Despertar la inesperada vitalidad de lo existente. Con esa frase termina el texto curatorial de Más allá del espacio, una de las muestras destacadas del calendario artístico del 2025. La componen obras de tres argentinas contemporáneas referentes de la pintura, escultura e instalación a nivel internacional: Luciana Lamothe, Marcela Sinclair y Graciela Hasper. Hasta agosto, esta conversación de piezas curada por Nieves Vázquez y Guido Ignatti, se podrá visitar en el ahora llamado Palacio Libertad.
La frase con la que termina el texto es como un shot de combustible para la mente de los existenciales: a esa sensación apasionante, ardiente de estar vivo, que viene y se va casi como un círculo en el curso de una vida, ¿se la puede controlar? ¿O tanto su llegada como su huída son puro enigma, obra de un destino?

“Tiene que haber una disposición para que nos enteremos de esa vitalidad, aunque a mí me gusta pensar que está también contenida en los espacios. Uno con el gesto, puede subrayarla o aplacarla lo más posible, pero la única manera en que se verifica, es cuando un tipo de espacio entra en contacto con un alguien”, sugiere Marcela Sinclair.
Estas tres obras estáticas piden del espectador una actitud activa: la de situar el ojo donde ellas lo proponen, o caminar incluso su interior, para descubrir distintos modos de ver aún hacia la misma dirección.
La muestra interviene La Gran Lámpara, un hito arquitectónico en el sexto piso de este edificio, que por fuera llama la atención por su forma de Cubix gigante y sus luces fluo titubeantes. La primera obra que se topa con el visitante es Función, de Luciana Lamothe.

Estructuras de sostén sospechoso, quiebres, ruinas o construcciones con vacíos que podrían corporizar preguntas, ya son una marca registrada en la obra de esta artista, tanto estética como conceptualmente. Las migajas de materia golpeada se acumulan aquí en los brazos de un andamio que, con puntas afiladas, fue convertido en lanza. En las paredes, junto al arma, como una escena que muestra lo que pasó, hay agujeros. Perforaciones en la pared que brillan por la simetría y semejanza entre ellas. La destrucción ha sido aquí prolífica y atentamente diseñada.
Adaptada a este espacio, Función ya había sido mostrada en 2011 en el sótano de Ruth Benzacar y en algunos museos. “Necesito que se noten las decisiones tomadas”, acentúa la artista de Mercedes, que fue la última en representar al país en la Bienal de Venecia. “Cuando hice esta obra, que es bastante temprana en mi carrera, me encontraba cuestionando la relación entre función y forma, cuál seguía a cuál. En esa exploración lo que noté que pasaba era que la función se tragaba a la forma. Una función como la de este andamio, que se usa para la construcción, sacado de contexto se vuelve un bicho destructivo”, evidencia. Lo que la lanza le hizo a la pared en esta puesta es casi teatral, seduce y habla de la potencia en la eventualidad de una acción posible.

Los agujeros, una invitación a ver qué hay del otro lado que se reproduce en el conjunto de obras que presenta, unos pasos al costado, Sinclair. Para esta otra puesta, se intervinieron lonas usadas para toldos y banners, cuya función quedó anulada al recortarlas y desplegarlas en el espacio generando un plano tridimensional.
Esta forma es techo, si se la ve desde abajo, y un paisaje que flota, visto desde arriba. En ambos casos, una postal acuática tentadora cuyas sombras se tatúan suavemente en las paredes.

Tanto este conjunto titulado Flota, como en algún punto Nave –la escultura gigante que Sinclair hizo para Malba Puertos, concebida con el color inédito, impredecible y relativo del paso del tiempo por la oxidación del hierro a la intemperie–, indagan sobre las maneras de mirar. Lo hacen porque están rellenas de círculos, cuadrados y rectángulos, a veces más sólidos y otras más abstractos, que recortan ante los ojos, partes distintas de una misma realidad. Según el ángulo que el espectador obtenga, al atravesar la obra por dentro, variará su percepción.
“La arquitectura, en la ciudad, es la casa que uno habita, que determina tantas posibles conductas, pensamientos, hábitos, imaginaciones, o que promueve algunos y otros no tanto. Me pareció interesante poder actuar sobre ese lenguaje que es la arquitectura y nos habla todo el tiempo”, observa Sinclair.

Graciela Hasper pinta con colores saturados y contundentes que muchas veces, en sus obras, se cruzan y tocan, dando a la mixtura un papel protagónico. Pero en esta exposición no presenta mixturas sino lo opuesto: una distancia entre líneas de colores que avanza sobre las paredes de manera casi musical, rítmica.
Una orquesta silenciosa que responde, como el compás en una canción, a la iluminación del lugar, traducida en la ubicación de las líneas. En su caso, la arquitectura –incluso la del túnel con rampa de la sala, que le tocó intervenir– cobra vida en la irrupción de una animada geometría que regala a toda la sala la impresión de amplitud.
Es que al final el arte es eso: expansión de la realidad, una profundidad visual y conceptual única e increíble. Y después de todo, ¿qué es más parecido a la inesperada vitalidad de lo existente, que la sensación de una vida que se expande?