“Es que la gola se va/ y la fama es puro cuento/ y andando mal y sin vento/ todo, todo se acabó”: así dice el tango “Vieja viola” (1932), de Humberto Correa, evocando las glorias pasadas de un cantor alcoholizado y decadente.
Ahora la fama ya no es un “cuento” (relato mentiroso, memoria ilusa), sino más bien una imagen que se desvanece cuando deja de ocupar la retina de los espectadores. Tampoco se alcanza la celebridad por los mismos caminos o motivos que en otras épocas. El cantor del tango de Correa tuvo “gola”: una garganta musical, capaz de una ejecución virtuosa, que los años y la mala bebida fueron minando. Ser notorio por buenos o malos motivos, es decir, ser “famoso” o “infame”, implicaba siempre haber hecho antes algo para merecerlo, ya fuese un aporte destacado a la comunidad o un delito descomunal.
Algunos llegaron a cometer hechos atroces solo para ser recordados. Como Eróstrato, que incendió en 356 a.C. el maravilloso templo de Artemisa en la ciudad de Éfeso, y que le dio su nombre (“síndrome de Eróstrato”) a ese trastorno psicológico.
Los que padecen en el presente las mismas ansiedades no necesitan, en principio, hacer nada notable, ni malo ni bueno, para volverse visibles (al menos por un tiempo) ante vastas audiencias.
El auge mundial de los reality shows en su formato “Gran Hermano”, posibilitó que personas hasta ese momento ignotas fueran observadas por millones de espectadores en sus mínimos actos cotidianos mientras interactuaban en un espacio ad hoc.
¿Por qué podría interesarle a tanta gente asomarse impúdicamente a otras existencias durante las 24 horas del día? Novela sin texto, libreto sin guion, la escena que “Gran Hermano” propone representa a seres comunes en una actuación tan “normal” como puede serlo dentro de un micromundo de laboratorio donde se proyectan las relaciones sociales.
El Big Brother que todo lo ve y lo sabe, terrible distopía del control social absoluto en la novela homónima de George Orwell, se ha banalizado, convertido en masivo entretenimiento.
Algo similar ocurre con muchos influencers. Fuera de quienes ya son muy conocidos por otras razones (estrellas del espectáculo, de la política, de la moda), otros y otras, sin ningún talento o mérito específico, se dedican a cosechar likes que pueden monetizarse si les alcanza el número de seguidores.
La aspiración económica es una razón para que muchos se aboquen a la tarea de generar contenidos vendibles, pero no necesariamente la más importante.
El ardiente deseo de ser famoso por el mero hecho de serlo, suele estar detrás de esas vidas imaginarias en las redes sociales. Como lo muestra la docuserie Fake Famous (Falsos famosos) hasta llega a volverse un trabajo extenuante que cuesta sostener, fogoneado por el vacío interior.
Algunos lo abandonan voluntariamente cuando se dan cuenta de que hay otra vida posible (la genuina), más allá del reflejo de las pantallas.