Sentada a una mesa, frente a una ventana que ocupa casi toda la tela, una mujer disfruta el paisaje: un árbol nevado en cuyas ramas hay pájaros multicolores tan vívidos, que el observador casi puede escucharlos cantar. Desayuno con pájaros (1934) es una de las obras de Gabriele Münter, que se exhibió hasta hace pocos días en el Museo Thyssen-Bornemizsa, en la primera retrospectiva de la artista expresionista alemana en España.

La muestra ha servido para que muchos descubramos la obra impactante de esta pintora de vanguardia, una de las fundadoras del movimiento “El jinete azul”, y también para asomarnos a sus exploraciones, que se codean con novedades literarias de estos días.

En la recreación de esa mañana, Münter (1877-1962) aparece de espaldas. Ese estar discreto, pero insoslayable (casi un “estar sin estar” o “estar como no estando”) se observa también en su fotografía, un lenguaje con el que comenzó a experimentar durante un viaje por los EE.UU., entre 1898 y 1900, cuando compró una máquina Kodak, de absoluta hi-tech en ese momento.

Münter suele colarse en esas fotos como dialogando de soslayo con la escena registrada por medio de su sombra proyectada en el piso. Esta marca puede considerarse un error de los fotógrafos inexpertos, pero se revela como una búsqueda expresiva en su obra, a la luz de cuadros posteriores en los que el juego de aparecer de espaldas en primer plano cobra sentido y peso.

Uno de ellos la presenta como la remera de un bote en el que de pie y de frente, entre otros personajes, se encuentra su pareja del momento: el pintor ruso Wassily Kandinsky. Aunque las demás dan la cara al espectador, Münter es la única figura activa de la escena, la responsable de que el bote avance.

Entre sus obras recordé el flamante Yo estoy en la imagen (Acantilado), del crítico Miguel Ángel Hernández cuyos deliciosos textos misceláneos exploran la mirada, desde la convicción de que nunca podemos quitarnos de en medio, de que resulta imposible ver sin verse. Münter lo sabía y la silueta contrabandeada en sus tempranas fotos ya expresaba esa verdad.

A esta artista formidable le debemos otra gesta: ocultó del nazismo una colección de arte expresionista en el sótano de su casa de Murnau (hoy devenida museo) y la conservó unida, a pesar de sus privaciones. Como regalo a la vida, al cumplir 80 años donó parte de ella a la ciudad de Múnich, en 1957.



Fuente Clarin.com

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