En 2024 el comercio internacional entre todos los países llegó al récord histórico de 33 billones de dólares (según UNCTAD). Desde que comenzó el siglo XXI el comercio transfronterizo entre todos los países creció 350%. Y ese fue uno -no el único- de los motores por el que el producto bruto mundial (de 105 billones de dólares) se duplicó en ese mismo lapso.
Varios motivos han permitido esta expansión del comercio internacional, desde la proliferación de tratados de libre comercio (hay hoy 373 vigentes en el mundo, mientras a inicios del siglo había 83) hasta la sostenida baja en el arancel promedio en frontera en el planeta (que ha descendido desde 15% hasta alrededor de 3% en 30 años). Según estimaciones de Banco Mundial, sumando el comercio transfronterizo de bienes y servicios, alrededor de 70% de todo el comercio internacional en el planeta está libre de aranceles.
Pero desde hace algunos años el escenario está complejizándose. Así, mientras la cantidad de medidas en frontera que obstruyen flujos de comercio aplicadas por diversos países trepó hasta las 3.200 en 2023 (en 2020 habían sido 1.800), en simultáneo, el comercio internacional aun crece en el planeta (según Organización Mundial de Comercio, en 2024 se elevó en un 2,7%).
Pues en medio de este proceso, el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, ha activado su política de utilización de aranceles en frontera para gravar las importaciones. Entre los efectos de esta medida está el encarecimiento del producto (por el más alto costo tributario), la mayor burocratización del flujo comercial receptivo y el desaliento a la internacionalidad. Algunos estudios aseveran que, en promedio, en el planeta el 20% de todos los productos está formado por algún componente importado.
Trump ha avanzado con la utilización de los aranceles desde que asumió hace menos de un mes. Todavía no está claro si lo está haciendo como mecanismo de negociación para obtener de determinadas concesiones a cambio de que esos aranceles sean derogados (así lo ha hecho ya con Colombia; a la vez que ha diferido por un mes su aplicación mientras activa una negociación con México y Canadá), o si estos aranceles serán usados como instrumento para activar disputas de poder económico (tal el caso de las tarifas impuestas a productos chinos), o si a mediano plazo discriminará “amigos” de “adversarios” con implementación o no de aranceles según el caso, o si habrá algunas subas arancelarias puntuales o si la suba será transversal y generalizada.
Estados Unidos es hoy el mayor importador del mundo (importa unos 4 billones de dólares anuales entre bienes y servicios) y su nivel arancelario promedio en frontera es bajísimo (2,7%; menor al promedio mundial y apenas un quinto del promedio argentino). La última (reciente) decisión fue imponer aranceles a la importación de acero y aluminio.
Ahora bien: si a lo que asistimos es a una política generalizada, lo que ocurrirá en Estados Unidos será un relativo aminoramiento de la internacionalidad de sus redes de valor (EE.UU., con un stock de 10 billones de dólares, es el país mayor receptor de inversión extranjera directa en el planeta). Además, es el país origen de la mayor cantidad de empresas globales (60 de las 100 mayores empresas del planeta son estadounidenses). Y, adicionalmente, si acaso se iniciaran como efecto unas posibles “guerras comerciales” con aranceles retaliatorios ante diversos países ello podría ralentizar el dinamismo de la economía global.
¿Se viene una guerra comercial?
La directora general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Ngozi Okonjo-Iweala, ha hecho una advertencia: “las promesas de aranceles en frontera del presidente de Estados Unidos podrían derivar en guerras comerciales con consecuencias “catastróficas” para el crecimiento mundial”.
La administración Trump responde que está poniendo en marcha reformas internas que permitirían contrapesar el impacto: reducción de regulaciones, eliminación de requisitos técnicos que encarecen la producción, baja sustancial de impuestos a empresas y achicamiento de la dimensión del sector público devolverían la energía al sector privado estadounidense (dicen), que es el más creativo, innovativo y disruptivo del planeta.
Aunque más allá de qué medidas emergen y cuáles desaparecen, la hoy ya constante imprevisibilidad del cambio de condiciones arancelarias puede asestar un golpe a proyectos de inversión y producción que -para progresar- requieren anticipación y certezas.
Las empresas mundiales han logrado una capacidad de resiliencia admirables luego de episodios (como la pandemia) que las han obligado a agudizar la revolución tecnológica. Pero hay riesgos si el mundo asiste a un cambio de régimen: de aquella esperada globalización universal hoy estamos marchando a un “competivismo” en el que la cooperación es reemplazada por las pujas y la geopolítica lleva a prácticas discriminativas. Un trabajo de UNCTAD revela que en los últimos dos años medidos el comercio internacional entre países geopolíticamente aliados creció 6% y entre países geopolíticamente distantes decreció 5,8%.
¿Asistimos a un exceso estadounidense o a la consolidación de un proceso mundial en el que los negocios son ahora friccionales y muchos países distinguen socios de adversarios?
Una pregunta emergente nos enfrenta: ¿cómo impacta esto en Argentina? Estados Unidos es un país de gran relevancia para nosotros: es el mayor destino de nuestras exportaciones de servicios (US$4.500 millones), el tercero mayor en las de bienes (le exportamos US$6.500 millones en 2024, especialmente compuestos por combustibles y energía y productos industriales), el mayor inversor externo en el país (US$29.000 millones) y la sede de decisión o calificación de las emisiones de financiamiento hacia Argentina.
El jueves pasado Trump anunció que aplicará “aranceles recíprocos” y nuestro país asoma como uno de los que podrían ser más afectados por esta medida. En materia especifica de acero y aluminio (los aranceles aplicados por Trump esta semana) Argentina exporta unos US$650 millones. Pero no sabemos si las políticas arancelarias escalarán contra todos o si excepcionarán a los “amigos”. ¿Es posible un acuerdo comercial bilateral que despeje la relación como pretende el presidente Javier Milei?
¿O quizás al menos un acuerdo de complementación para algunos rubros específicos (minerales, economía del conocimiento, energía)? Poco sabemos todavía ante lo imprevisible del proceso (Trump no se caracteriza por ser anticipable).
EE.UU., la mayor (y más internacional) economía del mundo está dando movimientos que se asemejan a un giro endocéntrico que contradice lo que lo hizo grande. El mundo está cambiando. Es difícil anticipar y extraer concusiones cuando se mezclan geopolítica, negocios, revolución tecnológica y seguridad nacional. Pero no es difícil advertir la incomodidad de que ya no todo es como antes. Desde que comenzó el siglo, los EE.UU. abiertos gozaron de un PBI que creció 170% y un comercio internacional que se elevó 310%. Pero se ha instaurado la era del “competivismo”, el mundo se ha complicado y en lugar de prever cooperaciones los países ahora reclaman compensaciones.