La sequía en el Oeste de EE.UU., centrada en la Cuenca del Río Colorado, ha sido tan aguda en los últimos 20 años que “Naciones Unidas” ha dejado de utilizarla como la categoría decisiva de sus programas y pronósticos ambientales; y ahora se refiere a esta situación como “aridificación”, que es una nueva normalidad extremadamente seca (algo semejante a lo que sucede con el Desierto de Sahara en África).
En el Oeste norteamericano están situados los dos mayores reservorios de agua de EE.UU., que son el “Lago Mead” en Nevada y Arizona, y el “Lago Powell” en el estado de Utah.
El reservorio del “Lago Mead” fue creado en 1930 cuando se construyó el “Hoover Dam” (6 grandes represas hidroeléctricas), un logro extraordinario de la ingeniería norteamericana, que fue realizado por el presidente Herbert Hoover (1929/1933).
Todo esto ocurrió antes de que el estallido de Wall Street y la consiguiente gran depresión de la década del ’30 arruinara el gobierno y la reputación del presidente Hoover, que sería sucedido de inmediato por el demócrata Franklin Delano Roosevelt (1933/1944).
Por su parte el “Lago Powell” fue creado en la década del ’60 (gobierno de Lyndon Johnson/1963-1969), con la construcción de la gran represa del Cañón del Glen (“Glen Canyon Dam”).
Ambas construcciones experimentaron en los últimos dos años los menores niveles de agua de su historia, hasta adquirir la crítica caracterización de “Dead pool Status”, lo que significa que sus flujos hídricos son tan débiles que ya no pueden impulsar las enormes usinas hidroeléctricas, que por consiguiente tienden a paralizarse, y que brindan electricidad a millones de estadounidenses, provocando un enorme impacto en estados cruciales de la Unión como California, Colorado, Nuevo México, Arizona y Nevada; y en todos estos estados, y en general en el Oeste, esto amenaza destruir a grandes sectores de la agricultura necesariamente irrigados.
En todo el valle central de California, donde se despliega la gran producción fruti-hortícola del país, y que ahora compite fundamentalmente con el gran sistema fruti-hortícola mexicano, convertido en un factor crucial de la economía Norteamérica (EE.UU/México/Canadá) a partir de la creación del NAFTA/ Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994.
Por eso, estos sectores de la producción agrícola estadounidense se encuentran frente a la necesidad imperiosa de establecer un sistema de cortes obligatorios de la provisión de agua.
El problema de fondo es que a la sequía crónica del Oeste – ahora denominada “aridificación” –, por su condición de nueva normalidad, se han sumado en las últimas dos décadas los efectos extremos del cambio climático, que encuentra a EE.UU, la primera superpotencia mundial, convertido en uno de los países más afectados por este fenómeno absolutamente catastrófico.
En este periodo tanto en EE.UU como en el mundo más de 90% de los mayores desastres ambientales como inundaciones, sequías e incendios (caso Los Ángeles) han estado directamente vinculados con el agua, y en general con la carencia de recursos hídricos.
Todo, en suma, se centra en la relación entre las tierras y las aguas, en una única e inextricable vinculación que remite a una raíz originaria, cuyo contenido es el “Hogar Común” de hombres, tierras y aguas, en la que el hombre no es un “superyó” que se impone a la naturaleza desde afuera, sino uno de sus componentes sustanciales, aunque no el principal. El hombre es un hijo de la naturaleza, y no un esclavista que la conduce a latigazos.
En este contexto las aguas profundas y los reservorios artificiales son cada vez más relevantes, porque son los únicos que ofrecen resistencia a la extraordinaria variabilidad del cambio climático; y todo esto sucede cuando la demanda del agua crece cada vez más por el alza de la población y los reclamos de la agricultura; y cuando la temperatura aumenta y las precipitaciones se reducen.
Hoy entre 20% y 40% de las tierras fértiles del mundo se encuentran degradadas; y esto afecta a más de la mitad de la población mundial. En estas condiciones la “sustentabilidad” no es una ideología ni una doctrina sino la condición de sobrevivencia de la producción agrícola en el mundo.