Según la Organización Mundial de la Salud, millones de personas en el mundo viven con ansiedad o depresión. En la Argentina, uno de cada cinco adultos ha sentido síntomas relacionados con la salud mental en el último año. En muchos casos, esa sensación de “todo va mal” es una forma en la que nuestra mente nos está pidiendo ayuda.

No siempre se trata de hechos concretos. Muchas veces, lo que sentimos viene de cómo interpretamos lo que nos pasa. Experiencias de la infancia, el estrés diario o, incluso, la costumbre de querer tener todo bajo control, pueden hacer que veamos los problemas más grandes de lo que realmente son. Así, un mal día puede parecer una mala racha interminable.

Según estudios recientes, arrastrar este tipo de pensamientos de forma constante puede afectar no solo el ánimo, sino también nuestras relaciones, el trabajo y la calidad de vida.

La buena noticia es que hay formas de salir de esa sensación y cambiar la mirada. Entender por qué sentimos que todo sale mal es el primer paso. En esta nota, cuáles son las causas más comunes de este pensamiento y qué hacer para empezar a revertirlo.

Según el sitio Mundo Psicólogos, cuando sentimos que todo va mal, solemos pensar que estamos en una mala racha. Pero muchas veces, esta sensación responde a factores más profundos que tienen que ver con nuestra historia personal, nuestras emociones y la forma en que interpretamos lo que nos ocurre.

Comprender por qué llegamos a sentir que todo sale mal es el primer paso para revertir esa percepción.

A continuación, te contamos cinco posibles causas detrás de esta sensación y diez herramientas concretas para empezar a cambiar la mirada y recuperar el equilibrio.

5 razones por las que sentimos que todo nos sale mal:

1. Haber atravesado situaciones traumáticas. Experiencias dolorosas no resueltas, especialmente durante la infancia, pueden generar una visión pesimista de la vida, activando pensamientos catastróficos y una tendencia a esperar lo peor.

2. Entornos inestables en la niñez. Crecimientos marcados por la incertidumbre o con cuidadores emocionalmente inaccesibles pueden derivar en una necesidad excesiva de control, dificultando la adaptación a los cambios naturales de la vida adulta.

3. Trastornos de ansiedad o TOC. Quienes conviven con trastornos de ansiedad generalizada o con síntomas obsesivo-compulsivos suelen tener una baja tolerancia a la incertidumbre, lo que refuerza la idea de que “todo sale mal” ante cualquier imprevisto.

4. Trastornos de personalidad. Algunas condiciones psicológicas, como el trastorno límite de la personalidad (TLP), pueden provocar reacciones extremas ante el miedo al rechazo o al abandono, generando un estado emocional inestable y autocrítico.

5. Patrones de comportamiento aprendidos. En algunos casos, no existe un trastorno subyacente, pero sí una forma de pensar adquirida. La repetición de ciertos discursos negativos durante años puede moldear nuestra manera de interpretar la realidad.

1. Recordá que todo es transitorio. Pensar que los malos momentos son eternos solo refuerza la negatividad. Reconocer que toda situación, por difícil que sea, también pasará, ayuda a reducir el peso emocional.

2. Enfocate en lo que podés controlar. Intentar controlar lo incontrolable solo incrementa la frustración. Lo más eficaz es centrarte en las decisiones, hábitos o acciones que sí están en tus manos.

3. Revisá tu actitud frente a los problemas. Aunque no puedas cambiar lo que sucede, siempre podés elegir cómo responder. Ajustar tu actitud es una forma concreta de tomar las riendas.

4. Modificá tu perspectiva. Lo que hoy parece un obstáculo inmenso puede perder importancia con el tiempo. Pensar a mediano y largo plazo ayuda a relativizar las situaciones presentes.

5. Confianza en tus recursos internos. Creer en tu capacidad de afrontar momentos difíciles te brinda mayor fortaleza emocional y resiliencia.

6. Buscá aprendizajes en la adversidad. Toda experiencia, incluso la más incómoda, puede dejar una enseñanza. Identificarla transforma el dolor en crecimiento.

7. Aceptá la incertidumbre como parte de la vida. No todo puede planificarse o anticiparse. Aceptar esto puede resultar liberador y clave para reducir el estrés.

8. Reforzá tu memoria emocional positiva. Traer a la mente situaciones del pasado en las que superaste momentos complicados fortalece tu autoestima y te recuerda que sí podés salir adelante.

9. Cuidate más y mejor. Dormí bien, alimentate saludablemente, realizá actividad física y dedicá tiempo a vos. El bienestar físico tiene impacto directo en tu estado anímico.

10. Pedí ayuda sin vergüenza. Buscar apoyo en tu entorno o iniciar un proceso con un psicólogo no es un signo de debilidad, sino un acto de valentía y compromiso con tu salud mental.



Fuente Clarin.com

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