El Presidente ha nombrado por decreto al juez Ariel Lijo y al académico Manuel Garcia Mansilla para integrar la Corte Suprema, ignorando las numerosísimas impugnaciones al primero de ellos. Ha designado por decreto al nuevo embajador en las Estados Unidos. Ha prorrogado el presupuesto 2023 por segunda vez y así se autoriza a manejar a su arbitrio los recursos de todos.

El Estado, al que prometió destruir cual topo infiltrado, es la fuente de su poderío. Como en los populismos de todas las orientaciones ideológicas, el Estado es el botín: ¡saqueadores zurdos, fuera! Los decretos sustituyen a las leyes, ya sea para vetar iniciativas del Congreso, ya sea para imponer iniciativas del Ejecutivo.

La voluntad del presidente es ley. Para el presidente Milei no existen alianzas estables, todo depende de lo que está en juego en cada negociación. Un método basado en la rentabilidad inmediata -el método Trump que bien describe Carlos Pérez Llana desde su columna en este diario- y que impide consolidar relaciones de confianza.

Legisladores de distintas fuerzas de la oposición, sensibles como suelen ser a las necesidades de sus gobernadores cuando no a las suyas, no resistieron el canto de la sirena. Discurso dogmático, accionar pragmático y trueque de favores e intereses en un país federal en el que el federalismo es letra muerta y el centralismo impera.

Con una minúscula minoría en ambas Cámaras, Milei logró retener la iniciativa y ser el alfa y omega del sistema político. Es sabido que cuando los presidentes cuentan con importantes mayorías suelen comportarse como emperadores/as-lo hemos sufrido durante las largas décadas del kirchnerismo- pero la novedad de un presidente en franca minoría que no disimula su talante autoritario y gobierna por encima del Congreso sin detenerse ante la ley de leyes o la composición de la Corte Suprema, es de una gravedad institucional que plantea el interrogante: acaso una vez más hemos perdido la República.

Cuando el que manda no acepta que las instituciones pongan límites a sus deseos, la democracia se reduce a elecciones periódicas. El populismo es un modo de gobernar que consiste precisamente en un liderazgo ejercido por encima de toda mediación, encargado de una misión histórica-en este caso bíblica- que no reconoce en las instituciones límites a la voluntad del elegido por el pueblo.

Es una variante del género autoritario. El pueblo de Milei, “la gente de bien”, en lucha contra la “casta” con las herramientas de una batalla cultural para “cambiarle la cabeza al pueblo engañado por los zurdos de mierda”, de una motosierra para serruchar la burocracia pública engrosada y desregular una economía trabada, y de una guillotina para ejecutar a los desobedientes. Un “triángulo de hierro” que integran el Presidente, su hermana y un asesor contratado y todopoderoso, concentra las decisiones.

Toda una revolución en marcha, pero de signo contrario a la que iniciara Perón en el 46. Del Estado peronista proveedor de respuestas, incluso anticipadas, a las demandas del mundo obrero de entonces, al Estado “decapitado”- en el lenguaje de un Robespierre que encontró en el Estado su Bastilla y su objetivo, desterrar a los saqueadores. La suerte de los de abajo queda librada al mercado.

Como Perón, el Presidente quiere un partido creado desde el Estado con vocación de partido único, nutrido de radicales, peronistas y todo aquél que aspire a encontrar un lugar bajo el nuevo rey sol. Un polo mileísta que se enfrenta al antimileísmo, poblado de kirchneristas, de radicales, de peronistas no kirchneristas… Apuntalado por una oposición deshilachada que no encuentra quien le ilumine el camino y sepa guiarlos para convencer a una sociedad esperanzada en la estabilidad económica y la promesa de un futuro de prosperidad, el Presidente Milei avanza a golpe de decretos, de motosierra y de gillotina. Su administración se rige por el criterio de obediencia debida del funcionario y de su familia.

Lo sabe Osvaldo Giordano que debió dejar la Anses porque su mujer no votó lo que quería el Presidente. Lo sabe Cavallo que su hija fue penalizada por sus declaraciones. A esto ha llegado el Presidente para sorpresa de muchos e indiferencia de no pocos. Poco importa la expertise, subordinada como lo está a los designios mayores del nuevo régimen. Una administración en la que las intrigas, las acusaciones, la poca transparencia y los despidos de funcionarios definieron el primer año de la gestión.

Un populismo de signo reaccionario guiado por la consigna “Dios Patria y Familia”; un liderazgo movido por impulsos mesiánicos propios de los liderazgos populistas, un capítulo local del avance de las ultraderechas en Occidente dirigido por un anarcocapitalista paleolibertario que se identifica alternativamente con Terminator, con Moisés o con Aaron y no deja de comportarse como un influencer promocionando una criptomoneda que termina en un escándalo.

LLA avanza y la libertad de los argentinos retrocede al compás del atropello a la división de poderes; de una batalla cultural que desata las furias tribales entre guerreros virtuales y que, como nos enseña la historia, es la fuente de nuestros desatinos; de una motosierra que serrucha y de una gillotina que amenaza.

Acaso tendremos una oficina de la fe como la que acaba de inaugurar Trump. ¿Seguirá el Presidente imitando los pasos del presidente americano mientras avanza la destrucción creadora shumpeteriana, cae la inflación, se comienza a reactivar la economía y se mantiene la expectativa de un cambio que deje atrás un pasado de crisis recurrentes pese al rigor de un ajuste que no tiene otra guía que el déficit cero. Y muchos se preguntan, “si Milei fracasa, en quien vamos a confiar”. Un desafío para una oposición que si quiere ser competitiva deberá encontrar nuevos liderazgos que sepan convencer al electorado que votó a Milei como mal menor y al que no lo votó. 2027 ya comenzó.



Fuente Clarin.com

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