Cuando era niño, las burlas por sus extraños movimientos y sonidos eran parte de su rutina escolar. Entre quienes lo hostigaban, había un compañero en particular que lo ridiculizaba sin descanso. Años más tarde, ya convertido en médico, el destino puso a ese mismo agresor en sus manos, en medio de una urgencia.
A los 13 años, el médico deportólogo y acupunturista uruguayo, Fernando Montero, fue diagnosticado con síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que se trata pero no se cura, y que provoca movimientos o sonidos involuntarios conocidos como tics. Sin embargo, los primeros síntomas habían aparecido cuando tenía apenas ocho.
Una noche, luego de un año de sufrir bullying por parte de un compañero, la angustia acumulada y el llanto dieron paso al primer sonido involuntario que escapó de su boca. “Un compañero de la escuela me hizo jurar por mis papás que no le iba a contar a nadie que mi mamá tenía cáncer. Me decía que si hablaba, ellos se iban a morir. Era mentira, pero a esa edad me lo creí”, recordó Montero en diálogo con Clarín. “Mis papás estaban muy preocupados porque me veían llorar todas las noches, pero yo no podía contar nada”, relató.
Durante ese tiempo, Montero intentó varias veces contarle a su maestra lo que estaba viviendo, pero sus palabras no fueron tomadas en serio. “Ella y la psicóloga minimizaban la situación, creyendo que se trataba simplemente de cosas de niños. No llegó a dimensionar nunca lo que yo estaba sufriendo”. afirmó.
Mientras su familia buscaba respuestas médicas, las burlas se intensificaban. Un tratamiento incorrecto le provocó ginecomastia (le creció una mama), y su cuerpo, marcado por la saliva que se le escapaba, su contextura pequeña y una fatiga constante que lo hacía quedarse dormido en cualquier parte, se volvió blanco fácil para las burlas. “Por cada tic que hiciera, me iba a pegar”, le decía su acosador. Un día intentó frenarlo, pero la respuesta fue brutal: “Se rió y me ahorcó hasta que me desmayé ahí mismo”, relató Montero.

La mala experiencia médica que tuvo en su infancia lo llevó a estudiar medicina, con la convicción de “escuchar y valorar lo que un niño siente y dice”. Años más tarde, su formación profesional lo enfrentó a una situación inesperada y personal. En medio de una urgencia médica, sin tiempo para pensar, se encontró cara a cara con su pasado: el paciente al que debía salvar era, nada menos, que su agresor de la infancia.
El día que el destino lo puso frente a quién le hacía bullying
Fernando Montero estaba en el casamiento de un amigo de la escuela cuando vio llegar a quien había hecho bullying durante toda la época escolar. Sin embargo, lo que más lo sorprendió no fue su presencia, sino su actitud: lo saludó con una sonrisa, un abrazo, como si nada hubiera pasado. Más tarde, en una charla, aquel excompañero le confesó que no recordaba haberle hecho tanto daño. “Ahí entendí que la persona que hace bullying, muchas veces no dimensiona el daño que causa y lo olvida. Él fue quien me despertó el síndrome de Tourette, y para él no era para tanto”, expresó Montero.

Horas después, alguien corrió a buscarlo porque un hombre se había descompensado, estaba tirado en el piso y necesitaban ayuda médica urgente. Cuando Fernando se acercó, vio que era su agresor. Estaba con una sobredosis múltiple, inconsciente, vomitando y en riesgo de morir por aspiración.
Cuando llegó la emergencia, un enfermero lo reconoció y celebró que hubiera otro médico en el lugar, ya que la profesional de guardia era pediatra y no sabía intubar. El uruguayo respondió que él tampoco, pero enseguida recordó que sí sabía.
Durante su residencia, un médico insistió en enseñarle esa técnica a pesar de su resistencia. “imagínate si vos te asfixiaras y necesitarás ayuda”, le había dicho. En ese instante, recordó la escena del pasado: su agresor, ahorcándolo en el colegio. Hasta el día de hoy, Montero está convencido de que aprendió a intubar por él y para él. “Fue la única persona que intubé en mi vida, y no creo que vuelva a hacerlo”, afirmó.
Lo intubó, y la ambulancia se lo llevó. Pensó que no iba a sobrevivir. Pero días después recibió un mensaje de él agradeciéndole por haberle salvado la vida. Lejos de guardar rencor, el uruguayo también le agradeció porque, para él, esas experiencias tan duras fueron las que lo formaron y lo impulsaron a ser quien es hoy. “Mi vida hubiera sido perfecta, hubiese vivido en una cápsula, en una mentira, jamás me habría dedicado a lo que hago. No habría podido ayudar como ayudo. Si pudiera volver el tiempo atrás y evitar todo lo que viví, no lo haría. Pasaría por todo lo mismo”, afirmó.
Para llegar a esa reflexión, Montero entendió que el bullying es, en el fondo, una forma de mal manejo emocional. “Es una descarga sobre otra persona. Un chico que no tiene herramientas para gestionar lo que le pasa, busca a alguien más débil para volcar todo eso”, explicó.