Una maravilla. Eso es Memorias de un caracol, la película filmada en stop motion, utilizando arcilla, alambre, papel y pintura y que fue reciente candidata al Oscar a la mejor película de animación.
Y digan que ganó Flow, otra preciosidad, porque bien que merecía el premio de la Academia de Hollywood.
Para los desprevenidos que puedan llegar a creer que Memorias de un caracol es para ir a ver a los cines con sus hijos, sobrinos o nietos, vaya la advertencia de que no, no lo es.
A menos que tengan 13 años (en los Estados Unidos, era R, restringida a menores de 17). O a que no les moleste que los niños escuchen decir a la protagonista, Grace, que creía que la masturbación consistía en masticar bien la comida. Y hay sexo, algún desnudo, un dedo cortado por un ventilador de techo, un hombre fetichista por la gordura y algo más.
Pero ese algo más es una realización prodigiosa desde lo visual, con un núcleo emotivo sobre la relación de dos hermanos gemelos.
Adam Elliott, el realizador australiano que ya ganó un Oscar con uno de sus primeros cortos, Harvie Krumpet, cuenta la historia de Grace y Gilbert Pudel, narrada en primera persona por ella, de niña, y luego de joven y adulta. No nos la cuenta a nosotros, si no a Sylvia, un caracol que la acompaña y escucha.
Y si “la infancia es como estar borracho. Todo el mundo recuerda lo que hiciste, salvo vos”, Grace tiene una memoria admirable.
“La enfermera dijo que teníamos dos almas, pero un solo corazón. Perder un gemelo es como perder un ojo: nunca ves el mundo de la misma manera”, relata. Es que a Grace no solo la separan de su gemelo cuando quedan huérfanos -la madre murió en el parto; el padre, un artista callejero y animador de cine, quedó primero parapléjico por culpa de un conductor ebrio, y luego falleció dormido-. “Nadie quiere adoptar gemelos, y menos como nosotros”.
Así que son separados a la fuerza, a los dos extremos de Australia. Y allá va Grace, con unos padres adoptivos en Canberra, una ciudad tan, pero tan aburrida que hasta los que viajan adentro de un auto llevan cascos. Que serán atentos, pero como son swingers, la dejarán cuando se integren a una colonia nudista en los años ’70.
No le va mejor a Gilbert, que termina con una familia evangelista, hipócrita y algo desalmados, que viven en una granja.
Así que los únicos amigos de Grace son los caracoles, los de jardín y los de adorno. Porque Grace, digámoslo todo, es una acumuladora.
La película, que está como virada a tonos ocres o marrones, tiene 7.000 objetos hechos a mano y se la realizó utilizando 35.000 fotografías, suma a un personaje acorde a lo que se narra. Es Pinky, una señora anciana con un pasado curioso. Es la que perdió un dedo bailando en un bar de Barcelona, jugó al ping pong con Fidel Castro, sobrevivió a sus dos maridos y es como una madre para Grace, que espera algún día reencontrarse con su hermano.
Divertida y siempre conmovedora, Memorias de un caracol deja más enseñanzas que cualquier película animada pretendidamente para niños. “Las peores jaulas son las que construimos para nosotros”, se escucha entre muchos gags, escenas algo crueles, el recuerdo de una infancia triste, pero acompañada.
“Memorias de un caracol”
Animación. Australia, 2024. Título original: “Memoir of a Snail”. 95’, SAM 13 R. De: Adam Elliot. Con las voces de: Sarah Snook, Kodi Smit-McPhee, Jacki Weaver, Dominique Pinon, Eric Bana. Salas: Hoyts Abasto y Unicenter, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Houssay y Avellaneda, Showcase Belgrano, Norcenter y Haedo.