Todavía rumiando el atracón de tecnología que nos dimos en Expoagro 2025, vale destacar la irrupción de los drones en el gran cultivo, metiendo una cuña muy fuerte entre los “mosquitos” (pulverizadoras automotrices con despeje) y las aplicaciones aéreas con aviones.
Los “mosquitos” irrumpieron a fines de los 70, con equipos originalmente muy básicos. Ni siquiera tenían cabina, pero tampoco la tenían la mayor parte de los tractores que se usaban para las pulverizadoras de arrastre. Recuerdo a los hermanos Campagnaro, de Pavón Arriba (entre Rosario y Pergamino). Con uno de ellas, en 1976, me inicié en el oficio de aplicador. Tiempos difíciles para seguir en el periodismo. Hice una pausa, y tuve la oportunidad de vivir desde adentro la incipiente revolución tecnológica.
La soja estaba haciendo sus pininos. Al principio el trabajo era controlar las malezas del trigo y el maíz. Con herbicidas selectivos que solo eliminaban la hoja ancha, quinoa y yuyo colorado fundamentalmente. Pero el gran problema ya era el sorgo de Alepo, y enseguida el gramón. Se combatían a fuerza de fierros. El laboreo era intensivo, en barbechos con la misión de achicar la población de malezas.
No existían los preemergentes. Solo los semilleros de maíz usaban el único que existía por entonces, la atrazina. En el caso del maíz, se preparaba la cama de siembra, se sembraba, y empezaba la carrera contra la cuaresma, el capim, el gramón y sobre todo el Alepo. Una o dos escardilladas. Luego el aporque, arrimando tierra en la base del tallo. Se había hecho un mito: no era solo para tapar los yuyos sino que estimulaba el desarrollo de raíces adventicias, que exploraban más el suelo aprovechando agua y nutrientes.
Los suelos se deterioraban rápidamente. La erosión era visible. Indispensable rotar con ganadería, implantando praderas de alfalfa. En los tres o cuatro años de praderas se reconstruía el suelo, y también se cortaba el ciclo de las malezas. Pero en 1969 había irrumpido el pulgón de la alfalfa y se diezmaron millones de hectáreas. El esquema entró en crisis.
Cuando aparece la soja, surgen nuevas alternativas. La soja entra con un paquete tecnológico muy novedoso. Aparece el Treflán (trifluralina), un herbicida preemergente que debía ser incorporado enseguida, con rastra de discos. Era muy sensible a la radiación solar y en pocas horas se degradaba. Pero bien incorporado funcionaba fenómeno, e incluso en doble dosis tenía acción sobre los rizomas del sorgo de Alepo.
Así que como aplicador terrestre, de pronto encontré un nicho fenomenal: treflán en soja. Para hoja ancha, llegó el Basagrán, que controlaba bastante bien el yuyo colorado.
En esos años llega el glifosato, de la mano de Atanor, la misma empresa que proveía el 2,4D. Herbicida total, no despertaba el menor interés… Servía solo para barbecho químico, pero era carísimo (50 dólares el litro). Algunos audaces lo aplicaban en lotes totalmente infestados con Alepo, previo troceo de los rizomas con rastra de disco. Y luego metían soja con Treflán, que controlaba el sorgo de semilla.
Los suelos quedaban hechos harina. Y encima se pasaba un rabasto para que queden parejitos, ya que no existían todavía las barras de corte flexibles para la cosecha.
Y a nadie se le ocurría pensar en una soja tolerante a glifo. Llegaría 20 años después, en lo que fue la llave maestra de la Segunda Revolución de las Pampas. Resolvió la principal limitante para la siembra directa y desde entonces la soja fue imparable.
Pero ya anidaba el afán de encontrarle la vuelta a todo. Surgió el increíble invento de los aplicadores de sogas. Fue el primer amague de aplicaciones diferenciales, explotando el principio de la “selectividad de posición”. Los escapes de sorgo de Alepo superaban rápidamente la altura de la soja, habilitando la posibilidad de “tocarlos” con la soga embebida en glifosato. Su poderoso efecto sistémico hacía el resto: el herbicida circulaba por toda la planta y llegaba a las raíces. En una semana estaba todo el Alepo quemado y la soja cubría los surcos.
Se vendieron miles de “Bikinis”, la marca líder: “cubre solo lo necesario”. Monsanto se cansó de vender glifo, haciendo esfuerzos para incrementar la oferta de aplicadores. Los que andábamos con los mosquitos estuvimos afuera del negocio, pero nos rebuscábamos con las aplicaciones de insecticidas, porque el barrenador y la chinche nos daban bastante vida…
La selectividad de posición entró en obsolescencia cuando apareció la soja RR. La mayor genialidad de la ciencia agronómica, juntando la biotecnología con el herbicida más eficaz de la historia. Enorme beneficio económico y ambiental, al habilitar la masificación de la siembra directa. Entonces, nueva y definitiva vida para los mosquitos, los aviones y toda clase de pulverizadores. Entre ellos, los cabezales rotativos de gota controlada, que permitían reducir el caudal de las aplicaciones. Tuvieron vida efímera, pero el principio de la gota controlada cobra ahora nueva vida con los drones y sus atomizadores rotativos.
Y ahora viene también la aplicación selectiva para los drones. Ya están generalizados para los equipos terrestres, con nuevas propuestas y mejor precisión. Pero el modelo de Tekron/Xarvio fue un lanzamiento de dimensión mundial.
En el camino, se desarrolló una poderosa industria de pulverizadoras automotrices altamente competitivas. La propia John Deere, que cuenta con una fábrica muy importante en Brasil, adquirió hace unos años a una de las líderes locales (Pla) y también la fábrica de botalones de carbono, otra innovación argentina.
Los tratamientos de protección de cultivos son indispensables para lograr cosechas. Ahora, a los tratamientos químicos se suman los biológicos. Y allí, nuevamente, hace punta el talento criollo. Siempre recuerda Jorge Castro un apotegma de Borges: “no es cuestión de chauvinismo, pero las estrellas brillan mucho más en el sur”.