Corre el año 2010 y Oscar Velasco Imbaud vuelve de un increíble viaje por Costa Rica. Después de visitar cafetales, trae a su Tucumán cinco semillas de la legendaria bebida. Tiene la ilusión de retomar la tradición de un cultivo que —según recordaba de su niñez— se hacía en la zona del pedemonte, donde nacen los cerros tucumanos. Nadie podía imaginar que esa sería la piedra basal de un “boom” que entusiasma hoy a productores y empresarios, que ven en la caficultura una posible alternativa ante la crisis del complejo cítrico, una de las economías regionales más importantes de la provincia.
“Cuando fui a Centro América y recorrí los establecimientos cafetaleros, quedé absolutamente maravillado. Me acordé de mi abuelo que allá por la década de 1920 puso café en la zona donde vivo ahora, en Yerba Buena. Hablé con ingenieros agrónomos costarricenses, me dieron cinco semillas y algunas recomendaciones. Cuando volví a Tucumán, las sembré y logré que germinen tres. Eran plantas hermosas, con mucho vigor”, recuerda Velasco Imbaud. Así empezó una pasión que lo llevó a reproducir semillas, obtener las primeras cosechas y proveer a sus allegados de café.

En la sobremesa de un asado con amigos, Velasco Imbaud invitó a probar su “café tucumano”. Uno de los comensales era el ingeniero agrónomo Juan Casañas, productor, dirigente rural y actual vicepresidente del IDEP (Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán), un ente público-privado que tiene por objeto promover políticas de desarrollo económico y productivo en la provincia. “Quedé sorprendido con el café de Oscar, y mucho más luego de saber que venía de granos tucumanos. Inmediatamente, le pedí conocer el predio y allí me dí con plantas perfectamente adaptadas a la zona del pedemonte”, relata Casaña.
El IDEP comenzó un relevamiento de productores de café y descubrieron que en diferentes lugares de la provincia ya estaba inserto el cultivo. Así, comenzaron a articular un clúster de más de una veintena de productores, actores industriales, organismos técnicos y académicos como el INTA y la Universidad Nacional de Tucumán.
Según los registros, el café en Tucumán se remonta a la época de los jesuitas. Más cercanos en el tiempo, en las décadas del setenta y ochenta hubo algunos intentos que no fueron del todo exitosos. Pero los nuevos cultivares, más robustos y adaptados; un manejo intensivo en sotobosque (o sea: bajo la cobertura y protección natural de la vegetación de las Yungas), y el nuevo escenario de cambio climático (extendió la zona productiva en ambos trópicos) dan argumentos serios para pensar que Tucumán puede ser una estrella emergente de la caficultura, capaz de conquistar los paladares más sofisticados.
En la actualidad, el precio del café en el mundo no para de subir y alcanza los valores más altos en casi 30 años, con picos de hasta 3 dólares por libra. La Argentina compra café por 200 millones de dólares que importa principalmente de Brasil, Colombia y Vietnam. “Al país le vendría muy bien que parte de esas divisas se queden aquí y produzcamos nosotros este producto tan popular. Sería un impacto muy positivo para la provincia, para dinamizar su economía, generar trabajo y convertirse en una alternativa ante la crisis que golpea al sector citrícola”, subraya Casañas.

Margarita Jaramillo es ingeniera agrónoma, docente de la Universidad de Tucumán, asesora especialista en café y algo no menor en estos menesteres: es colombiana.“Cuando trabajé en CENICAFE, que es el organismo donde convergen todas las investigaciones científicas del café de Colombia, me inculcaron darle mucha importancia a la calidad”, remarca.
Según Jaramillo, está demostrado que en Tucumán se obtiene un producto con buenos rindes y gran calidad de taza, sobre todo de la genética Bourbon, una de las más adaptadas en la provincia. Además, agrega que no es novedad que nuevas zonas se incorporen a la producción de café, un fenómeno que se da en otras latitudes del mundo como Florida (EEUU) o Australia, debido en parte al cambio climático y al alza de los precios.
Para esta especialista, uno de los mayores desafíos del manejo agronómico está en lidiar con el estrés térmico que presenta la provincia, con inviernos fríos y veranos que superan los 40 grados. Por eso, cobra especial importancia el cultivo en sotobosque, es decir bajo la protección natural del bosque nativo de las Yungas. “Hay que tener en cuenta que la planta de café es de ciclo corto y necesita solamente cuatro horas de radiación solar, a diferencia de otros cultivos como la frambuesa que requiere 14 horas. En Brasil o Colombia estos cultivos pueden realizarse a campo abierto por la gran nubosidad que suele haber”, explica Jaramillo.
La agricultura intensiva en estos ambientes también requiere de precauciones especiales. “Nosotros entendemos que el café puede convivir perfectamente con el bosque natural. Sin embargo, estamos trabajando con la Fundación Lillo, con especialistas en ecología para medir si existe alguna alteración importante del ecosistema. Respetando el ambiente, creemos que se podría alcanzar una superficie de alrededor de 8.000 hectáreas”, proyecta Casañas y agrega que hay muchas empresas interesadas en esta nueva alternativa productiva.
En la misma línea, Jaramillo sostiene que el café puede ser amigable con las Yungas. Por eso, recomienda que el sistema de cosecha sea manual, a diferencia de lo que sucede en establecimientos a campo abierto, donde la cosecha es mayormente mecanizada. “El café es cultura y la cosecha manual ya implica un valor agregado en sí mismo, en mercados que saben apreciar este tipo de trabajo”, comenta la especialista.

Pero no hay unanimidad de criterios. Jorge Zelarayán es productor de limón, mango, palta y ahora incursiona con entusiasmo en el café. Él se inclina por cultivar a campo abierto y utilizar máquinas para la recolección de granos. Está haciendo pruebas con un método novedoso de implantación: colocar plantas de café entre limoneros y paltas Hass para proteger al cultivo de la radiación y el estrés térmico. “Nosotros hacemos café, café; palta; café, café; palta… para que cuando crezca la palta Hass, de mayor altura, le dé la media sombra que al café le gusta”, remarca.
Lo cierto es que entre distintos actores hay coincidencias: Tucumán tiene todo para producir un café de especialidad que esté a la par de los más reconocidos del mundo, privilegiando una estrategia que apunte más a la calidad que al volumen. Para eso, consideran que hay que trabajar de manera colaborativa y sinérgica entre el sector privado y público para desarrollar un posicionamiento diferencial ante un consumo creciente, pero cada vez más exigente.