Nació dos años después que Simone, y vivió opacada por su fama. Pintora, considerada una adelantada para su época; admirada por el mismísimo Picasso, -que calificó su obra de “original”- , y tan radical, prolífica y feminista como su hermana, Hélène desarrolló una carrera injustamente a su sombra.

Pertenecientes a una antigua familia aristocrática, Simone, criada por su padre como el hijo varón que hubiera deseado, tuvo una actitud protectora hacía su hermana menor: la relación de ellas era de complicidad, de ayuda mutua, y también de celos. Casada con un diplomático, los múltiples viajes obligados conspiraron contra la carrera artística de Hélène, iniciada en 1930, aunque logró exponer en prestigiosas galerías de París, Nueva York, Milán y Japón.

Su condición de mujer, como ocurría en la época, no fue precisamente una ayuda. Muy consciente de ello, Hélène abrazó la causa feminista junto a Simone, y retrató en sus cuadros la opresión femenina, la discriminación laboral y el trato hacia las inmigrantes. En 1971 firmó -para horror de su marido- el Manifiesto de las 343, un documento en el que mujeres destacadas de la sociedad francesa admitían haber abortado. En Estrasburgo fundó un refugio para víctimas de violencia doméstica, a las que invitaba a tomar el té en su jardín. No sólo en todo eso se adelantó a su tiempo: fue también una activa defensora del medio ambiente.

Cuando Jean Paul Sartre, pareja de su hermana, rechazó el Nobel, se escondió del asedio de la prensa en casa de Hélène. “La mujer rota”, una exposición en Londres con pinturas que Hélène realizó para el célebre libro de su hermana, junto a otros trabajos, acaba de sacar del injusto olvido a la menor de las Beauvoir.



Fuente Clarin.com

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