Una ballena se tragó por unos segundos eternos a un joven en la marítima Patagonia austral chilena. Él se salvó. Tres segundos dentro del monstruo que al fin, benévolo, lo devolvió a la luz.

Como a Jonás, cuyo castigo divino lo sumergió en el vientre mítico de una ballena, o como a Pinocho, la ballena, el gigante mitológico también alberga en su oscuridad interior a una sociedad ahogada una y otra vez.

Durante décadas nos devoró la ballena de la inflación. Parece que nos iríamos liberando de ese apetito que rompe la sociedades devaluando la moneda, el trabajo y desesperando porque es inalcanzable. Es su hambre que deglute dinero en tanto lo llena de vacío.

Pero no todo es la economía.

Nos devora la mala educación.

La escolarización corrompida en dogmatismos, en deserción masiva, en una diáspora del sistema escolar, que lanza a centenares de miles de chicos a las calles peligrosas.

Las calles criminales nos tragan a todos.

Hay niños que salen con sus padres a robar, es así, aunque es increíble. Y hay otros niños que son robados, abusados, castigados.

La niñez no exonera los monstruos que la rodean.

Nos traga a todos la gran ballena blanca de la droga. Hipnotiza para matar, para infiltrar la política, para intoxicar los cuerpos, para someter a la lógica de la extorsión y de la muerte, para romper y corromper.

Hay ancianos atacados, atados vilmente mientras les quitan sus bienes, y cobardemente los golpean.

No son hechos menores, sino mayúsculas señales de distorsiones gravísimas.

Esos tormentos son frecuentes.

Indican la presencia de la inmoralidad más absoluta.

Nos traga la hipocresía de los impostores, de los que declaman honestidad y buenas intenciones y son villanos vagamente disfrazados de santos.

Nos traga la ballena del miedo. Es inevitable.

Escribió Melville en Moby Dick: “No está en ningún mapa. Los lugares verdaderos nunca lo están”

¿Dónde está el mal argentino, la ballena asesina?

En todas partes y en un sentido en ninguna. Brota y sale a la superficie en cualquier sitio. Está sumergida pero de pronto emerge en un robo que termina en sangre.

En muertes provocadas por un alcoholizado al volante.

En la policía del conurbano en complicidad con el narco.

En cuevas donde se traman toxicidades y se acumulan funerales por venir.

Lo esencial se hunde en las profundidades.

Lo tenebroso renace en las maniobras políticas para mentir y simular patrioterismos demagógicos.

Emerge la ballena que nos devora en las fauces de los corrompidos y eternos caudillos feudales.

Sale a la superficie para devorar la tranquilidad en el triunfalismo, cuando todavía no hay campeonatos ganados.

Porque como la hydra, la ballena tiene mil cabezas.

La economía no puede ocultar ni sus otros rostros perseguidores:

Nos devora la ballena que incinera intencionalmente los bosques en el sur.

Nos traga y deglute en las fauces ensangrentadas de los socios de las dictaduras, como los amigos de la Venezuela de Maduro, que en la Argentina no fueron pocos.

Nos traga la ballena de Hezbollah que arrojó dos bombas en Buenos Aires, y tiene conexiones y ambiciones locales al punto de haber firmado un pacto de impunidad con Irán, la potencia agresora que instruyó a los terroristas.

Nos devora el fanatismo transversal. Los obsecuentes irredentos.

No traga el estatismo carnal. Emboscado detrás de un libertarianismo anárquico, paraoficial, narrativamente agresivo y utópico desde donde emerge a veces un tradicionalismo que disciplina los cuerpos y que exonera como si viviéramos en la época victoriana conductas personalísimas. Desde un púlpito ultraconservador se conciben algunos voceros a sí mismos como faros de la moral, y deciden quien es pecaminoso y quien no.

Como si hubiera que arrodillarse ante el confesionario paraoficial de los defensores de la fe de los cuerpos “sanos”.

Enseña Melville en Moby Dick que “ el valor proviene de una justa estimación del peligro que se afronta…un hombre que ignora el miedo es un compañero mucho más riesgoso que un cobarde”.

La prudencia frente a la ballena que nos traga, que está en todas partes y en ninguna, y que por eso es inasible y de pronto letal, es esencial.

La ballena que nos engulle tiene una característica paradojal. Somos nosotros mismos los que nos devoramos y los que tenemos la potestad o no de volver a la superficie.

La gran ballena blanca es la Argentina, nosotros, no los otros.

Es una sociedad que busca desesperadamente salir del vientre del monstruo.

De pronto sale, y de pronto el océano de dificultades no lleva a derivas en las que se fomentan ignorancias hundidas en eslóganes.

Ballenas blancas de palabras vacías.

Al joven de los mares australes la ballena lo arrojó nuevamente a las aguas.

Una sociedad entera puede volver a nadar en las aguas y hacia el horizonte si hondamente asume una voluntad oceánica de salir.

Sin autoritarismos disfrazados.

Escribió Melville: “En todas las cosas está oculto siempre un significado: de lo contrario, poco valdrían, y el mundo mismo no sería más que una cifra vacía”

El significado es que toda sociedad decide su propio destino.

Dentro o fuera de la ballena.



Fuente Clarin.com

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