El peronismo se debate, confusamente, entre la vigencia de su viejo orden, los esfuerzos de unidad en Buenos Aires para dar una batalla de supervivencia política y la irrupción de algún dirigente nuevo, solitario, que le permite ilusionarse con la posibilidad de una renovación. En esos tres estados que componen la transición actual de la oposición principal existe un punto de convergencia. La influencia persistente, aunque menguada, de Cristina Fernández. La titular del PJ que, como tal, se ocupa desde su arresto domiciliario de no dejar ningún cabo suelto.

Gildo Insfran le regaló al peronismo en Formosa la victoria más contundente que, con seguridad, el partido opositor podrá recoger en 2025. Se acercó al 70% de los sufragios emitidos. Dominará la Convención Constituyente que se propone reformar la Constitución provincial, también la Legislatura y está dispuesto a desafiar a la Corte Suprema que advirtió sobre la inconstitucionalidad de las reelecciones indefinidas. Insfrán viene cabalgando en el poder desde 1995. Está próximo a cumplir 30 años de permanencia. Si logra introducir en la carta magna el gambito de que sus mandatos empiecen a contarse a partir del 2027, sortearía la advertencia del Máximo Tribunal y dispondría del camino allanado.

La ex presidenta se encargó de felicitar a Insfrán con quien los vínculos venían distantes. El formoseño no habría puesto todo el empeño que le reclamaron desde el Instituto Patria en favor de la campaña “Cristina libre”, desatada luego del fallo de la Corte Suprema que avaló una condena de 6 años de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos acusada de administración fraudulenta del Estado.

Cristina no estaría en condiciones de ser selectiva por tres motivos. Su situación política y judicial. La escasez de mandatarios del PJ que la rodean. La vigencia en Formosa de un régimen clientelar que nunca observó con malos ojos. Quizás porque, en muchos sentidos, tuvo semejanza con el que Néstor Kirchner y ella misma supieron edificar en Santa Cruz.

¿Cómo conciliar esa matriz de pensamiento con la algarabía que produjo en el kirchnerismo la aparición de Juan Monteverde como ganador en representación del peronismo de la elección de concejales en Rosario?. Una victoria, cuando hay desesperanza política, lo puede todo. Aquel joven de origen universitario y militancia de izquierda había dejado una marca hace dos años que no alcanzó a tener repercusión nacional. Perdió por poco la disputa de la intendencia con el radical Pablo Javkin, que consiguió la reelección en un contexto muy complicado. Su primer mandato transcurrió en tiempos del peronista Omar Perotti como gobernador. Signado por el narco-crimen en la principal ciudad de la provincia.

Monteverde trazó una estrategia inteligente para no perder el impulso que había conseguido en los comicios constituyente de abril, cuando quedó segundo del libertario Juan Pedro Aleart. El último domingo las posiciones se invirtieron para demostrar algo, al menos hasta ahora: a La Libertad Avanza le sigue costando mucho superar los tercios. Lo atrapó en la Ciudad con la victoria del portavoz Manuel Adorni.

Monteverde, a propósito, copió algo del plan que desarrolló en suelo porteño Leandro Santoro, que terminó segundo. Evitó rodearse de las figuras locales y nacionales del kirchnerismo. Hizo una campaña alejada de los medios de comunicación tradicionales. Con un perfil módico. Recién blanqueó su situación estructural cuando supo que el triunfo estaba asegurado. Conversó con Cristina y salió a dar reportajes que había evitado antes.

Todos esos movimientos le garantizaron una base de votos que, vale decirlo, venía trabajando hace años en los barrios carenciados de Rosario. Una herencia vacante que, en parte, le dejó el socialismo cuando fue apartado del poder. El entusiasmo de Cristina por la victoria tuvo otra razón. Monteverde priorizó la idea de la unidad antes que las discusiones ideológicas. El objetivo doble, que cumplió, era postergar a La Libertad Avanza y derrotar a Unidos, la coalición que apuntala al gobernador Maximiliano Pullaro. Al dirigente radical no lo mosqueó demasiado: gano en 17 de las 19 ciudades de Santa Fe donde se efectuaron comicios.

La ex presidenta supone que aquella experiencia de Monteverde podría replicarse en Buenos Aires. El territorio que de verdad le importa. De allí sus esfuerzos para que las diferencias que mantiene con Axel Kicillof, el gobernador, no se sigan ensanchando. La meta sería conseguir listas de unidad para las elecciones desdobladas del 7 de septiembre. El foco de Cristina está colocado en la Tercera Sección Electoral (el sur) donde iba a presentarse como candidata. Hasta que alumbró el fallo de la Corte Suprema. Allí se concentra lo más rancio del voto peronista. También un caudal de empadronados que, de participar masivamente, podrían abrirle al peronismo la chance de una victoria provincial.

La ex presidenta tiene anotados para aquella sección a dos candidatos. Su hijo, Máximo Kirchner. La intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza. Ambos de La Cámpora. La organización que más ha incomodado a Kicillof. El diputado aparece algo renuente por tres motivos. Debería ser reemplazante de su madre. Posee una ponderación social muy baja en Buenos Aires. Le costaría reponerse y continuar al mando del PJ bonaerense en caso de una derrota.

Otro interrogante respondería a la conducta colectiva. Se reitera una participación declinante, con excepción de Formosa. De las ocho elecciones realizadas hasta ahora, dos de cada cinco argentinos decidieron no votar de acuerdo con un cálculo de la consultora Poliarquía. En Santa Fe volvió a registrarse el último domingo una tendencia descendente. Del 56% de asistencia en abril se pasó al 52%. Una nueva modalidad ciudadana, según los expertos, de expresar el desencanto o la bronca con la realidad política.

¿Podría Máximo dejar la Tercera Sección y pasar a la Primera?. Para ese distrito hay anotados. Entre varios el ministro Martín Katopodis. O Federico Achával, intendente de Pilar. Si la premisa acordada por Kicillof, Máximo y Sergio Massa es colocar candidatos competitivos en todas las secciones, tal vez el hijo de Cristina esté en problemas.

Las negociaciones peronistas, amén del interés de los intendentes, debería contemplar otros aspectos. Por ejemplo, los reclamos de Juan Grabois que pretende estar en la disputa de octubre, aunque desea no quedar huérfano en septiembre. Cristina les recuerda siempre a todos que lo principal es la unidad.

Después vendrían las discusiones sobre lo viejo o lo nuevo. Aunque el kirchnerismo parece llevar su pasado como un karma. En el amanecer de las listas y de la campaña se conoció el fallo de la jueza de Nueva York, Loretta Preska, que obligaría a la Argentina a entregar la totalidad del 51% de las acciones que tiene en YPF por mala praxis en la estatización de la empresa en 2012. El veredicto estimó se serían unos U$S16 mil millones.

Aunque quede mucho por debatir y negociar respecto de aquel fallo, se reactiva la memoria sobre una época de auge de Cristina –con Kicillof en Economía– que retorna ahora como una maldición.



Fuente Clarin.com

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