Un comentario de Bill Gates recalentó esta semana el debate sobre la cuestión de las emisiones del ganado vacuno, algo que enerva mucho a los productores de carne en todo el mundo. Vale la pena profundizar sobre el punto, más allá de las inevitables chicanas.
Lo que dijo el dueño de Microsoft es que la humanidad tiene dos caminos: o transita de dietas carnívoras a veganas, o la ganadería toma el toro por las astas y encuentra la forma de reducir las emisiones de metano, donde está el foco del problema.
La buena noticia es que lo que podríamos llamar la vanguardia inteligente del sector, en la Argentina, está viendo en estas cuestiones una oportunidad. Concretamente, es lo que se planteó la semana pasada, en el encuentro de Igaris, la alianza entre Viterra, el Banco Galicia y Bayer, y de la que dimos cuenta en estas páginas.
Allí se mostraron los resultados de mediciones sobre un millón de hectáreas agrícolas, determinando que las emisiones medidas apenas llegan a 1,5 toneladas de equivalente carbono por tonelada de grano producida. Es la décima parte de la huella de carbono de los principales competidores, Brasil y Estados Unidos. Datos de 400 productores que se largaron a medir y certificar, a través de la muy calificada y respetada Control Union. Lo interesante es que hay muchos casos en los que se logró la neutralidad en carbono e incluso hubo quienes exhibieron saldos positivos (más ahorro que emisiones).
La ganadería es diferente. Se trata de un negocio de “segundo piso”. Convierte la biomasa generada por fotosíntesis (pasturas y granos) en proteína animal. En este proceso hay emisiones. El problema no es el dióxido de carbono, que se recicla como alimento de las plantas. Los trabajos de Ernesto Viglizzo, potenciados ahora a través de nuevos documentos (como el que el experto elaboró junto a Manuel Otero, hoy director del IICA pero con fuerte formación en la veterinaria) son muy elocuentes: apuntan a mostrar toda la película, y finalmente demuestra la falsedad de mucho de lo que se le endilga a la producción ganadera.
Pero la gran cuestión es el metano. Tiene un efecto 20 veces más potente que el CO2, como responsable del calentamiento global. Lo peor que podemos hacer es negar lo que dice la abrumadora documentación científica. La humanidad se ha puesto de acuerdo en combatirlo, y el evento de Igaris lo subrayó con gruesos trazos de evidencias. Los grandes traders (Bunge/Viterra, Cargill, Dreyfus, Bayer, etc) están presionados por sus señores clientes y más allá de lo que decidan los Estados, ya se lanzaron a diferenciar productos según su huella ambiental.
Quienes intentan minimizar el asunto del metano se apoyan en su vida efimera. “Apenas 10 años”, dicen que pasan antes de que se convierta en CO2 y reinicie el ciclo de la fotosíntesis. Pero hay muchos rumiantes en el mundo que funcionan 24 horas por día, produzcan o no un ternero o un kilo de carne. La buena noticia es que toda la ciencia se puso a trabajar en el tema y ya están llegando al mercado algunos productos que permitirían amortiguar el impacto.
“Nos quieren vender más insumos”. No, muchachos. Es mucho lo que se puede hacer antes de incluir algo nuevo en las dietas. Por ejemplo, control sanitario y nutricional, para aumentar el porcentaje de parición. Una vaca que no tiene cría es carísima en términos económicos, pero también ambientales. Lo mismo un novillo que se faena a los 300 kilos, cuando tiene potencial de seguir generando proteína, grasa y cuero hasta más del doble de ese quilaje. No es lo mismo un novillo haciendo 1,2 kilos por día en condiciones controladas, que pasar el invierno “haciendo caja”. En tambo, los modelos más intensivos tienen también mejor huella de metano: con las mismas emisiones producen un 50% más de producto comercial.
Por eso, lo mejor, en lugar de ponerse nerviosos, es ponerse a pensar en respuestas serias a los Bill Gates de cada día.