Hasta el 9 de marzo se puede ver la II edición de Ensayos naturales en el flamante Malba Puertos. El proyecto –curado por Alejandra Aguado–que toma su nombre de la compilación de Henry David Thoreau, tiene como propósito volver a mirar el entorno de la naturaleza, para recuperar el asombro, y al mismo tiempo advertir su potencia transformadora.
Un nuevo capítulo, conformado por doce de los quince paneles de Argentina (paisajes), realizados en plastilina por el dúo Mondongo (Juliana Laffitte y Manuel Mendanha) –adquiridos por el coleccionista Andrés Buhar para ser mostrados en el venidero Arthaus de Puerto Madero– en diálogo con las obras de Rosana Schoijett; tres de las cuales, los retablos, corresponden a una serie anterior, y los otros nueve fueron desarrollados especialmente para esta muestra.
Y si la técnica del collage consiste en pegar imágenes recortadas sobre un lienzo o papel, la artista, que antes trabajó como reportera gráfica, se toma la licencia creativa de adherirlas mediante costuras.

El hilo se vuelve, entonces, un aliado fundamental, aunque imperceptible, para superponerlas unas con otras y renovarles el significado en cada conglomerado compuesto por una exhaustiva selección de fotos que retratan la naturaleza, geografías varias y pinturas. Todas halladas por la autora tanto en libros como en fascículos de distintas épocas y diversas disciplinas; arte y botánica, entre otras.
También, para el grupo confeccionado en 2024, Schoijett añadió un catálogo del afamado fotógrafo Steven Meisel, por ende, fragmentos de una producción de moda para la marca Versace en la mansión del magnate de la revista Playboy en el 2001. Además de otros textiles extraídos de pinturas como El quitasol de Francisco de Goya, El hombre del turbante y La virgen del canciller Rolin, ambas de Jan van Eyck.

De acuerdo con esta última referencia, los collages pueden ser vistos en el marco de una respuesta irónica donde la artificialidad fashion pretende inmiscuirse en la naturaleza, hasta incluso tiene el tupé de intentar camuflarse en la vegetación que prolifera en todos los casos.
Y llevándolo al extremo, esos mantos de tela o vestimenta, tales como unos pantalones en denim, o la parte de una prenda, por ejemplo, una solapa, en tanto sinécdoque de la misma, también pueden ser reflexionadas en el contexto ineludible de la agenda ambiental y política de esta era. Léase la contaminación que la indumentaria provoca en el entorno, aunque ese no haya sido la intención deliberada de la artista.

Al mismo tiempo, estas piezas hacen posible pensar a la naturaleza implícita en el papel (material en el que están desarrolladas las obras y las publicaciones de origen de donde se extrajeron las imágenes), en consonancia con las prendas de vestir visualizadas que pueden estar compuestas por algún porcentaje de tejidos de fibras naturales, por caso el algodón u otro material similar. Y en contraposición, las ropas fabricadas con textiles de tipo sintético, algo más típico de la época a la que remite el catálogo utilizado.
Lo cierto es que, en todos los collages, la primacía de lo natural está indefectiblemente ligada a su potencia reparadora, por eso, se perciben las expresiones florales que fagocitan la superficialidad de los productos de pasarela y prevalece el paraíso continuo donde los seres sobrevienen mutantes y no encajan en clasificaciones.
Esas creaciones plagadas de vegetación que habitualmente suelen aparecer en las ilustraciones como fondo, ahora pasan a ser figuras abrumadoras de cada una de las obras. A su vez, se vuelven un respiro, no como pausa, sino con la idea vital de respirar –o volver a hacerlo– ya que, en definitiva, la muestra tiene como imperativo representar tanto la prolongación del recorrido de un duelo, sea este propio o colectivo, como también, en el reverso, la transición sanadora que implica retornar a la vida.

Sobresalen las composiciones visuales que no solo unen las partes entre sí, mediante la costura, sino que esta acción puede ser asimilada como una analogía con el acto de suturar. Es que, en este caso, además de adherir a los lados para generar nuevos sentidos, funciona como un recurso poético para cerrar la herida de aquello que fue dañado.
Así es que, el título de la serie más reciente Croma-crash Psicocompost inevitablemente se transforma en el epílogo de toda la exposición, donde “Croma” refiere a los distintos rangos del espectro cromático: verde, rojo, azul y amarillo, a los que se circunscriben algunas de las piezas, aunque también al imprescindible libro del director cinematográfico inglés Derek Jarman. A la vez que, si “crash” alude al momento fatal de un cambio dramático, dice Schoijett, que al mismo tiempo se asocia al nombre de la novela de J.G. Ballard. Por último, “Psicocompost” lo atribuye al parafraseo del psicopompo, ser mitológico que guía el devenir de las almas, vinculado a la idea esperanzadora del compost.