Decir que fue patético el espectáculo de los diputados en la sesión del miércoles pasado es ser generoso. Desde los insultos, los exabruptos y las agresiones cruzadas entre diferentes bancadas y hacia el presidente de la Cámara hasta el lenguaje, más propio de barrabravas que de legisladores en el Congreso de la Nación, lo que se vio y escuchó dio vergüenza ajena.

Enfrascados en peleas internas y en intereses propios, parece mediar una distancia colosal entre los problemas que aquejan a los representantes del pueblo y los que atraviesan sus representados, contribuyendo a un clima que no favorece precisamente el bienestar general: unos días antes de ese “debate” legislativo, el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA dio a conocer la edición 2024 del Relevamiento anual del estado psicológico de la población argentina.

En su introducción el informe reseña las diferentes problemáticas que atraviesa la población, entre ellas las afecciones físicas y mentales, la deserción escolar, la violencia, la crisis de credibilidad y la inestabilidad.

El 51,4 % de los participantes dijo estar atravesando una crisis. Entre quienes respondieron por la causa, el 45% contestó que económica: ingresos bajos, deudas. Otro tanto respondió que familiar.

El 26,07% afirmó que recibe tratamiento psicológico. El 55,32% de los que no, manifestó necesitarlo: el 39,72% no puede pagarlo; el resto dice que las obras sociales o prepagas no lo cubren o que no encuentran un servicio gratuito.

El 48,64% presentó niveles de ansiedad entre moderada y severa. Y el 40,27%, de depresión entre moderada y severa. A menor nivel socioeconómico y menor edad, mayor ansiedad y depresión.

El primer caso refiere a un estado de alerta, preocupación y excitación; en el segundo se trata de tristeza, disminución de la capacidad para experimentar placer, pensamientos de contenido negativo (ruina, muerte, fracaso, autocrítica), disminución de la energía, retraimiento social, alteraciones en la atención y la memoria.

El 8,7% tiene riesgo de padecer un trastorno mental. El dato impacta doblemente, ya que en el mismo relevamiento de 2020, el porcentaje era de 4,9%, alcanzando un pico de 12,9% en octubre de ese año en plena pandemia. Los jóvenes ostentan los puntajes más altos de riesgo suicida.

El trabajo concluye que, en Argentina, “las personas con menores recursos presentan mayores niveles de malestar global, así como una mayor sintomatología ansiosa, depresiva, y un riesgo suicida elevado”. Refiere también que “el estrés crónico derivado de la inestabilidad económica, la inseguridad habitacional y la preocupación constante por la satisfacción de necesidades básicas contribuye al desarrollo de trastornos de ansiedad y depresión”.

Agrega que “la regulación emocional es más probable cuando el contexto es previsible, ordenado y estable. Los contextos de cambio e incertidumbre suponen un esfuerzo para las personas con menores recursos psicológicos (pero también materiales)”. Y recuerda que “una población con mejor salud mental es también una población más productiva”.

El Banco Mundial advirtió tiempo atrás cómo las enfermedades mentales afectan el desarrollo de un país, al ser las mayores causas de discapacidad en el mundo, y puso el énfasis en lo que ocurre en América latina, exhortando a llevar al centro del debate el tema de la salud mental, que no suele ser prioritaria en las agendas de gestión.

La OMS calcula que en todo el mundo se pierden cada año 12 mil millones de días laborales por depresión y ansiedad, lo que equivale a un billón de dólares de pérdida para la economía global.

¿Cuál es la recomendación de los expertos? Reforzar la atención primaria en salud y en salud mental. Quien quiera oír, que oiga.



Fuente Clarin.com

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