En un reportaje radial de estos días, Joaquín Furriel nos invitaba a “reírnos de la crueldad, así le bajamos el precio al miedo”. Sobre esta idea podría escribirse un ensayo filosófico. Resume una actitud ante la vida que nos ayuda a transitar momentos difíciles, situaciones ingratas y episodios disgustantes, con mayor sabiduría.

En la filosofía de Richard Rorty, un “ironista liberal” es un individuo que reconoce la contingencia de sus propias creencias y lenguajes, pero al mismo tiempo, mantiene un compromiso con valores fundamentales como la libertad de expresión, la tolerancia y la igualdad. Este enfoque implica una actitud de cierto escepticismo hacia las verdades absolutas, pero sin renunciar a la búsqueda de acuerdos que permitan mejorar la sociedad en la que vivimos.

El ironista liberal se caracteriza por un reconocimiento de la contingencia, porque es consciente de que sus creencias y valores son productos de circunstancias históricas y culturales particulares y eso lo lleva a ser más receptivo a diferentes puntos de vista y a estar dispuesto a reconsiderar los propios. A pesar de su escepticismo, sostiene un compromiso con los valores liberales y argumenta, además, que la solidaridad humana se construye a través de la empatía y la comprensión del sufrimiento ajeno. Porque, nadie posee toda la verdad y todos “el derecho a ser entendidos” (Milan Kundera).

“Los ironistas liberales -escribe Rorty– son personas que, entre esos deseos imposibles de fundamentar, incluyen sus esperanzas de que el sufrimiento ha de disminuir, que la humillación de seres humanos por otros seres humanos ha de cesar”.

En resumen, el ironista liberal es alguien que, al reconocer la contingencia de su propio lenguaje y creencias, puede ser más tolerante y abierto a diferentes perspectivas, y al mismo tiempo, mantener un firme compromiso con valores y principios compartidos. Lo imaginamos haciendo caso omiso al insulto, el agravio, la descalificación denigrante y autodenigratoria de quienes hacen escarnio, a diario, del preciado don de la palabra y se divierten intoxicando la conversación pública.

Y quién mejor que un talentoso actor que se toma su trabajo en serio, actualmente interpretando a un Ricardo III situado en los tiempos que corren, versión libre del clásico de Shakespeare escrita y dirigida por Calixto Bieito que se ofrece en el Teatro San Martín, para opinar sobre una política que parece por momentos una obra de Beckett, con tantos personajes en busca de un autor, interpretando con dificultad un libreto ramplón, plagado de exabruptos, malos entendidos y ofensas.



Fuente Clarin.com

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