La violencia callejera creciente en cada marcha de los jubilados procede de un problema político endémico con profundas derivaciones socioculturales. Quienes la instigan son los mismos que durante los cuatro años del gobierno anterior no hicieron más que contribuir al hundimiento de los fondos previsionales siguiendo la zaga comenzada por la estatización compulsiva de las AFJP en 2009. Con lo que su “sensibilidad social” es otra de sus tantas imposturas. Es oportuno recordar que el candidato del FdeT prometió pagarles un aumento equivalente a los intereses de las “Lebac”. Pisó la Casa de Gobierno; y mediante una mega ley de emergencia económica, hizo exactamente lo contrario.

La ultima movilización guarda similitud con aquella que en 2017; y que a raíz ni siquiera de una reforma jubilatoria sino del cálculo indexatorio de sus haberes templó los ánimos de una oposición peronista arrasada electoralmente solo un mes antes. El mismo cinismo faccioso: “Con los viejos, no”. Y los mismos mandantes localizados en los aparatos municipales del GBA.

En esa oportunidad, las falanges fueron los movimientos sociales; curiosamente, próximos a una ministra de Desarrollo Social que compartía con los jefes “cayetanos” su devoción confesional. Esta vez, el cuadro es más complejo pues enfrenta a la PBA con un gobierno nacional de otro signo político.

Una ecuación que suele ser disruptiva dada la fisiología mefistofélica del “síndrome metropolitano”. Concentra casi 15 de los 46 millones de los habitantes del país: la mitad en la pobreza; y un segmento crucial en la marginalidad. Fuente de ingresos venales superlativos para el sostén de comunas inviables que cimentan allí a sus “aparatos”; uno de cuyos dispositivos de oro son las barras bravas de los clubes locales asociados a los nacionales.

No hay intendente que pueda prescindir de su propia guardia pretoriana barra conformada por una pirámide jerárquica como fuerzas de choque y recolección de recursos ilegales y votos seguros.

Sus vértices los ocupan unos pocos empresarios delictivos multimillonarios polirrubros que abarcan desde la compra y venta de vehículos de alta gama, negocios financieros y cambiarios, emprendimientos inmobiliarios hasta el narcotráfico del que constituyen su principal arteria de circulación luego diseminada en unas doscientas bandas.

Por debajo de los capos, la “segunda línea” de micro poderes territorializados por barrios con sus propias prebendas y franquicias: fiestas en sus sucursales deportivas y reclutamiento de distintos actores productores del espectáculo en la cancha: murgas, bandas de música, etc.

Una tercera línea suele confluir con los clubes locales de segunda división a los que lideran ofreciendo trabajo informal a trapitos cuidacoches, remiserias, parrillas al paso o cervecerías. Y por último, el multitudinario mundo de “la tropa” de marginales asociados al robo callejero. Obtienen allí la negociación con la policía venal y las intendencias de “zonas libres”; además de abogados “sacapresos” y médicos entre muchas otras profesiones. Es en estos dos últimos niveles en donde se reclutó la vanguardia de estos violentos de la “marcha” del 12. En las próximas, les tocara a otros en sintonía significativa con hinchadas de Rosario.

Clubes y barras les confieren a niños y jóvenes lumpenizados una identidad de ribetes religiosos que sustituye a las frecuentemente detonadas “bandas” familiares. Así lo exhiben las sepulturas de cualquier cementerio público, en su mayoría de menores de treinta años, en las que los símbolos confesionales han sido sustituidos por pequeños monumentos alpinos o de hormigón pintados con los colores de los equipos del difunto. También, en las consignas inscriptas en las paredes próximas a los estadios en los que se alude a la “pasión”, la “sangre” y “la muerte”. Y sus armas potentes: “caños tumberos”, facas; y piedras de la depredación callejera.

Vaciadas las organizaciones piqueteras, la capacidad movilizadora de los partidos de poder del Conurbano reposa más que nunca en las barrabravas que hallaron en una marcha de jubilados la oportunidad para desplegar sus reflejos destituyentes convocando a la acción mancomunada de segmentos aportados por todas las tropas deportivas.

Han olido los primeros indicios del desgaste oficialista que supone a la etapa compleja de la reforma económica agravada por su propia capacidad de auto infligirse daños como la promoción presidencial de $Libra. Y un estilo comunicacional por momentos parecido del lumpenaje como “ratas” y “mandriles”; y que ahora rebotan sindicando a la ministra de Seguridad de “borracha” y al Presidente como “descerebrado” y “estafador” entre otras lindezas.

El resto; y al decir de Antonio Machado “el fruto ni maduro, ni podrido; sino una fruta vana” de una política cuya tosquedad reprodujo, como en 2017, el espectáculo desfachatado de diputados solidarios con los violentos callejeros; y una puja interna entre legisladores en el recinto indiscernible del catch as can.

Por último, las postales de la postración cultural pobrista: líderes piqueteros de verba sediciosa; un sacerdote católico luciendo la camiseta de Boca; banderas de Palestina e Irán; el aliento del siniestro Mario Firmenich desde su cómodo exilio; y un fallo judicial solidario con los violentos.

Y el problema de fondo: la inviabilidad del “síndrome metropolitano” que condena a la República no a ser “potencia” sino un país bananero regido por castas extractivistas y patrimonialistas con sus cohortes de marginales rentados.



Fuente Clarin.com

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