Mutación, la muestra de Martín Churba en la galería Herlitzka & Co. marca el pasaje desde la experimentación textil vinculada a la moda hacia una práctica artística que afirma al textil como lenguaje plástico autónomo. En ese devenir, donde el cambio no se presenta como corte sino como continuidad, sus creaciones abren nuevas posibilidades de expansión material y simbólica.

Algunas de las obras desarrollan una técnica propia que combina gestualidad física, pintura expandida y procesos de transferencia sobre linos o delicadas organzas de seda natural.

También piezas construidas a partir de residuos: maples de huevo que adquieren presencia como módulos sensibles, capaces de activar una estimulante experiencia perceptiva. A estas producciones se suma el trabajo realizado junto a Fidela Flores, artista tejedora del Chaco salteño y Candelaria Aaset. Juntos conforman el colectivo Tsufwelej, que en lengua wichí significa “enlazados”. Allí el textil, como superficie porosa, se convierte en una trama viva de oficios, saberes y experiencias compartidas.

–¿Qué implica para vos este cambio de la moda al arte contemporáneo?

–Es una decisión natural de cambiar de escala. Un cambio de escenario que me permite revalorizar mi visión de lo plástico, ya expresada en proyectos anteriores. Siempre me mostré como un artista 360, con formación en bellas artes, en actuación, en lo escénico, y bajando, cada vez que podía, algo de toda esa información a los desfiles de moda, más allá de los trabajos materiales que hacía para las colecciones.

El mundo de la moda me puso en contacto con diseñadores y gente formada para que la ropa pudiera existir en tiempo y forma. Pero yo siempre estuve en un lugar donde compartía esa visión que a mí me permitía la coherencia textil y el trabajo creativo sobre el textil. Hoy me puedo presentar solo, porque no estoy comprometido con el cuerpo humano. Entonces, no necesito una traducción de mi textil, o de mi idea textil, o de mi generación material a un artefacto de uso.

–¿Hay rastros de tus trabajos previos en las obras actuales?

–Después de cerrar Tramando, una vez que fui desocupando el territorio de propuestas, pude quedar conectado con el trabajo textil, con el brazo que hace el gesto. Yo en algún momento ya había introducido la gestualidad en la producción, pero al mecanizarse o quintuplicarse, si bien tenía el perfume de eso, perdía la gracia. Y hoy está el tiempo. Entonces, naturalmente, aparece primero la cosa gestual, esa cosa física, esta pincelada, este rastro. ¿Yo soy textil o yo en realidad soy tinta que moja el textil? En el juego metafórico de las partes que se juntan para dar origen a la nueva alquimia y avanzar, son la materialidad y el efecto, como si fuese la huella, lo que deja el rastro. Todo ese rastro que a mí me sensibilizó en la búsqueda de texturas cuando desarrollé textiles estuvo presente desde mis primeros trabajos, hace 30 años, cuando tenía mi primer estudio de diseño textil. El logotipo era como una síntesis de una huella de un neumático, como un rastro.

–También se pueden identificar esas continuidades en tu trabajo con los maples de huevo.

–Sí, es una parte de mi trabajo en la que mi ojo fue muy avispado o sensible desde joven. Veía esas tramas de repetición, esa materialidad del cartón trabajada en matrices con colores reciclados o rebajados y no podía parar de apreciar la manifestación formal, más allá de la genialidad del proceso de transportar huevos. Por eso siempre me sorprendió verlos tirados. Me parecía ver oro en el piso; como ver algo que no tenía un valor colectivo.

Siempre tuve presente la idea de esos patrones. Tengo diseños de hace décadas inspirados en los maples que hoy aparecen en la muestra casi como un segundo decir, a pesar de que están primeros en la sala. Son paneles suspendidos en el aire, como si fuesen reliquias o rastros de una civilización que dejó bellezas en materiales valiosos.

–¿Cómo te vinculás con los desechos en esta nueva etapa?

–No es algo nuevo, siempre trabajé con un ojo puesto en el tacho de basura. Me interesa lo que la gente considera que no vale más. Ahí aparece la posibilidad de reinventar y sostenerse con lo dado. Vivo en la Argentina. Tuve todo tipo de crisis con la responsabilidad de un montón de familias sobre mis espaldas, jugándomela por crear oportunidades más allá de mí. Hoy elijo concentrarme en mi propio trazo y esta gran oportunidad con un material tan fértil para el ser humano. El textil es una gran posibilidad de ir y venir, de llegar y de estar conectados.

–Esto que decís remite a tus obras junto al colectivo Tsufwelej, que ya tuvieron éxito en la ARCOmadrid.

–En la mística latinoamericana las organizaciones originarias tienen una fuerte conexión espiritual con la energía vital de la Pachamama. Eso nos vuelve sensibles a celebrar la existencia y a ayudarnos a pensar, organizarnos y multiplicarnos. En todo ese aprendizaje, la Red Puna fue para mí una universidad; un proceso que me permitió sembrar la región de afectos.

Dentro de esos afectos, llego hace poco a Tilcara y me encuentro con la plataforma UNCU, donde Itamar Hartavise y Candelaria Aaset impulsan una conexión entre lo originario y el arte contemporáneo. Empiezo a trabajar con Candelaria y con Fidela Flores, artista textil del Chaco salteño, para hacer de la superficie textil una obra construida colectivamente. Candelaria desarrolla colores que envía a Fidela, quien tiñe el chaguar con tintes flúo y otros matices. Cuando recibo esas piezas, lloro de emoción: son bellísimas. Me animo a intervenirlas porque, más allá del trabajo compartido, vivo una experiencia profunda de comunión con las artistas y diseñadoras del proyecto. Imagino un futuro más conectado y capilarizado, en diálogo constante con las comunidades originarias, fortaleciendo vínculos y ampliando las redes de intercambio.



Fuente Clarin.com

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