La relación entre el agro y los plásticos comenzó en 1950. En esa década se empezaron a usar las primeras películas de polietileno en los invernaderos. En los ’60 su uso se expandió gracias al “mulching”. Llegaron luego las tuberías plásticas de los sistemas de riego por goteo, hasta que el consumo explotó literalmente en los ’80 con la llegada de los envases de agroquímicos y a un significativo aporte argentino: los silos bolsas.

Según la FAO, en 2019 la agricultura utilizó aproximadamente 12,5 millones de toneladas de productos plásticos. Si a ello le sumamos los 37,3 millones de toneladas en envases de alimentos, la producción de alimentos demandó -aproximadamente- el 11,2% del consumo global de plásticos. Y, además, se estima que su uso aumentará un 50% para 2030. El agro se ha convertido en un jugador tan importante para la industria plástica que ha sido necesario crear una nueva expresión: plasticultura.

Este aluvión no ha sido gratis para el ambiente. Desde hace algún tiempo, es visible para todos, una de sus consecuencias más manifiestas. Pocas imágenes más desagradables que encontrarnos con esas montañas de bidones vacíos amontonados junto a los molinos. Afortunadamente, gracias a la sanción de la Ley 27.279 en el año 2016, se establecieron requisitos mínimos de protección ambiental para el transporte, el almacenamiento, la recuperación y el reciclado de estos envases.

A consecuencia de esta ley, en 2018, las principales compañías fabricantes y comercializadoras de agroquímicos crearon Campo Limpio, una fundación que coordina un programa de recuperación y gestión responsable de los envases. Un esfuerzo loable, sin dudas, pero que urge acelerar, pues, a pesar de su sostenido crecimiento, el porcentaje de recuperación apenas alcanza al 15% de los bidones que se venden anualmente.

Sin embargo, el principal impacto ambiental de los plásticos no es visible a nuestros ojos, y es mucho más grave de lo que -a priori- podemos imaginar: estamos hablando de los microplásticos. Pequeños fragmentos de plástico, menores a 5 mm, que resultan de la descomposición de los mismos debido a la exposición al sol y las condiciones climáticas y que son extremadamente difíciles de eliminar.

El termino se popularizó gracias a un trabajo publicado por Richard Thompson en Science. Su estudio mostró -por primera vez- que estas pequeñas partículas estaban presentes, de forma generalizada, en los océanos. Progresivamente, las mismas han sido detectadas en todos los rincones del planeta: desde la nieve de la Antártida hasta el aire que respiramos y el agua que bebemos. Estudios recientes incluso los han encontrado en placentas humanas, pulmones y sangre; o sea que ya forman partes de nuestros cuerpos.

Si bien el problema comenzó mucho antes, recién en los últimos 20 años la comunidad científica y los organismos internacionales pudieron dimensionar la magnitud y complejidad del fenómeno, y solo en la última década se ha vuelto un tema prioritario para las políticas ambientales y sanitarias. Hasta hace poco tiempo, la principal preocupación era la contaminación de los océanos, sin embargo, recientemente, la FAO alertó que la acumulación en los suelos agrícolas podría ser mucho más grave. Se estima que entre 4 y 23 veces más microplásticos podrían estar siendo liberados en los suelos agrícolas que en los océanos, cada año, debido principalmente a la plasticultura, la contaminación y al hecho que los plásticos en la agricultura están en contacto constante con factores que aceleran su fragmentación. La contaminación del suelo es una amenaza invisible pero potencialmente más severa, con impactos directos sobre la producción de alimentos, la salud del suelo y la biodiversidad.

En Argentina, las investigaciones sobre micro plásticos en la agricultura están ganando relevancia. Estudios del CONICET y universidades como la Universidad Nacional de General Sarmiento los han detectado en suelos agrícolas, particularmente en zonas donde se usan acolchados plásticos en cultivos hortícolas. También investigaciones realizadas en cursos de agua cercanos a áreas agrícolas han revelado su presencia. La Universidad Nacional de Rosario y el CONICET están realizando estudios para monitorear la presencia de micro plásticos en el agua y su posible impacto en la producción agrícola.

La única solución para esta amenaza es comenzar a reemplazarlos por productos biodegradables. Afortunadamente son varios los emprendedores y los investigadores que están trabajando detrás de este objetivo. Estos son algunos de los casos que vale la pena mencionar:

1. Bionbax: está construyendo una planta en Roldán, Santa Fe, para producir bioplásticos a partir de aceite de soja, buscando reemplazar los plásticos convencionales por materiales biodegradables. Se espera que esta planta esté operativa este año, convirtiéndose en la primera de Latinoamérica en producir bioplásticos a partir de insumos locales.

2. INMET: se especializa en la modificación genética de microorganismos para producir bioplásticos derivados de glicerina, un subproducto de los biocombustibles.

3. Mycorium Biotech: este startup desarrolla biomateriales utilizando hongos y residuos orgánicos. Su tecnología permite crear envases biodegradables y comestibles.

Sirva este artículo como un llamado de atención frente a esta silenciosa amenaza a nuestro recurso más valioso. Como decimos siempre, para poder tener una verdadera dimensión del problema es clave comenzar a medir, sólo a partir de allí podremos tomar medidas antes que sea demasiado tarde.



Fuente Clarin.com

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