Como sentenció José Ortega y Gasset, el antisemitismo es una “lacra moral” que injustamente “ha expoliado y escarnecido a los judíos millares de veces”. El historiador Paul Johnson, autor de “Historia de los judíos”, lo dijo de otra manera: “El antisemitismo es una enfermedad de la mente, altamente infecciosa, que puede convertirse en endémica”.

Ese odio irracional llevó en el siglo 20 al indescriptible terror del Holocausto. Es paradojal e incomprensible que quien esté fabricando hoy antisemitismo sea nada menos que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Lo hace llevando a cabo en Gaza hechos que parecerían dar la indebida razón a los repudiables prejuicios antisemitas.

Nadie en el mundo podría justificar los crímenes de lesa humanidad que la organización terrorista Hamas cometió en Israel el 7 de octubre de 2023, cuando asesinó a 1.196 personas y secuestró a 251 para llevarlos a Gaza como rehenes.

Nadie tenía, por lo tanto, derecho a objetar que Israel fuese a rescatar esos rehenes y procurar la extinción de Hamas. No hacerlo era dejar que una espada de Damocles siguiera pendiendo sobre los israelíes.

Claro que lo imaginable era una operación quirúrgica, fundada en la información de la Mossad —célebre por su espionaje y operaciones internacionales— y Aman, la Dirección de Inteligencia Militar. Hasta se podía juzgar inevitable que hubiera un número de víctimas inocentes, dado que los terroristas estaban infiltrados en parte de la población.

Pero, invocando el rescate de los rehenes israelíes, Netanyahu y su círculo de poder han convertido en rehenes a dos millones y medio de palestinos, a quienes no se les permite salir de la Franja de Gaza, y se los somete acondiciones infrahumanas.

Es injusto atribuir a los israelíes las violaciones de derechos humanos que Netanyahu está perpetrando en la Franja. Una encuesta del Canal 12 de Israel —el más visto del país— ha certificado que 61% de los israelíes quieren poner fin a la guerra.

Sin duda la población aspira a la desaparición de la terrorista Hamas; pero la mayoría no avala el exterminio de los palestinos. Johnson dijo que “a los judíos les debemos la idea de la igualdad ante la ley, la idea de la santidad de la vida y la dignidad de la persona humana”.

No es la comunidad judía la que no ha dejado entrar ni agua, ni víveres ni medicinas a la Franja. Es Netanyahu.

No es la comunidad judía la que ha bombardeado las universidades y 157 escuelas. Es Netanyahu. No es la comunidad judía lo que mata a gazatíes pacíficos. Es Netanyahu.

No es la comunidad judía que bombardea hogares. Es Netanyahu.

No es la comunidad judía la que quiere convertir a dos millones y medio de gazatíes en apátridas, expulsándolos de su tierra. Es Netanyahu. De hecho, la Corte Penal Internacional ordenó el arresto de Netanyahu “por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra”.

Y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas llegó a hablar de “genocidio”, palabra que tiende a multiplicarse.

El historiador israelí Omer Bartov, experto en el Holocausto, sugiere que las acciones y declaraciones del gobierno de Netanyahu en Gaza revelan “una intención genocida”.

Un ex primer ministro de Israel, Ehud Olmert, ha condenado al gobierno de Netanyahu por “estar cometiendo crímenes de guerra en Gaza”. Y el ex ministro de Defensa y vice primer ministro israelí Moshe Yaalon censuró lo que considera una “limpieza étnica”. 32 países han denunciado que el gobierno israelí está realizando en Gaza, precisamente, una “limpieza étnica”.

Ver por televisión niños muertos, amputados o hambrientos, así como hospitales bombardeados, barrios enteros convertidos en ruinas y familias disgregadas que lo han perdido todo, puede generar odios y prejuicios antisemitas allí donde no los había. La sed de venganza de los palestinos durará años, y puede provocar una impensada solidaridad en buena parte del mundo.

Todos los gobiernos de Israel, desde la creación del estado, en 1948, han tenido que luchar contra el mundo árabe, pero algunos primeros ministros, como Shimon Peres, Yitzhak Rabin, Menajem Begin y Ehud Barak, sin renunciar a la férrea defensa de Israel, buscaron soluciones al conflicto.

Netanyahu sostiene que la paz con Palestina (no con Hamás) sería inconducente y que el único modo de proteger a Israel es vaciando y ocupando Gaza.

En 1979, el primer ministro Begin firmó el tratado de paz con Egipto, un feroz enemigo que apoyaba a los palestinos y aspiraba a la desaparición de Israel. Como parte de ese tratado —suscrito en Washington en presencia del presidente Carter— Egipto fue el primer país anti-israelí en reconocer la legitimad de Israel. Y la paz ha sido duradera.

En 1994 Peres y Rabin fueron galardonados con el Premio Nobel de la paz. La coexistencia pacífica palestino-israelí ha sido durante años un objetivo de la comunidad internacional, desde que las Naciones Unidas en 1947 decidieron crear dos estados independientes: Palestina e Israel.

Estados Unidos hizo esfuerzos por asegurar esa coexistencia. Lo intentaron -con diversas iniciativas, intensidad y suerte-— Henry Kissinger (Secretario de Estado del presidente Richard Nixon) y los presidentes Jimmy Carter, Ronald Reagan, ambos Bush, Bill Clinton y Barack Obama.

Hoy, el Estados Unidos de Donald Trump brinda apoyo (se ha dicho “complicidad”) a Netanyahu, a punto de proponer el traslado de toda la población de la Franja.

La Unión Europea, a su vez, está paralizada por las diferencias entre los miembros solidarios con los palestinos y los de extrema derecha, partidarios incondicionales de Israel. El probable resultado de las operaciones de Netanyahu es la anexión de la Franja y la expulsión o marginación de los palestinos. La consecuencia puede ser un insano crecimiento del antisemitismo.

Rodolfo Terragno es político, diplomático y periodista.



Fuente Clarin.com

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