La violencia salvaje maquillada por esa pesadilla encarnada y siempre reencarnada en Mario Firmenich, el asesino, retornó a las calles con ferocidad conservada en ámbar como los dinosaurios, siempre latente para volver a brotar.

El comandante montonero traza una línea que no habría que subestimar: hay neo montoneros enquistados en filas kirchneristas y ultraizquierdistas.

El “comandante” azuzó la agresión en la Plaza de los dos Congresos en defensa, decía en una alocución virtual pero de efecto real, comiserándose por los jubilados, angelicando a las hinchadas de fútbol, que instigadas y encapsuladas en barras criminales brotaron unidas y organizadas para quebrar y romper el trabajo y los esfuerzos de todos los demás, encendiendo, apedreando, apaleando.

Cuando la violencia se desata todos pierden. La terrible explosión que perforó el cerebro del fotógrafo Pablo Grillo lo evidencia de la peor manera.

Firmenich es asesor de la satrapía más siniestra de América Latina, Nicaragua, y por supuesto militante de modelos monstruosos como el de Maduro, pero él vive en Cataluña.

El verdugo a distancia prefiere el Mediterráneo, o eventualmente, un barrio elegantísimo de Managua.

Una jueza liberó a todos los incendiarios en tiempo record. Todo se compagina en ese delivery de impunidades.

Llamó la atención Victoria Villarroel que calificó de ejercicio democrático a la agresión a mansalva.

Hubo un punto de coincidencia con Firmenich, una cierta línea compartida. Paradojas de la Argentina tan anclada en los ‘70, naufragada en parte en aquellas confrontaciones que a veces encubrían alianzas secretas como la de Firmenich con Massera. El horror duplicado, multiplicado, potenciado tras acuerdos sotto voce, mientras a tantos torturaban y tantos desaparecían.

Nadie puede negar que Firmenich y Massera acordaron a cambio de millones que Montoneros no iba a vandalizar el Mundial ‘78, piedra de toque de la propaganda de la dictadura.

Curioso y nada curioso. Tanto tiempo ha pasado y otra vez el fútbol en éste caso sus arrabales criminales, usado para encubrir acciones políticas ancladas en esa búsqueda de la violencia como evento transformador.

No transformó nada el ataque de ésta semana, otra vez cómo en 2017, a piedrazos y con fuegos como hogueras encendidas de odios y de ignorancias.

Al contrario, funcionó como llamador para los otros dinosaurios de la CGT que convocan, porque imaginación no tienen, a un próximo paro general, como si no existiera el tiempo, y todos anclados en el pasado que vuelve, obturan cualquier posibilidad hacia el futuro.

La seducción de las arcaicas barbaries no se extingue.

Ese refugio en las pretéritas fulguraciones de sueños revolucionarios auto incineradas en sus propias llamas que hastía profundamente a la mayoría. Cuentan, es cierto, con el combustible de errores graves autoinfligidos por el propio gobierno sumido a veces en el en cierto desprecio de la racionalidad.

Está ahí y debe investigarse a fondo y sin concesiones.

¿Se investigará en Argentina como se debe?

La irrupción de esos barras de segunda línea en la Plaza de los dos Congresos (los jerarcas se ocultan y operan a través de sus gurkas) ofrece los enigmas más secretos de la sinrazón, exhibe el rostro concreto e infinitamente cómplice de la locura articulada a violencia como método.

Hay una crisis raigal, en un sentido aún más profundo que las tan extendidas crisis económicas argentinas, enclavada y con metástasis en ese pasado que ellos sostienen.

La violencia que siempre lo atraviesa todo tiene mil rostros.

Marx consideraba que “La violencia es la partera de la historia”, asumiendo que cada sociedad lleva en sus entrañas la simiente de otra sociedad que habría de superarla siempre y cuando la violencia social abriera las compuertas hacia el futuro.

Pero en el caso argentino, la violencia instigada por sectores políticos que movilizan minorías no augura ninguna alborada de una sociedad mejor. Por el contrario ésta violencia belicosamente reaccionaria funciona como un muro ante el futuro, buscando volver siempre a lo peor, a los ‘70 y a sus sinuosas y delirantes balaceras.La utopía parece ser la conversión de toda metrópolis en necrópolis.

Es una utopía retrospectiva.

Una imposibilidad posible.

Convertir al presente y al futuro en un pasado furiosamente equivocado.

El kirchnerismo rediseñó a los ‘70 como una era de ímpetus loables.

No ha cedido aún en aquel sofisma brutal.

Operó una mentira fabulosa. Una fábula bajo el estandarte insólito de Héctor Cámpora, un obsecuente liberador de criminales, que revivió en una organización que existe; la Cámpora justamente, presente en los desmanes de ésta semana bestial.

Firmenich y sus socios K, celebran la violencia desde la arrogancia y la confortabilidad de una libertad tan mal concedida.

El modelo que postulan está auspiciado por la abominable adoración de las osamentas fósiles de las necrópolis inorgánicas que supieron diseñar.

Las momias de los ‘70 están vivas, quizás agónicas pero aún vivas.



Fuente Clarin.com

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