Se cumplen 150 años de la muerte de Juana Paula Manso. Su prédica anticlerical –no antirreligiosa ya que se reconocía creyente– ayudó, sin duda, a lanzarla al olvido. Así, fue enterrada en el cementerio británico o “de los disidentes” por rechazar los óleos de la extremaunción e ignorada después casi por completo en el mundo académico de las letras y las artes –e, incluso, increíblemente, en el educativo–, desplazándola del canon universitario, arrojada al fuerte destierro al que la destinaba su doble condición de mujer impulsora de la lucha por la igualdad social y política y pedagoga preocupada por la formación de la niñez.
Felizmente, en los últimos años diversas iniciativas comienzan a divulgar su obra en las aulas y las redes, aunque se constata que estamos lejos aún de lo que merece su enorme legado.
Cosmopolita, políglota, demócrata, con matriz porteña y residencias en Montevideo, Brasil, Estados Unidos y Cuba, logró miras supranacionales. Una de sus primeras obras literarias –la traducción del francés de un texto cuando tenía 16 años– fue para recoger el legado de una heroína griega de familia pudiente, Mavrogenia, que abandona todo para luchar por la independencia de su país de la opresión turca, constituye un ejemplo que, en tiempos presentes, bien podría asimilarse con la solidaridad con las mujeres aún condenadas a morir apedreadas en África o Asia, a los niños y madres palestinos sufrientes del terror cotidiano o a las miles de víctimas anuales por femicidio, crueldades que suelen quedar impunes.
Una simple búsqueda por IA indica que “la discriminación de la mujer es un problema global persistente que se manifiesta en diversas formas, afectando la igualdad de oportunidades, el acceso a recursos y la participación plena en la sociedad”.
Repitamos entonces que estamos en deuda con Juana Manso porque su honor y sus posturas principistas y de alta moralidad republicana claman por una mayor divulgación entre las nuevas generaciones que desconocen casi por completo la potencia de su pensamiento y lucha. Y no exagero.
En clases y coloquios suelo hacer un desafío sencillo: que el auditorio –altamente variado– nombre sin hesitar diez mujeres destacadas del siglo XIX. La respuesta suele ser muy dubitativa y pasar de cinco, poco habitual: los de izquierda recuerdan a Flora Tristán, creadora según algunos de la frase “proletarios del mundo uníos”; los amantes de la literatura del romanticismo a “George Sand” –seudónimo de Amantine Dupin, amiga de Flaubert, Lamartine y Victor Hugo y amante de Chopin–; mujeres adultas recuerdan a “Mujercitas” y a Louise May Alcott, una lectura clásica; otra franja tiene presente a Florence Nigtinghale y quienes son afines a la ciencias sociales a Mary Shelley, por hija de Mary Wollstonecraft una de las pioneras del feminismo, o por ser la autora de una de las primeras novelas de ciencia ficción con su “Frankenstein o el moderno Prometeo”, y las docentes, a Mary Mann.
La lista suele sumar a Victoria I, la reina de Inglaterra, alguna actriz … y luego, los nombres empiezan a flaquear y aparecen otros que, en rigor, corresponden al siglo XX, como las sufragistas o Marie Curie. Las respuestas denotan una evidencia: la presencia pública de la mujer era ínfima. Diré entonces, sin más rodeos, que Manso, en mi opinión, fue una de las diez mujeres más importantes de la cultura occidental del siglo XIX.
Nacida en Buenos Aires, muy joven Juana abrazó el romanticismo, aunque, en un “mundo de hombres” su figura no es incluida y, claro, no participó de las reuniones. De impronta rivadaviana y exiliada del rosismo, fundó escuelas por iniciativa propia, incursionó en la dramaturgia, la novelística, la poesía, el periodismo y la música. Fue la primera directora de la primera Escuela de Ambos Sexos de Buenos Aires, y también la primera mujer vocal del Departamento de Escuelas.
Introdujo en el país novedades pedagógicas –las ideas de Pestalozzi y Fröebel– y los recreos y el inglés, entre muchas otras iniciativas. Lanzó en 1854 el Álbum de Señoritas, en 1862 dio a conocer su texto escolar Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y, durante más de diez años dirigió –hasta su muerte– los Anales de la Educación Común.
Fue repetidamente amenazada y burlada en cartas públicas o impedida de dar conferencias, como en Chivilcoy, donde donó un importante lote de libros de su pertenencia para fundar la segunda biblioteca popular del país. La inmensa figura de Juana Manso todavía en las sombras pone al descubierto cuánto camino falta aún recorrer para que Rosa Guerra, Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti e incluso Petrona Rosende que en 1830 –sin firmar– publicó una de las primeras publicaciones para mujeres del mundo, ocupen el lugar que merecen. En la lista, Mariquita Sánchez, Manuela Pedraza, María de los Remedios del Valle y Juana Azurduy, sin duda, firmarían al pie.
En efecto, los argentinos seguimos en deuda con nuestras “heroínas” y en especial con Juana Manso, deuda que se acrecienta cada día que los derechos de género son conculcados, la educación pública devaluada, y los valores democráticos, como el de la intocable libertad de prensa, amenazados. En tiempos de “niunamenos” es hora entonces de comenzar a pagar esa deuda, sin cancelaciones… y con los punitorios del caso haciendo honor a sus propias palabras; “mi divisa es el consejo de Lincoln: ‘La verdad, toda la verdad’”.
Ricardo de Titto es historiador. Coautor de “Mujeres de la política argentina”, Aguilar, 2001.