Fue un conciliábulo de moscas vulgares y voraces, un acuerdo abyecto de escarabajos peloteros que comen mierda. Se arrastraron por senderos turbios de telarañas que emboscan la verdad desde las sombras.
Francotiradores de bazofia, furtivos, implacables, aniquilan cualquier atisbo de limpieza. Así cayó ficha limpia: entre gallos silenciados, para que nadie oliera la conjura que asfixió un grito por la justicia.
Los réprobos festejaron su torneo infame, la olimpiada de los sinvergüenzas. Sorprendidos en su podredumbre, dieron una vuelta olímpica teñida de oprobio. Si hay mandriles, como reza la peyorativa zoología oficialista, las cucarachas los vencieron. Operaron en la penumbra, esquivando miradas, exhibiendo su instinto rastrero entre las cloacas del poder argentino. Palabras “nobles” en la superficie, pero pútridas en su entraña.
Embustes. Engaños. Enredos malintencionados. Invenciones politiqueras. Falsificaciones. Dolo. Infundios. Fraudes.
Las cucarachas simulando candor brindan en la penumbra, celebrando su victoria con el descaro de quien sabe que la basura es su reino.
La decencia llora por la justicia que no fue.
El país honrado se desangra en su propia frustración.
No fue ajedrez, ni trampa sutil. Fue un puñal clavado en la espalda de una mayoría que solo pedía lo obvio: que los delincuentes no trepen a tronos que no merecen. Pero ahí están, pavoneándose en los andamios del poder, pisoteando los restos de la decencia. La abanderada de los corruptos, la ex presidenta, sigue izando su estandarte: la impunidad. La mugre política es una plaga que devora toda limpieza.
Aprobar la ficha limpia nunca iba a ser fácil. La suciedad que se aferra al fango con afiladas uñas de infamia. Silvia Lospennato, con furia contenida, no muy contenida, lo sentencia: “Faltaron dos votos. Los de los senadores misioneros, hasta entonces lacayos del gobierno. Si no se daban vuelta, había ley. Si el gobierno no lo sabía, fue una torpeza criminal de su jefe de bloque. Si lo sabía y dejó caer la ley, es una traición imperdonable. Sea como sea, son cómplices de la impunidad. La verdad, tarde o temprano, los desnudará”.
El presidente, en cambio, insiste; “ los votos no estaban”. Otras voces replican: ¿Si sabía que no estaban, sabía que Misiones traicionaría la ficha limpia?
La dialéctica hierve, pero los hechos rugen más alto. La demolición de ficha limpia es un escupitajo a la meritocracia moral, un ultraje a los que trabajan y deben presentar certificados de buena conducta. Los que viven de mordidas y triquiñuelas, continúan blindados por escuderos que sabotean la transparencia.
Contaba Horacio Quiroga, desde las selvas de Misiones: “No hay mañana para los que no trabajan, respondieron las abejitas que saben mucho de filosofía”. Le respondían a la abeja haragana, que no quería trabajar pero si las mieles del esfuerzo ajeno. En Misiones, abejas haraganas tejieron la patraña. Los senadores de esa tierra cambiaron su voto, arrodillados ante el patrón. Todo lo orquesta el mandamás en las sombras, Carlos Rovira, señor feudal que maneja los hilos desde su unicato mal disimulado. Como un yacaré al acecho, dirige a sus peones políticos, que a cambio de impunidad y de un mendrugo de poder, no escatimaron vilezas.
Los votos para la ficha limpia estaban. Contados, prometidos, asegurados. Pero a la hora de la verdad, se esfumaron como humo negro. Las promesas se hicieron añicos, los pactos se traicionaron, y la esperanza se estrelló contra un muro de hipocresía. ¿Estaban los votos o no? La respuesta es una herida abierta: la corrupción, esa peste que carcome el alma de Argentina, no se doblega. No se va. No muere.
Se ríe en la cara de los justos, se burla de los que aún creen en un mañana mejor
La ficha limpia pudo ser un antídoto, un primer golpe contra la gangrena del sistema. Iba a salir. Ya salía. Pero un relámpago de traición lo frenó. La corrupción, sombra eterna, alzó su trofeo entre los escombros.
La ilusión llora por la justicia que no fue.
Y sí, Argentina, lloramos por vos. Por nosotros.