A veces uno lo escucha y no sabe si está entendiendo bien. “Francos es un ministro que distribuye el juego. Y hay una segunda instancia de control político que es Santiago Caputo”. Lo dijo Milei, como si fuera lo más normal del mundo. Nadie puede decir que eso no sea cierto, aunque Francos sea jefe de todos los ministros, y también ministro del Interior, y Caputo un asesor sin cargo. Pero que Milei lo blanquee da una idea de por qué el gobierno funciona como funciona.

Fue un sincericidio por tevé, en esos programas amigos a los que le gusta ir al Presidente para dar notas que no podríamos llamar reportajes. Cayó de sopetón, con su vocero ahora candidato, porque reporteaban al economista español Huerta de Soto, que llama a Milei su discípulo y al que Milei considera un prócer. Huerta dijo cosas como esta: “El Estado es, como institución, la encarnación del Maligno en la Tierra. El Anticristo, por decirlo de alguna forma”.

Si tiene dudas, véalo por Youtube. Algo queda claro: Huerta de Soto ateo no es. Tampoco de izquierda. Más bien cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste de rojo ayer. Hasta habló de la muerte de Bergoglio y citó una obra de Ratzinger. ¿Es o se hace? Pero el punto es que Milei soltó que Santiago Caputo está arriba de todos. Es el que más manda. ¿A santo de qué devaluó así a Francos, que tiene que negociar todo el tiempo con gobernadores y la oposición? El que se siente a conversar con él ya no sabrá con quien se sienta.

Parece, pero Caputo no se llevó lo mejor. Ni siquiera es funcionario, y trata de no serlo, de no rendir cuentas de lo que hace y de que no se sepa lo que hace. Milei, de pronto, lo puso bajo los focos. Dice lo que se le canta y no es consciente de lo que dice. Candid, en inglés, quiere decir sincero. Acá, cándido es un ingenuo. Las dos palabras le calzan justo.

Tanto como su imprudencia, sorprendió la de Kristalina Georgeva, que a diferencia de Milei es una profesional y finge ser amiga de Milei como antes fingió ser amiga de Massa. Alguna vez felicitó a Massa “por los concluyentes avances logrados en áreas fundamentales que incluyen el marco macroeconómico”. En el FMI no hay límites para la hipocresía. Kristalina se fue de mambo al meterse en nuestra campaña electoral: “Domésticamente, el país irá a elecciones en octubre y es importante que no se descarrile la voluntad de cambio”. Tomó conciencia, o le hicieron tomar conciencia de que había exagerado demasiado. Retrocedió en chancletas.

Pero no mezclemos los tantos. El Fondo sacó al gobierno de la encerrona en que se había metido con el tipo de cambio. Devaluaba al 1% y los precios subían el doble. La inflación sigue siendo un camión cargado, barranca abajo y con los frenos hirviendo. Encima, llegó la guerra de los aranceles de Trump. Tormenta perfecta.

Milei pegó un volantazo, levantó el cepo y no se fue a la banquina. Y de yapa, Trump le tiró flor de soga: un cheque del Tesoro si hiciera falta. Pero le quedan cosas duras. Para cumplir la pauta pactada (entre el 18 y el 23%), tendrá que llevar la inflación de mayo al 1%. Asumió, también, acumular para junio 4000 millones en reservas: ¿liquidarán los exportadores con el dólar a este precio? Hasta ahora no lo hicieron.

El acuerdo con el FMI es como un programa de gobierno. Implica nada menos que una reforma jubilatoria, un plan de privatizaciones y cambios en la legislación laboral. Pero en el medio están las elecciones, y las contradicciones de la política: necesitan votos para sacar las leyes y agreden a quienes se los pueden prestar.

Por no hacer alianzas, acaban de salir terceros en Santa Fe, y las encuestas cantan que van camino a pegarse más porrazos, aunque mejoraron luego de la salida del cepo. Hay un debate abierto entre los que prefieren seguir solos y los que impulsan acuerdos. La suerte en la Ciudad está echada. El plato fuerte será en Provincia, donde se define toda la discusión del peronismo, que se queda sin la ayuda del Papa. Bergoglio era un refugio y un punto de referencia, sobre todo frente a Milei. Fallecido, se ha convertido en el Papa de todos. De Trump a Biden, de Lula a Milei, de antiabortistas a travestis. Aunque esta unanimidad irá decantando en valoraciones con matices.

El Papa ha tenido más de una vida. Ha sido Jorge, hincha de San Lorenzo, el padre Bergoglio, jesuita y de Guardia de Hierro, el arzobispo de Buenos Aires al que los Kirchner acusaban de reaccionario y de haber entregado a dos curas jesuitas a los militares. Y el Jefe de una institución compleja y líder de una religión muy extendida. Para el mundo era Francisco. Para la Argentina era Bergoglio, y Bergoglio transparentemente peronista.

Francisco mostró sensibilidad por los pobres, los migrantes, los excluidos. Devolvió el pensamiento social a la Iglesia. A diferencia de Benedicto, intelectual refinado y conservador, entendió que la adaptación del catolicismo al siglo XXI no pasaba por un regreso al latín o, por el contrario, a la adopción de tecnologías digitales y se focalizó en los condenados de la tierra. Habló alto a los poderosos y logró reformas importantes, aunque falta una enormidad para dejar atrás la discriminación de las mujeres, y el castigo y prevención de abusos sexuales y de actos de corrupción.

En sus 12 años de papado, nunca quiso volver. ¿Por qué? Cuesta encontrar una razón. Seguramente no quiso ser atrapado por la grieta a la que paradójicamente no ayudó a superar. Fuera de aquí, Bergoglio trabajó para cerrar grietas. En la Argentina se pegó a uno de los bandos: el bando del kirchnerismo.

Ahora, en el duelo, aparece la oportunidad de reflexionar y pensar cómo se superan grietas y confrontaciones. Que sea “el argentino más importante de la historia” lo dirá el porvenir. En nuestro presente es una figura de extraordinaria gravitación. Quizás otros argentinos, como Borges desde la literatura, o César Milstein desde la ciencia, sean igualmente relevantes, y lo seguirán siendo por la genialidad de sus aportes. Los tres han fallecido fuera del país. Sería extraordinario que aprendamos a cuidar y cultivar la herencia de nuestras figuras inspiradoras. Que todo siga igual es igual a ir para atrás.



Fuente Clarin.com

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