Puede parecer una formalidad poco sorprendente, pero no deja de ser un dato contundente: con el anuncio de Horacio Rodríguez Larreta de que será candidato “a algo” en las próximas elecciones porteñas por su partido Movimiento al Desarrollo, los dos pretendientes a la presidencia en la interna de Juntos por el Cambio de 2023 han dejado de pertenecer al PRO. El otro, claro, era Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, fan de Javier Milei desde que este asumió el Gobierno y en los hechos, una libertaria honoraria.

La movida de Larreta expone una vez más la desorientación y el desmembramiento del PRO en particular y de la oposición en general.

En el partido fundado por Mauricio Macri, más allá de las declaraciones de principios, lo cierto es que no saben cómo detener la hemorragia. Y no lo saben porque hasta el propio Macri duda entre aliarse con La Libertad Avanza -que en este momento sería algo bastante similar a aceptar ser cooptados- o jugar a una oposición blanda que apoye al Gobierno en todo salvo en las formas.

La sintomatología del PRO se verifica casi idéntica en el otro partido grande de lo que fue Juntos por el Cambio: el radicalismo. Basta repasar lo que han hecho sus representantes en el Congreso últimamente para comprobar el grado de descomposición del partido de L.N. Alem: hay votos para todos los gustos y volteretas que podrían dar gracia si no fueran tan grotescas.

El peronismo no ve una imagen muy diferente en el espejo. Ofrece una postura opositora aparentemente más firme y constante, pero lejos está de ser uniforme. Están los gestos de Axel Kicillof, que por ahora son apenas eso, pero lo cierto es que la mano de hierro de Cristina Kirchner, que marcó el ritmo durante una década y media, aprieta cada vez menos. Es simple: la expresidenta ya no es garantía de éxito.

Le pasa, en verdad, lo mismo que a los exsocios cambiemitas. No logra encontrar un ángulo crítico del Gobierno que sea eficaz.

Porque el arco político entero puede indignarse con el cambio de postura histórico del país frente a la guerra de Ucrania y gritar hasta la afonía que apoyar a Putin es antidemocrático, así como marcar la incoherencia de votar en la ONU con Cuba y China, pero si eso ayuda a que Donald Trump influya en el FMI para un acuerdo jugoso para la Argentina, todo pasa a ser apenas alharaca. Suena cínico. Lo es.

A la hora de evaluar la gestión libertaria, ¿cuántas veces más importancia dará el argentino promedio a que el sachet de leche valga lo mismo que el mes pasado a que Ucrania pierda el Donbás?

Baja inflación mata indignación.

Entonces la oposición critica lo que puede, que es bastante por cierto, pero esa crítica no pega donde duele. Queda nadando contra la corriente, algo fatal para cualquier político.

Tal vez, lo mejor que podría hacer es seguir el consejo que el gurú James Carville les da a los demócratas -otros opositores desconcertados- en una columna publicada este martes en The New York Times.

“Sin un líder claro que exprese nuestra oposición y sin control en ninguna rama del gobierno -escribe el famoso consultor-, es hora de que los demócratas se embarquen en la maniobra política más audaz en la historia de nuestro partido: ponerse de espaldas y hacerse el muerto. Permitir que los republicanos se desmoronen por su propio peso y hacer que el pueblo estadounidense nos extrañe. Recién cuando la administración Trump haya entrado en una espiral de 40 o 30 en los porcentajes de aprobación pública en las encuestas, deberíamos hacer como una manada de hienas e ir a la yugular. Hasta entonces, pido un repliegue político estratégico”.

“El Ejército -sigue la nota- tiene un término para esto: “Pausa táctica”. Es salir del combate diario, de hora a hora, en el que un lado (el nuestro) está en gran medida a la defensiva y lucha por defender posiciones políticamente cargadas, y tomarse el tiempo para reagruparse, mirar hacia adelante y tomar decisiones sobre a dónde queremos llegar en los próximos dos años. No creo que muchos estadounidenses estén esperando a que usemos los mismos argumentos de siempre y el mismo lenguaje de siempre para atacar a Donald Trump: están cansados de eso, y nuestros votantes están cansados de vernos quejarnos y quejarnos para encubrir nuestra impotencia fuera del poder. Quieren que seamos más inteligentes que eso”.

Cristina, Macri y Alberto Fernández perdieron sus gobiernos básicamente por una mala gestión económica. Nadie lo sabe mejor que Milei y su círculo. Todo lo demás -Ucrania, la batalla cultural, hasta Lijo en la Corte- es jueguito para la tribuna. Para que el otro equipo se enoje… y siga perdiendo el partido.

Por supuesto, y el criptogate es una prueba perfecta de ello, la derrota puede llegar gracias a los goles en contra. Milei, que fue arquero, debe recordar perfectamente la frase de Alfredo Di Stéfano a uno de sus entrenados cuando era DT del Valencia: “No te pido que atajes las que vayan adentro, pero por lo menos no te metas las que vayan afuera”.



Fuente Clarin.com

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