“No es pereza, es depresión”, me dice un aviso que me ataca de imprevisto mientras leo un artículo de un diario online. No sé por qué el algoritmo supone que a mí me preocupa la procrastinación. Justo yo, que no duermo si no contesté un mail y pertenezco a la última generación maltratada con el lema “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. ¿Será que Google cree que soy diez años más joven? Que yo sepa, los millennials fueron los primeros en educarse con los lemas “vive, respira y repite” , “el futuro es tuyo “ y “find your passion”, frases que dejan en claro que se les ha concedido todo tiempo del mundo para dar vueltas en torno a su ombligo, aunque ya hayan pasado los 40.

Chistes generacionales aparte, “procrastinación” es una palabra que hasta hace unos años no se usaba mucho en español. Para empezar, es difícil de pronunciar, con esas dos primeras sílabas tan duras en las que las erres suenan tan feo. Y, segundo, poca gente conoce su significado: antes para nombrar a alguien que todo el tiempo estaba poniendo excusas para no hacer una tarea, se decía “indolente”, “vago” . “Procrastinador”, en cambio, le da algo de dignidad al aplazamiento perpetuo; suena como un emperador romano con cosas importantes en las que pensar como para ponerse a hacer algo.

La publicidad me dice que hay distintos tipos de procrastinadores: el soñador que no hace las cosas por miedo a que sus fantasías sean solo eso; el perfeccionista para el que nada está a la altura de sus estándares; el neurótico pasado de rosca que hace demasiadas cosas a la vez; el preocupado que sabe que todo siempre le va a salir mal.

“Descubra su tipo dominante de procrastinador. Haga el test y resuelva su problema”. La base de la propuesta es que la procrastinación consiste en una disfunción emocional. La cantidad de patologías emocionales nuevas que aparecieron es abrumadora. ¿Será que nos enfermamos más o que antes nos pasaban todas estas cosas pero no existían los “life” coaches con plata para gastar en avisos publicitarios?

Conozco algunos procrastinadores profesionales. Yo diría que la mayoría no tiene un problema emocional, más bien un exceso de optimismo: son los que estudian la noche anterior al parcial, los que mandan su solicitud justo el día en que vence la convocatoria, los que creen que a último momento siempre aparecerá algo mejor. Hay otra clase menos numerosa a los que Freud hubiera llamado histéricos: “mañana te lo mando”, “seguro que lo recibís esta noche”, “estate atenta”, me dice un sujeto de esta clase y me dan ganas de preguntarle en qué momento erró su vocación como maestro del suspenso.

En 1810, el escritor inglés Samuel T. Coleridge, un procrastinador confeso, fue el primero en usar la palabra “tomorrower”. Lo hizo en una carta llena de humor. “Mi lema es mañana, mañana, mañana”, escribió también. Claro que no todos los procrastinadores logran hacer de su indolencia algo encantador.



Fuente Clarin.com

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