Mentir, lo que se dice mentir, mentimos todos. No habría empleo, amistad o matrimonio que durase si fuera diferente. La hipótesis de un mundo donde sólo se dice la verdad está magistralmente representada en la película La mentira original, de 2009, protagonizada y codirigida por el genial Ricky Gervais.

Es una sociedad sin engaños ni falsos cumplidos. Entonces suceden citas donde al presentarse la mujer le dice al hombre, antes que nada, que se olvide de tener sexo esa noche porque no es muy atractivo; médicos que dan sus diagnósticos terminales con honestidad brutal y avisos de Coca Cola donde admiten que el producto no es muy saludable y que venden la misma fórmula de siempre, pero le van cambiando el packaging. La clave del filme es que el personaje de Gervais descubre cómo mentir. Y se convierte inmediatamente en alguien exitoso.

La mentira resulta tan importante para que la sociedad no estalle y tal vez por ello nadie ha inventado un detector infalible. Lo más cercano que conocemos es el polígrafo, que mide “respuestas fisiológicas involuntarias” asociadas con el estrés o la ansiedad que una persona puede experimentar al mentir. Por ejemplo, alteraciones del ritmo cardíaco o la respiración, sudoración y cambios en la presión sanguínea. Pero se lo puede engañar. De hecho, no se lo acepta como prueba en casi ningún país.

El primer antecesor del polígrafo lo inventó en 1915 el psicólogo estadounidense William Moulton Marston. Este personaje extraordinario, que vivía en una relación poliamorosa con su esposa Elizabeth y su exalumna Olive Byrne (y tuvo hijos con ambas), fue el inventor también de Wonder Woman, la Mujer Maravilla, una heroína empoderada, femenina y feminista, semidiosa además, que contaba entre sus superpoderes con el incorruptible Lazo de la Verdad.

Wonder Woman, la princesa Diana, ataba a sus enemigos con esa dorada soga mágica, polígrafo irrefutable, y les hacía confesar la verdad.

No era una casualidad. Marston practicaba el sadomasoquismo y el bondage. Y en una proporción sorprendentemente alta de sus comics de los años 40, Wonder Woman era atada o ataba a otros personajes, una metáfora deliberada de control. Para él, la Mujer Maravilla era un modelo de poder y liderazgo femenino, pero también un símbolo de “sumisión amorosa”.

Por supuesto, Marston jamás contó esto. Hubiera sido el fin de su carrera. Practicó una de las formas más comunes de la mentira: simplemente, ocultó la verdad.

Junto con las exageraciones, las mentiras piadosas o las que se dicen para evitar conflictos, podríamos decir que ocultar la verdad se ubica en el sector más “inocente” del arco de las mentiras.

Lo mismo con un primo hermano de las falsedades: hacerse el boludo, deporte más que extendido. Esto es, responder sobre peras cuando a uno le preguntan por bananas. O escudarse en una pobre memoria para zafar.

En el otro extremo del arco se encuentra primero la mitomanía: mentir de forma compulsiva, sin necesidad aparente.

Y segundo, aun peor, el uso de la mentira para manipulación, sin remordimiento, que configura un rasgo de psicopatía.

Dicen que los seres humanos mentimos al menos una o dos veces por día, y que empezamos a mentir desde los 2 o 3 años.

Pero un chico que niega haber comido golosinas con la cara llena de chocolate es encantador. Y un adulto que mira fijo a los ojos -o a una cámara- y con cara de piedra sostiene como verdad una mentira grande como una casa es patético.

Parecía oportuno repasar estos conceptos en estos días de fichas limpias que se ensucian.



Fuente Clarin.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *