueve años menor que yo, ahora es más un hermano pequeño errático que un ex marido.
La gente me pregunta por qué seguimos en contacto y cómo pude perdonarlo.
Poco después de separarnos, salió de la habitación de hotel donde él y la modelo estaban encerrados y me dejó un mensaje lloroso diciendo que se sentía desgraciado y que nunca amaría a nadie tanto como me había amado a mí.
Una noche, ya tarde, cuando su romance había llegado a su fin, la modelo también me dejó un mensaje de voz lloroso diciendo:
“Yo no era nada para él. Cuando estaba conmigo, siempre pensaba en ti”.
Esas cosas facilitaron el perdón; vivir bien es el mejor remedio, sin lugar a dudas.
Perdonar, al igual que levantar pesas, se vuelve más fácil cuantas más repeticiones hagas.
Pero aparte de desarrollar los músculos del perdón, hay otras razones para mantener el contacto.
Amaba a mis ex entonces y los amo ahora, solo que de forma diferente.
Siguen teniendo las cualidades que me gustaron desde el principio.
La mayoría piensa que soy hermosa y todos se ríen con mis bromas.
Cuando estaba recién separada, todavía muy enferma y no en condiciones de empezar una nueva relación, me prodigaron un afecto teñido de romanticismo, pero sin las complicaciones de una relación real.
Estoy agradecida con todos ellos.
¿Por qué iba a expulsarlos de mi vida?
Si es cierto que no puedes hacer nuevos viejos amigos, encontrar nuevos viejos amantes es aún más difícil.
En el camino, he establecido algunas reglas.
Cuando estás saliendo con alguien, es de buena educación poner en pausa las relaciones con los ex o al menos no comunicarse tan seguido.
No hables de sexo con un ex, especialmente del sexo que hayas tenido desde que se separaron, y desde luego no hablen del sexo que tuvieron entre ustedes.
Años después de que terminó la turbulencia conyugal, la modelo y yo nos reunimos.
Ella se había divorciado cuatro veces (“Conozco a los hombres. He tenido más de cien parejas”, comentó).
Cuatro divorcios son el doble de los que yo he tenido, pero mientras yo me avergüenzo de haber fracasado repetidamente en el matrimonio, ella estaba orgullosa de que tantos hombres hubieran elegido casarse con ella.
“Hablo con todos mis maridos, excepto con el tercero porque intentó matarme”, mencionó.
Esto validó mi decisión de seguir en contacto con mis hombres de antaño y de buen corazón, ninguno de los cuales ha hecho nunca nada siquiera parecido a atentar contra mi vida.
hablo semanalmente con el de la universidad.
A otro lo veo en una reunión mensual de cocteles por Zoom.
El chico con el que tuve una relación casta en la preparatoria y el que me rompió el corazón cuando tenía treinta y tantos años viven en la misma ciudad, y los veo a ellos y a sus esposas cuando voy allí a visitar a mi familia.
Hay otro al que todavía puedo llevar al borde del éxtasis cuando viene a mi casa.
Ahora lo hago leyendo en voz alta fragmentos de Tolstói, Chéjov o Bábel en su versión original.
Soy traductora de ruso, y en nuestra primera cita nos unió el amor por la literatura rusa.
A continuación, hago una traducción a la vista en inglés, y luego leemos otras traducciones y las comparamos.
“Nunca podré hacer esto con nadie más”, dijo entre lágrimas cuando rompió conmigo, señalando mis estantes de libros rusos.
Parece que tenía razón en eso porque, cuando se calmaron las aguas, revivimos nuestro pequeño club de lectura.
Mi amor más reciente y yo aún estamos buscando nuestro equilibrio platónico.
Como es vocalista profesional, me cantó canciones melancólicas por FaceTime durante meses después del rompimiento, y yo lo escuchaba con lágrimas rodando por mis mejillas.
Me reuní con mi segundo ex marido, antes mujeriego y ahora cornudo, en su bar favorito, el Café Luxembourg, en el Upper West Side.
Lo mantuve durante 11 años mientras él estudiaba un posgrado en filosofía, y desde entonces le he dejado claro que nunca jamás volveré a pagarle una cuenta, ni siquiera la de una taza barata de café.
El Café Lux es caro, y aunque hace tiempo cambió a Platón y Heidegger por una carrera inmobiliaria, últimamente ha tenido pocas ventas.
No obstante, frecuenta lugares costosos en busca, según él, de clientes ricos.
En la barra, pidió probar algunos vinos, y apareció una hilera de botellas.
Mientras olfateaba, aireaba, sorbía y seleccionaba, recordé que, durante nuestro matrimonio, solía defender la idea de ordenar el vino por botella, no por copeo.
“Son solo cinco copas, y así es mucho menos caro que pedirlas de una en una”, decía en tono urgente, como si experimentara un caso de frugalidad repentina.
Esa línea argumentativa siempre me enfrentaba a un dilema:
si él pedía una botella y yo bebía un poco, eso reduciría su consumo, lo cual era positivo.
Por otro lado, convertirme en su compañera de borracheras podría ser peor a la larga.
Ahora ya no tenía por qué preocuparme por resolver el dilema de la botella de vino.
Y el alivio que eso me producía era toda la embriaguez que necesitaba.
Pedí jugo de arándano con limón.
Me puso al corriente de la situación con su novia.
Ella había conocido al sujeto en un crucero que había tomado con unas amigas, y llevaban un año enviándose mensajes de texto y hablando por FaceTime.
Nuestra conversación se prolongó hasta la hora de cenar.
Varias veces estuvo a punto de preguntarme si tenía hambre, pero se contenía al recordar que él iba a pagar.
Finalmente, pidió el menú. Eché un vistazo a los platillos: confit de pato, mejillones con papas fritas, carne tártara, boloñesa blanca de ternera… y luego pedí sopa de lentejas.
¿Por qué debía ser encajosa?
Al final, no me pidió consejo sobre sus problemas amorosos.
Quizá solo necesitaba contarle sus cosas a alguien de confianza.
¿O se trataba de una nueva y extraña forma de disculparse —lo que ya había hecho numerosas veces— por su antigua transgresión?
Si tan solo su novia lo hubiera engañado años antes, la situación podría haber sido un bálsamo para mis heridas, pero habían pasado milenios de eso y mis heridas se habían curado solas.
No sentía ningún deseo de regodearme, y eso era decepcionante.
No obstante, la velada fue un recordatorio de por qué vale la pena mantener el contacto con tus ex.
Al hacerlo, compruebas que la suerte, Dios o el destino (como quieras llamarlo) no solo tiene un sentido del humor sin igual, sino que también es un maestro artesano, que diseña meticulosamente intrincados patrones de claroscuro que tardan años en volverse visibles.
En este caso, la agradable simetría vino acompañada de un banquete modesto, uno que resultó delicioso y, lo mejor de todo, demasiado caro.
No hay somelier terrenal que pueda igualar los ingeniosos maridajes del destino.
En la entrada, me abrazó durante un buen rato.
Si yo hubiera iniciado el abrazo, estrechándolo entre mis brazos con tanta fuerza que no pudiera apartarse, no lo habría prolongado tanto como lo hizo él.
Pero no me importó, y él aún olía rico.
c.2025 The New York Times Company