En una de mis primeras conferencias -en 1989- sobre los impactos económicos, políticos, sociales, religiosos y raciales de los cambios en la demografía a nivel mundial, señalé que estos cambios estaban llevando al mundo -en etapas- a un gran problema.
En una primera etapa, los avances en la medicina (diagnóstico, tratamiento, vacunas, sanidad, etc.) permitieron disminuir la mortalidad infantil y extender las expectativas de vida de la población a nivel mundial, lo que se reflejó en una aceleración en el crecimiento de la población que pasó de 2.500 millones en 1950 a casi 8 mil millones en la actualidad. Los impactos de este crecimiento fueron múltiples y generaron temores malthusianos sobre una futura falta de alimentos y recursos en general. Nada de esto sucedió.
Estos factores generaron una segunda ola de cambios asociada a la disminución de la tasa de natalidad; cambios que a su vez generaron dos etapas distintas: la de “bonus demográfico” (la baja de la tasa de natalidad reduce la población dependiente de menores de edad cuando la población aún no ha envejecido demasiado) y la del envejecimiento de la población propiamente dicho. Cómo esta disminución no fue idéntica en todos los países, trajo aparejado diferencias en ritmos de crecimiento lo que influyó en los movimientos migratorios.
En 1950 la tasa de fertilidad en el mundo era de 4,86 nacimientos vivos por cada mujer en edad de procrear, tasa que variaba entre 6,59 en África a 2,7 en Europa. En 2024 estas tasas habían bajado a 2,31 en el mundo, a 4,12 en África y a 1,51 en Europa. Esta tendencia se acentuó después de la pandemia.
Con esta tendencia, se estimaba que entre el año 2000 y el 2050 la población mundial crecería 2.630 millones, de los cuales sólo 30 millones se darían en los principales países desarrollados (con crecimiento positivo en los Estados Unidos y negativo en el resto de los países) y 2.600 millones en países emergentes.
Esta tendencia necesariamente se reflejará en cambios en la economía y en la geopolítica mundial: a) la participación de los países desarrollados en el PBI mundial bajaría de casi el 70% a sólo el 30%; b) estos cambios llevarán también a un cambio en los factores de poder a nivel mundial: c) la corrientes migratorias se acelerarán (un habitante del Magreb no esperará 200 años para tener el mismo ingreso por habitante que hoy tiene Europa, la que les está “ofreciendo” un continente vacío y con toda la infraestructura preparada); d) estas migraciones modificarán la cultura, la religión y la raza de los países receptores; e) estos cambios necesariamente generarán conflictos; f) faltarán trabajadores para mantener la envejecida población que no trabaja.
La mayoría de los países desaprovechó la oportunidad que les dio el “bonus demográfico” para prepararse para la etapa del “envejecimiento” en la que necesariamente tendrán problemas.
El envejecimiento es el mayor problema económico de la actualidad. Al envejecer la población se incrementan los gastos en jubilaciones y en salud, y disminuye la cantidad de trabadores que lo financian. Desde los inicios de la civilización fue siempre un trabajador en actividad el que mantuvo a un trabajador inactivo, y este principio se mantuvo inalterado a pesar de los cambios institucionales (de la familia, al Estado, al sistema de capitalización individual). Los intentos de usar otros impuestos para financiar el “sistema”, sólo agravan el problema, al reducir las tasas de ahorro e inversión, y el crecimiento.
La baja en la tasa de natalidad responde a varios factores: la disminución de la mortalidad infantil eliminó la tendencia a tener muchos hijos para asegurar la supervivencia de unos pocos; el cambio en el papel de la mujer en la sociedad; la idea de que si ahorro lo suficiente no tendré la necesidad de que alguien me mantenga; el miedo a traer hijos a un mundo convulsionado; etc. Si bien todos estos argumentos son válidos, está claro que incluye una cierta dosis de egoísmo y una “miopía” intergeneracional.
La única solución actual es la suba de la edad jubilatoria, el incremento de los aportes o la reducción de los beneficios, pero todas son soluciones impopulares porque afectan el nivel de vida de los mayores.
Por otro lado, los avances recientes en materia de inteligencia artificial llevaron a pensar que en el futuro el mundo podría enfrentar una crisis de desempleo similar a la que siguió a la revolución industrial.
Combinando ambas tendencias, vemos por un lado la potencial falta de trabajadores para financiar a una población envejecida, y por el otro el riesgo de que nuevas tecnologías hagan menos necesario el emplear trabajadores. Es interesante que ambas tendencias se complementan y que el desarrollo de la inteligencia artificial podría contribuir a atenuar algunos de los impactos negativos de los cambios demográficos.
Sin embargo, al igual que los cambios tecnológicos de las últimas décadas, los costos y los beneficios no son parejos para toda la población; es muy posible que las pérdidas de empleo afecten más a las actividades más rutinarias, lo que se reflejaría en un mayor desempleo en esos sectores. En resumen; el mundo ignoró los múltiples impactos de los cambios demográficos y ahora comienza a pagar las consecuencias. La Inteligencia artificial podría contribuir a atenuarlos, pero no será suficiente.
Ricardo Arriazu es economista.