Las psicoterapias han sido objeto de rigurosos estudios científicos que demostraron de manera concluyente su eficacia para el tratamiento de los trastornos psicológicos. Múltiples investigaciones han comprobado que producen mejoras comparables -y a menudo superiores a largo plazo- a las logradas solo con los psicofármacos.
Sin embargo, pese a esta evidencia, muchas personas aún no confían o aceptan su valor, la consideran innecesaria, secundaria o, incluso, ineficaz.
Existen diferentes razones para ello y se pueden mencionar:
1) Confusión sobre qué es y cómo funciona la psicoterapia. Muchas personas la confunden con una simple conversación o desahogo emocional, sin comprender que se trata de una intervención profesional estructurada, con métodos validados y objetivos clínicos claros.
Esta visión distorsionada lleva a subestimar su eficacia y a pensar que “hablar no sirve de nada”. Más aún si se esperan soluciones rápidas que resuelvan sus problemas. Si estas expectativas no se cumplen en las primeras sesiones, pueden concluir erróneamente que “no sirve”.
2) Otra es el estigma que persiste en torno a la salud mental. Para muchos recurrir a un psicólogo o psiquiatra todavía se asocia con “estar loco” o ser “débil” y la ayuda psicológica sigue cargada de connotaciones negativas y se percibe como una señal de fracaso personal.
Si existe una fuerte influencia de ideas basadas en la autosuficiencia o el individualismo, se puede creer que los problemas emocionales deben resolverse en soledad o con el consejo de familiares y amigos.
3) Algunas personas han tenido malas experiencias con terapeutas que no estaban bien formados, que fueron poco empáticos o que aplicaron técnicas inadecuadas. La psicoterapia, como cualquier intervención humana, requiere de la calidad del vínculo personal y de la competencia profesional.
Una experiencia negativa, especialmente si fue en un momento de vulnerabilidad, puede dejar una huella permanente con rechazo a la misma.
4) Si el modelo biomédico tradicional sigue teniendo una influencia hegemónica, tiende a reducir los trastornos mentales solo a desequilibrios químicos o disfunciones cerebrales, y por tanto propone tratamientos centrados en el uso de medicamentos.
Si bien los psicofármacos son herramientas potentes e imprescindibles, su uso exclusivo puede eclipsar el valor del abordaje psicológico. Incluso algunos profesionales transmiten solo una visión biologicista, lo que refuerza la idea de que el “problema está en el cerebro” y que solo los fármacos pueden resolverlo.
Esto desalienta la búsqueda de psicoterapia y perpetúa una visión parcial del sufrimiento psíquico.
5) Barreras económicas y estructurales ya que, en contextos de desigualdad, la psicoterapia no está cubierta por los sistemas de salud pública o solo lo está de forma limitada.
Esto la convierte en inaccesible para muchas personas, sumado a que por los tiempos acelerados del trabajo y la vida diaria, no le asignan prioridad frente a otras urgencias más visibles o tangibles.
6) La psicoterapia implica un trabajo de introspección, revisión del pasado, confrontación con emociones reprimidas, exploración de conflictos internos y para muchas personas esto resulta doloroso ya que implica abrir puertas que han permanecido cerradas por años, y no todos están dispuestos o preparados para enfrentarse a ello.