La incorporación de la Argentina a las Naciones Unidas en 1945 y las elecciones de Juan D. Perón a la presidencia fueron dos grandes desafíos que marcaron nuestra historia. Nos incorporamos a la Carta mientras todavía éramos objeto de un hostigamiento diplomático por parte de Estados Unidos y la animadversión de José Stalin, que nos rechazó en la Conferencia de Yalta (febrero 1945), por haber solo declarado la guerra después de la fecha límite que era el 1° de marzo de 1945.

En segundo término, Juan D. Perón, ganador de las elecciones en febrero de 1946, impuso una política exterior independiente, que fue contraria al reconocimiento de bloques y enfrentamiento de las ideologías que imponían las grandes potencias.

Al finalizar la Reunión de Consulta de Rio de Janeiro (enero, 1942), la Argentina se negó a abandonar su tradicional política de neutralidad, provocando una compleja tensión con once gobiernos latinoamericanos que declararon la guerra al Eje y el Secretario de Estado norteamericano Cordell Hull quien “quería poner a la Argentina de rodillas”.

A partir de julio de 1944, la mayoría de los latinoamericanos, Estados Unidos y Gran Bretaña decretan el aislamiento diplomático del gobierno de Edelmiro Farrell y no lo  invitan a Conferencia de la Guerra y la Paz que tuvo lugar en febrero de 1945 en México. Finalmente Bs As. declaró la guerra al “Japón y su aliado el Imperio Alemán“ (decreto 6945 del 27/3/1945) lo que le permitirá ingresar como miembro fundador de las Naciones Unidas.

Sin embargo, estuvimos sometido desde 1942 a confusas medidas de retorsión y penalidades económicas , fruto de las pasiones de Cordell Hull y del embajador norteamericano Spruille Braden, que trasladaron su odio contra el candidato presidencial Juan D. Perón.

Pocos recuerdan la terrible condena que la Argentina sufrió de manos de Estados Unidos por aplicar una política que fue tradicional desde fines del siglo XIX. Cuando Perón asumió nunca aprovechó este hostigamiento para hacer política antinorteamericana.

Se decretó la prohibición de exportar hacia la Argentina hierro, repuestos ferroviarios, productos industriales, prohibición de acogernos a la Ley de Préstamos y Arriendo, de transportar productos norteamericanos en barcos argentinos; bloqueo de depósitos en oro del Banco de la Nación Argentina y del Provincia; congelamiento de más de 400 millones de reservas depositadas en EE.UU.; presión sobre países adjudicatarios del Plan Marshall para evitar compras de productos argentinos, y muchas otras penalidades.

Perón negó la división del mundo en bloques ideológicos a pesar de que Winston Churchill, en 1946, anunció en la Universidad de Fulton que “una cortina de hierro“ había caído sobre Europa. Tampoco dudó en restablecer relaciones diplomáticas con la URSS, no obstante conocer el famoso telegrama del diplomático George Kennan recomendando la política de “contención” que Occidente aplicará contra el comunismo soviético hasta 1989. Recordando su negación a aceptar el aislamiento al régimen de Franco, el presidente Perón no olvidó su reproche: “nos colocaron como España, en la mesa de los vencidos“ .

La Argentina no adhirió a los Acuerdos de Bretton Woods , que establecieron el FMI, ni a la política comercial del GATT que sustituyó la malograda Carta de La Habana (1948), ni al multilateralismo económico de la ONU. Perón siempre fue anticomunista, pero jamás aceptó la confrontación este-oeste. Junto con la India votamos en contra de la Unión Pro Paz de la ONU que inauguró la guerra de Corea.

No podemos olvidar la brillante actuación del canciller Atilio Bramuglia en la Crisis de Berlin de 1948, gravísimo bloqueo militar entre las potencias que ocupaban Berlín – Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia – y la Unión Soviética. Bramuglia, quien nunca acusó a ningún gobierno de provocarla, permitió restablecer la paz ante la inminencia de un nuevo enfrentamiento. La gestión como presidente del Consejo de Seguridad que comenzó con un largo discurso sobre la “tercera posición” fue tan admirada en Washington que el secretario de Estado, el general Marshall, lo invitó a los Estados Unidos. A su llegada hubo carteles que pedían un premio Nobel para el argentino, y el presidente Henry Truman lo recibió con honores de un héroe.

El canciller Hipólito J. Paz, bajo instrucciones de Perón cambió el juego de Washington y en 1950 la Argentina obtuvo un crédito de 125 millones de dólares del Exim-Bank. Triunfamos frente al hostigamiento y comprobamos el fruto de la libertad de sostener una diplomacia soberana .

Transitar uno de esos momentos en que tiene lugar un “recodo de la historia” es para José Ortega y Gasset, un raro privilegio que la Argentina vivió en esos años álgidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. En esta etapa de sumisión y repliegue soberano, sea aquel un ejemplo para una juventud que espero aún siga creyendo en que el mito de la patria siga siendo la libertad.

Juan Archibaldo Lanús es diplomático e historiador.



Fuente Clarin.com

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