Duele un poco que la mejor serie corta o la mejor película larga -según cómo se vea- esté en Netflix. Por supuesto hablamos de Adolescencia. El impacto es global: “Lo más cercano a la perfección en décadas”, dijo The Guardian.
Sí, Adolescencia está en Netflix. Hace años leemos que esta plataforma “mata al cine”, que sus contenidos son “bastante mediocres” y que recurren a una narrativa homologada con “abundancia de flashbacks” para mitigar la ansiedad de un espectador necesitado -por culpa de Netflix- de emociones urgentes y cada cinco minutos.
Odiar a Netflix, ser hater de la plataforma, es una personalidad. A veces hasta parece una obligación. #ChauNetflix es un hashtag que se recicla cada tanto. La batallita cultural es Anti Netflix y pro MUBI -ponele-, pero ahora Mauricio Kartun, dramaturgo, director, nuestro Shakespeare, cayó rendido ante la serie imperdible: “Cuando pensabas que ya todo estaba perdido en Netflix… terminamos de ver Adolescencia“.
Le gustó a Kartun y a Carmen Barbieri. Hay unanimidad alrededor de la miniserie británica. La gran industria, en este caso el monstruo del streaming, tapó la boca de más de uno, como ya hizo otras veces. Inolvidable, unos años atrás, cuando Pampita, en su programa de cable, recomendó Drunk, de Thomas Vinterberg, realizador conocido por ser parte del movimiento Dogma 95, y director de La celebración (1998).
El problema es que Netflix acostumbra mostrarse amable hasta la hipocresía. Puede uno sentir que rebaja o subestima a los espectadores. Duele -decíamos al comienzo- porque todavía falta un montón, pero da la sensación de que este año difícilmente podamos ver algo mejor que Adolescencia.
Y no se ve en los cines…
Encima esto se da contra la magia del cine y los rituales de pantallas grandes y luces apagadas. Sucede, también en tiempo real, hundidos como meteoritos en el sillón, con las patas apoyadas sobre la mesa ratona.
Si hubiera estado en cualquier otra plataforma, Adolescencia no sería furor, sino un secreto a voces de cierta intelligentsia. Pero Netflix es el FMI de las plataformas. Celebridades se ocupan de advertir sobre los daños que puede provocar el consumo irrestricto de la plataforma estrella.
Avisan que por culpa de Netflix hay gente pensando que el mejor actor del mundo es alguno de La casa de papel.
Quentin Tarantino lo lamenta en el alma: “Es algo muy triste para mí. Y estoy un poco sorprendido de lo rápido que sucedió, de cómo el público avanzó y nadie mira hacia atrás. Y lo mío no es sólo por la nostalgia. No me gusta Netflix, así que ni siquiera puedo decirte exactamente cómo funciona eso”.
Vimos la miniserie del momento tratando de mantener distancia prudencial. Claro, Netflix no es como esas plataformas que te ponen retrospectivas de Martín Rejtman. Imaginás -con prejuicio bien fundado- que van a darte una sobredosis de pochoclo y popularidad. Leés que es un “drama criminal” y pensás, bueno, vamos a codearnos con otra de asesinos estilo Jeffrey Dahmer.
¿Y ahora qué hacemos con la pose de Team AntiNetflix? La aceptación llega culposa después de ver una obra de arte incómoda, argumentalmente interesante, muy actual.
Kartun fue domado por la calidad de la serie: “Hace mucho tiempo que no veíamos algo así. Tan alejado de esos modelos buenistas de plataforma. Y tan extraordinario en sus actuaciones. Y con tan notable originalidad en su estructura. Cada uno de sus cuatro capítulos es una unidad perfecta. Y con una cámara sorprendente registrando todo en planos secuencia que te dejan culopaarriba“.
Lo del plano secuencia es como una broma pesada de la que hablan todos. Devaluación y la serie Adolescencia. Dos temas de agenda por estos días. “¿Qué es un plano secuencia?” Lo pregunta un pibe de 13 años que ve la serie con su papá.
Es como un hermafrotida travestido que llama la atención y puede fascinar o irritar. Mucha gente tomó conciencia del “plano secuencia” por ver esta serie. Los cinéfilos recuerdan 1917 (Sam Mendes, 2020) o El arca rusa (Alexander Sokurov, 2002). ¿Qué es? Es como la vida misma, donde no hay segundas oportunidades. Un plano largo y hecho de corrido.
Ver la serie con un pibe de 13 años, la misma edad del protagonista, es entender gustos idénticos. Gracias Netflix por permitir que nos corramos de la experiencia comunitaria del cine para poner la pausa y entender algunos códigos fundamentales. El chico le explica al padre algo de la trama: los emojis de corazones tienen diferentes significados según su color, forma y diseño.
Obvio que la plataforma estrella tiene mucho material biodegradable. ¿Pero quiénes somos como público? ¿Por qué pretender que Netflix se la juegue mucho más allá de un thriller con dos mil sobresaltos?
Un crítico, QEPD, se ponía loco: “Netflix logra hacerte creer que sólo existe lo que está en su plataforma. Es como ir a una biblioteca y que no tengan Crimen y castigo”.
Tenía algo de razón. El packaging atraviesa un gran momento. El Lollapalooza vende entradas antes de anunciar quién toca. Nos creemos melómanos por tener Spotify y cinéfilos, por Netflix. Las plataformas de streaming dan cantidad como sinónimo de consuelo. Adolescencia, sin embargo, es un golpe de calidad impensado. Un acierto de la industria pesada que vuelve a cuestionar esa contracultura de ir al cine y sacar una entrada.