La estoy viendo con Borges, tomados de la mano, en ese mismo globo aerostático que surcó serenamente los cielos de California, pero que ahora vuela alto, mucho más alto… Lo veo, meciéndose en un sitio donde, abajo, los países se esfumaron y donde todo es serenidad y paz. Y, posiblemente, luz.
En vida, ninguno de los dos era miedoso. A María le fascinaba el Cosmos y, a veces, fantaseaba con aprender a pilotear no sólo aviones, sino a ponerse el blanco traje espacial de un astronauta y subirse a una de esas naves.
Era una amante de la aventura y de la independencia. Borges la llamaba “ la esclava de la libertad”.( Así tituló Mario Mactas su precioso libro sobre María Kodama.)
En aquel globo, ella contaba que, extrañamente, sintió que flotaba, pero como si el globo no existiera. Que la hechizaba el silencio y la brisa suave que los iban acariciando y empujando . Y comparaba esa sensación con lo que percibía en Japón cuando daba sus conferencias: un singular respeto en la sala, una concentración, algo muy quieto y placentero.
Muchas veces hablamos de esa atracción que ella sentía por la inmensidad , por ese infinito que no podía imaginar pero sí soñar, por verse volando en los brazos del Universo. Siempre le había encantado viajar en avión. Decía que le hubiese gustado ir a Marte o a cualquier otro planeta. Quizás eso se asemejaba a la experiencia mística que había experimentado en el desierto de Marruecos, adonde gente conocida del escritor Juan Goytisolo, su amigo, la había acompañado. Esos árabes custodiaron su carpa y a ella, durante unos 10 días y noches.
Allí le pasó algo único, que jamás olvidaría, y que, según ella, modificaría luego muchas de sus conductas. Me lo contó así: “Recuerdo un atardecer en que sentí algo muy raro dentro de mí, no sé si en el cerebro o en el corazón. Algo indescriptible. (…)Fue una experiencia maravillosa. Allí, en el desierto, me sentí realmente libre. Esa vastedad me hizo entender las cosas desde otro ángulo”. Las vivencias espirituales no se pueden explicar con palabras.
En una de nuestras últimas charlas que publiqué, me manifestó que le hubiese gustado hacer un largo viaje, recorriendo los lugares en los que había estado con Borges y , me confesó, “dejar que mis lágrimas corran hasta hacer ese duelo que no pude llevar a cabo en su momento “ por el acoso malintencionado al que –según ella-fuera sometida después de la muerte de Borges.
María era así. Se movía como una pluma, como una sombra luminosa, estaba rodeada por una aureola de silencio y de misterio. Yo estoy segura de que nadie conoció sus tesoros ocultos, sus secretos. Tuvimos una amistad de 40 años, pero creo que los que la frecuentábamos( porque la queríamos y no por otras razones) sólo captábamos algunas facetas de ella, un atisbo de su persona, tapada por su personaje. Era un ser de cuento de hadas, viviendo entre dioses y monstruos, colmada de imaginación e irrealidades. Había que aceptarla, no entenderla.
María Kodama atraía y rechazaba a las personas con la misma intensidad. Los que estábamos cerca, nos sentíamos unidos a ella por algo impalpable, una suerte de fluido , un llamado sin voz. Sabíamos cómo hablarle, qué decirle, sus preferencias, sus límites, sus aversiones.
En los últimos meses –acaso años- supo ocultar sus enfermedades tan bien, que ni siquiera ella se consideraba enferma. Su muerte dejó muchos interrogantes, cuestiones en suspenso, asuntos sin resolver. Pero una niebla espesa se había cernido sobre ella. La envolvía completamente, sin que nadie lo advirtiera.
Un día antes de su partida definitiva, al volver a mi casa, compungida, anoté en una hoja de papel nuestro sintético diálogo, que resultó ser el último. Lo miro ahora y me da escalofríos.
Era el Sábado 25 de Marzo de 2023 , a las 12 horas. María estaba postrada, con oxígeno y morfina. Nos dijimos unas palabras lindas, dolorosamente lindas, importantes y finales. Telepáticamente, le comuniqué que Borges la estaba esperando. Ojalá lo haya logrado y me haya escuchado.
Luego, con sus ojos cerrados, la oí murmurar, con un hilo de voz y con largas pausas entre las palabras:
En nuestro diálogo ( publicado en La Gaceta Literaria ) me contó que, hacía un tiempo, había dado una charla en Montenegro y que, luego, la habían llevado a almorzar a un hermoso restaurante con vista al mar. “De pronto, pensé .¡Qué dolor! Es el primer lugar que conoceré sin Borges. En ese instante, el pianista comenzó a tocar la melodía de una canción que se llama “Fascinación” y que Borges me cantaba(…) El tiempo quedó detenido y sentí que había como algo mágico, intangible, como la música, que me decía: ¡Estoy aquí, compartamos este instante!”.
Ay, María. Estoy segura de que hoy, Borges y vos están unidos en esa dimensión de paz y libertad , y que están compartiendo todos los instantes. Todos los instantes del No Tiempo: la Eternidad.
Alina Diaconú es escritora