La noche del 18 de junio de 1969, el senador Ted Kennedy se retiró temprano de la fiesta que había organizado para homenajear a las Boiler Room, aquellas muchachas que habían trabajado con tanto esmero en la campaña presidencial de su fallecido hermano Robert. Kennedy no se marchó solo. Una chica de veintiocho años llamada Mary Jo Kopechne se fue con él sin que nadie lo notara.

A la mañana siguiente, cuando la encontraron ahogada en el auto del senador, todo el mundo se enteró. Kennedy declaró que había intentado salvar a Kopechne, aunque no informó a la policía del accidente hasta muchas horas más tarde. El hecho conocido como “el incidente de Chappaquiddick” puso fin a las aspiraciones presidenciales de Kennedy, quien, pese al escándalo, siguió ejerciendo cargos políticos.

Devenido en símbolo de la impunidad del poder, Chappaquiddick inspiró, por ejemplo, uno de los puntos argumentales de la serie Succession. Fue también el hecho que la prolífica escritora estadounidense Joyce Carol Oates tomó de referencia para su novela Agua negra (Fiordo), originalmente publicada en 1992.

En el libro, Mary Jo Kopechne se convierte en Kelly Kelleher, una joven interesada en la política que conoce en una fiesta a un senador demócrata treinta años mayor que ella. Lo que sigue es la discreta huida de la reunión y un accidente fatal cuando el auto en el que van derrapa en una curva para acabar hundiéndose en el río de aguas negras del título.

Oates trajo a su presente la historia y desdibujó algunos detalles, pero los lectores rápidamente reconocieron los paralelos entre la realidad y la ficción.

Incluso, más de lo que la autora pretendía. Según declaró en entrevistas, no había sido su intención hacer un relato novelado de aquellos sucesos, sino una suerte de parábola arquetípica sobre los desbalances de poder.

¿Qué llevó a esa chica a escaparse con un hombre mayor? ¿Por qué no descendió del auto cuando vio que él seguía tomando alcohol mientras conducía?

El personaje de Kelly lleva las marcas de su tiempo. Es una joven de los noventa que aspira a ser independiente y una profesional respetada, todo mientras se esfuerza por cumplir las prescripciones del horóscopo y los consejos de las revistas para mujeres al estilo Cosmopolitan. Una chica moderna a quien la atormenta pensar qué dirían sus padres si la vieran en el auto con ese hombre.

“Era una joven norteamericana, así que debes estar lo más hermosa posible y dar LO MEJOR de ti misma”, describe Oates a la psiquis de su protagonista, asediada por los mandatos de feminidad y la culpa que le genera su propio deseo.

Oates toma como punto gravitatorio los pensamientos de Kelly mientras se asfixia en el auto del senador y mantiene el pulso del suspenso de una narración que avanza como una espiral. Los mismos episodios se repiten y se expanden, iluminan el pasado de Kelly para volver a encontrarla desesperada por seguir respirando.

“Está a punto de suceder algo que nadie podrá evitar”, intuye ella mientras el senador maneja temerariamente, primero excitada por la aventura a la que ha decidido entregarse, luego, incapaz de alzar la voz. Ella sospecha que han equivocado el camino, él dice que van por un atajo.

¿Cómo contrariar a ese hombre que admira, sobre el que ha escrito su tesis en la universidad, que, para colmo, la ha elegido a ella entre todas las otras chicas de la fiesta? ¿Cómo hacerlo, si su madre le ha enseñado que ningún hombre tolera que lo pongan en ridículo?

Mientras el senador sale nadando, Oates se queda acompañando a su indefensa protagonista. A la espera de su rescate, Kelly imagina que le piden que cuente qué pasó. “Hay que ensayar el futuro con palabras. Tus palabras. Tu historia”, se dice a sí misma.

Mary Jo Kopechne no pudo dar su versión, fue víctima no sólo del ahogamiento, sino de los rumores póstumos sobre su reputación. A través de Kelly, Oates le da voz a su alter ego y la deja, aunque sea a través del disfraz de la ficción, contar su historia.

Agua negra, de Joyce Carol Oates (Fiordo).





Fuente Clarin.com

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