José Siderman había sido un hombre apacible que hablaba sin levantar la voz. El sostenido reclamo de justicia por el despojo de sus bienes, las torturas y la persecución que padeció durante la última dictadura no cambió su personalidad, pero definió una causa personal por la que dio charlas, se vinculó con organizaciones de derechos humanos y promovió un juicio ante tribunales estadounidenses con un resultado histórico: fue la primera vez que un ciudadano litigó contra un Estado y logró imponer su demanda.

Alberto Luis Zuppi
Editorial Planeta
Mientras trataba de interesar a abogados y organizaciones y daba charlas a estudiantes de Derecho en el estado de Florida, Siderman tomaba notas y escribía sus memorias. “Siempre comenzaba desde el principio de su ordalía como si no la hubiera descrito antes o como si hubiera otros detalles que quisiera agregar”, escribe Alberto Luis Zuppi en El caso Siderman (Ed. Planeta), el libro que relata la historia.
Las memorias de Siderman no son la única fuente para reconstruir la historia. Abogado, profesor universitario y autor de obras de derecho publicadas en EE.UU. y la Argentina, Zuppi comenzó a interesarse por el caso cuando tradujo del inglés el fallo por el cual la Argentina aceptó un acuerdo extrajudicial después de un litigio que insumió dos décadas. La sentencia recapituló los hechos y en 2001 fue citada como antecedente por el juez Gabriel Cavallo en el fallo que anuló las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Lo singular de la historia no se agota en el plano judicial. Empresario de la construcción, radicado en San Miguel de Tucumán, Siderman fue secuestrado por Montoneros antes de que un grupo de tareas de la policía provincial irrumpiera en su casa durante la madrugada siguiente al 24 de marzo de 1976. El subtítulo del libro de Zuppi, Casi una novela, refiere a esa peripecia extraordinaria sin despegar a la narración de los hechos históricos.
La saga familiar aporta otro marco de referencia. El padre de Siderman llegó a Buenos Aires a principios del siglo XX desde el puerto de Odessa, escapando de pogroms y de las levas del ejército zarista; había trabajado como artesano de parqués y el oficio fue el punto de partida de la empresa que constituyó en la Argentina. La compañía se consolidó con la adquisición de una estancia en el extremo sudeste de Tucumán para producir la madera que necesitaba como materia prima.

José Siderman se instaló en Tucumán a la muerte del padre. El pueblo vecino a la estancia, Taco Ralo, se hizo conocido en septiembre de 1968 cuando la policía descubrió un campamento de una organización todavía desconocida, las Fuerzas Armadas Peronistas. Pero la violencia política parecía entonces un mundo distante del de los negocios.
En nombre del padre
Secuestrado por Montoneros en diciembre de 1974, Siderman permaneció cautivo en un hoyo de 1,50 por 1,50 metros, excavado en el sótano de una casa de Yerba Buena. Zuppi narra en detalle las circunstancias del hecho y en particular las gestiones de Carlos Siderman, hijo del empresario, para reunir el dinero exigido como rescate y sus negociaciones con el vocero de la organización armada.
Carlos Siderman empieza a proyectarse así como otro protagonista de la historia. A partir de los 24 años debe hacerse cargo de la compañía familiar y sobre todo de salvar a su padre primero del secuestro de Montoneros y después de su condición de detenido-desaparecido por los militares. En la presentación del libro realizada en Tucumán, Carlos Siderman recordó las revelaciones de la experiencia: “Quien creías que era un amigo no lo era –dijo–. Quien creías que era un buen vecino no lo era. Quien creías que era un familiar te daba la espalda”.
Las “decepciones” con amigos y relaciones comerciales del padre se profundizaron en marzo de 1976, no solo porque los conocidos que tenían contactos con los militares desoyeron los pedidos de ayuda, sino porque antes del golpe militar, según Zuppi y las sospechas de la familia, José Siderman fue incluido en una lista de personas con supuestas relaciones con la izquierda, confeccionada por “ciudadanos cuidadosamente seleccionados”.
Siderman supo que los militares lo habían llevado a la Jefatura de Policía de Tucumán porque reconoció el patrón de los azulejos. En ese sitio, donde permaneció una semana, la Conadep señaló uno de los centros clandestinos de detención del régimen de Antonio Bussi. El empresario presenció asesinatos y fue torturado mientras lo interrogaban por “la conspiración judía”, la ficción paranoica con la que los represores dieron rienda suelta a su antisemitismo. “Los guerrilleros no lo torturaron: para ellos era solo cuestión de dinero. Ahora no podía entender lo que le esperaba. Los militares lo golpearon y torturaron sin explicación ni motivo. Solo por ser judío”, escribe Zuppi.
Siderman había construido un barrio de casas para suboficiales del Ejército e incluso se fotografió en la inauguración con Jorge Rafael Videla, pero el antecedente no contó. No hubo confusiones, sin embargo, porque el objetivo era económico. “Bussi y los militares de su gobierno se lanzaron sobre sus propiedades como buitres”, explica Zuppi y entre otros bienes se apropiaron de la estancia de Taco Ralo después de falsificar un documento en el que “recurrieron al torpe expediente de borrar los últimos tres dígitos del registro de propiedad inmobiliaria” por lo cual las 57.998 hectáreas originales quedaron reducidas a 57.
Ante la ley
Desde que llegó a EE.UU. con su esposa Lea y su hijo Carlos, a mediados de 1976, Siderman se preocupó por denunciar la represión ilegal en la Argentina y difundir su historia. En medio de la búsqueda, supo que el derecho estadounidense establece la inmunidad del Estado extranjero por el cual impide investigar a las cortes locales las acciones domésticas de otras naciones. Ese sería el obstáculo para su demanda.
La persecución de la dictadura se reactivó en 1981. Siderman estaba en Italia para asistir al casamiento de una sobrina y fue detenido porque en 1977 los militares habían librado un pedido de extradición. Preso durante 27 días, sin poder salir de la ciudad de Cremona durante siete meses, volvió a escribir sus memorias “como una catarsis misteriosa que se imponía a sí mismo”, dice Zuppi. El empresario prefirió desechar las gestiones de su hijo con el servicio diplomático estadounidense y la Liga Antidifamación B’nai B’rith para afrontar el juicio de extradición como una oportunidad para reforzar sus denuncias. Fue su primer triunfo, ya que el tribunal dictaminó que la solicitud de extradición de la Argentina tenía motivaciones políticas y estaba basada en acusaciones falsas.
Siderman presentó la demanda contra la Argentina en una corte de California, el 14 de abril de 1982. La Cancillería no contestó la presentación y se originó un proceso que Zuppi reseña en el tramo final de El caso Siderman. El punto que desanudó el caso fue la discusión sobre la inmunidad del Estado extranjero: el principio no aplicó porque entre 1979 y 1980 la Argentina había promovido una acción contra el empresario “para poder apoderarse con algún aire de legitimidad de lo que ya le habían arrebatado”, destaca Zuppi, con lo que el país reconoció la intervención de la ley estadounidense.

En 1996 el gobierno de Carlos Menem llegó a un acuerdo con la familia Siderman, ante la perspectiva de que el reclamo reeditara el escándalo provocado por la persecución contra Jacobo Timerman. El caso quedó cerrado, pero la historia continúa: la beca José Siderman-Fulbrigt Human Rights Fellowship promueve desde entonces a abogados jóvenes de la Argentina para realizar una maestría en Derechos Civiles y Derechos Humanos en la Southwestern Law School de Los Ángeles. El hombre que no levantaba la voz transmite así su legado.