“León, que el ejemplo de Mandela te inspire y te haga lo más generoso posible en la vida”. La dedicatoria de John Carlin a mi hijo en la primera página de su libro, La sonrisa de Mandela, no es algo que el autor haya escrito al pasar en birome azul. Es el deseo que lo abraza desde que nació su propio hijo, a quien bautizó James Nelson -en honor a su padre y a Mandela- y a quien ha intentado enseñarle desde que empezó a hablar que lo más importante en la vida es ser generoso.

Carlin fue corresponsal en Sudáfrica del Independent londinense y fue uno de los pocos periodistas extranjeros que cubrió tanto la puesta en libertad de Mandela, en 1990, como su ascenso a la presidencia del país, un 10 de mayo como hoy, pero de 1994. Su proximidad al Premio Nobel de la Paz a lo largo de un período tan decisivo en la historia mundial le permitió observar al líder y al hombre, con todos sus defectos y virtudes. Porque a Nelson Mandela no le faltó ningún motivo para odiar, pero fue un manual anti-odio. Cuando recuperó su libertad luego de haber estado 27 años preso, siguió siendo generoso. Fue la antítesis de la maldad del poder, lo opuesto a un líder que despliega su talento para propagar el discurso del odio.

En su libro, Carlin sostiene que alzar un puño supone un gesto desafiante, mientras que levantar los dos es un acto de celebración. Cuando el líder negro salió de la cárcel alzó solo uno. Pero al llegar al poder levantó los dos. Decidió renunciar al odio para lograr la paz.

Su sueño de convertir Sudáfrica en un solo país, de convivencia pacífica entre blancos y negros, empezó a enhebrarlo en la cárcel. Allí hizo un curso por correspondencia de dos años de la lengua germánica afrikáans. Quería leer y entender la historia de sus enemigos. Creía que ponerse en la piel de ellos le daría ventaja a la hora de sentarse a hablar y negociar. No se equivocó: cuando llegó el momento supo cómo elaborar pactos y crear compromisos. Así, ambas partes cedieron para que todos salieran ganando.

“Mandela era un hombre sin dobleces. Decía que era generoso y se mostraba como tal, mucho más allá de cualquier necesidad política o interesada”, señala Carlin. Y apunta que trataba a todo el mundo con respeto.

Respeto: un valor que ahora y acá parece licuarse en la batidora de la política, y en los bajo-fondos de las redes sociales que nacieron como un espacio de democratización de la palabra y la libertad y se están convirtiendo en todo lo contrario.

Mandela, es cierto, hubo uno solo. Pero su legado se estira como llama eterna de reconciliación. Hugo Porta, el legendario capitán de Los Pumas que fue embajador de Argentina cuando el sudafricano comenzó su mandato, recordó hace poco una anécdota. Fue cierta vez que le llevó un facón argentino de regalo. Al desenvolverlo, Mandela le pidió un momento y sacó una moneda de su bolsillo: “Cuando uno regala algo con filo, se le debe devolver una cosa sin filo”.



Fuente Clarin.com

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