El VAR llegó al fútbol con la promesa de ser la herramienta tecnológica que les daría más certeza a las decisiones arbitrales y reduciría las polémicas y las suspicacias. A punto de cumplir tres años en la Argentina (debutó el 31 de marzo de 2022 en un Colón 1-Aldosivi 3), ya sabemos que la expectativa inicial no se ha cumplido.

Por el contrario, el VAR aumentó a niveles paranoicos el estado de desconfianza de los hinchas, los jugadores y los técnicos. Hoy, todo está bajo sospecha: si llama el VAR o si no llama, si tira las líneas del offside o cómo las tira, si el árbitro principal ratifica o rectifica su fallo original a partir de lo que le muestran las cámaras. El partido se vuelve una materia resbalosa, precaria: para qué gritar un gol que puede ser anulado por un codo adelantado, para qué entusiasmarse con un penal a favor si alguien delante de una pantalla puede decir que no fue nada.

La incertidumbre se traslada a las charlas futboleras. Un amigo, hincha de Independiente, cree que el árbitro los perjudicó en el triunfo 2-1 sobre San Lorenzo. Me dice que no les dio dos penales a favor y que convalidó uno en contra que era dudoso. Yo pienso lo contrario: no vio un penal claro a favor de San Lorenzo (que cobró a instancias del VAR), otorgó uno en contra que no era (y se retractó gracias a los asistentes virtuales) y ni él ni los líneas (ni los ojos de videotape que están en Ezeiza) vieron un claro offside en el segundo gol de Independiente. Acepto, sí, que se comieron un penal por mano de Romaña. Un arbitraje, dos llantos opuestos.

Pensemos en el doble toque que le cobraron a Julián Álvarez en la definición por penales entre el Atlético y el Real Madrid por la Champions. Ni con el microscopio más poderoso del mundo, capaz de “ver” moléculas ligeras, podríamos detectar más allá de toda duda si el pie izquierdo del argentino tocó el balón cuando ejecutó el remate de derecha. La anulación no surge de una certeza absoluta y esto enrarece el resultado final y alimenta la creencia de “ayudines” a favor del Madrid.

La existencia del VAR agregó, además, comportamientos especulativos que antes no existían. Por ejemplo, un jugador “tocado” dentro del área rival no se va a levantar hasta que la pelota se haya ido afuera ante la expectativa de que su show lleve al VAR a revisar la jugada y todo termine en un penal a favor. Lo hizo Cuello, de San Lorenzo, contra Independiente: parecía que le habían dado un balazo. El acting del desmayo dio resultado, se vio que había recibido una patada en el pecho y otorgaron la pena máxima que permitió el empate transitorio.

Está claro que los árbitros pre VAR no orinaban agua bendita. Pero al menos nos quedaba el consuelo de lo inevitable. Cobraban lo que cobraban y ya. Hoy, la existencia de una “cámara” de apelaciones hizo que el fútbol se haya vuelto todavía más mañero que antes y que las instancias de juego (offiside, gol, penal, expulsión) estén siempre condicionadas a segundas opiniones que, imaginamos, de benditas tampoco tienen tanto.



Fuente Clarin.com

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