Fatiga y debilidad, pérdida de apetito y peso, sudoración nocturna y una extraña sensación abdominal debido al agrandamiento del bazo. Esos síntomas, que a veces suceden y otras no -la enfermedad en su fase inicial puede ser asintomática- son señal de un tipo de leucemia que afecta sobre todo a los adultos, y en particular a los adultos mayores.
La buena noticia, según datos de Fundaleu a los que Clarín tuvo acceso, es que hasta hace poco tiempo la sobrevida para estos pacientes oscilaba entre los tres y cinco años. Ahora, gracias al avance de la ciencia para atacar el trastorno, el lapso se amplió aproximadamente a una década para el 85 por ciento de la población afectada. Implica no sólo evitar muertes prematuras, sino que eso ocurra incluso con la posibilidad de un abandono controlado de la medicación.
Se trata de la leucemia mieloide crónica (LMC), un cáncer que se origina en las células productoras de la sangre de la médula ósea. Cuando una de esas células muta y se convierte en una célula leucémica, ya no madura de la forma en que debería. “En el caso de la LMC se da una mutación en la célula madre hematopoyética y se la denomina ‘crónica’ porque su progresión suele darse lentamente”, explicó Carolina Pavlosky, jefa de Investigación de Fundaleu.
En Argentina, la LMC representa el 15 por ciento de las leucemias en pacientes adultos. Y si bien se diagnostica principalmente en adultos mayores, con una media de 67 años, puede presentarse también a edades más tempranas. “Por el desorden de la médula ósea, determinadas células precursoras de glóbulos blancos se transforman en células malignas, desplazando a las sanas”, agregó Pavlosky.
Como los síntomas son inespecíficos -cualquiera podría atribuirlos a priori a otras causas-, la LMC suele diagnosticarse partiendo de un análisis de laboratorio de rutina, en el que se observa un incremento de los glóbulos blancos. Según los datos recabados en el último tiempo, ese diagnóstico ha dejado de significar el fin del mundo, “a partir de tratamientos que permiten alcanzar una sobrevida similar a la de la población general”, señaló la investigadora.
Pero la aspiración médica ahora va un poco más allá: “Actualmente el segundo objetivo es alcanzar una respuesta molecular profunda sostenida que podría permitir la discontinuación del tratamiento en pacientes seleccionados”, dijo Pavlosky. Se estima que un tercio de los pacientes con LMC podría alcanzar esta meta.
El tratamiento para cada paciente depende de la fase de la enfermedad que atraviese y pueden incluir tanto medicamentos que bloquean la actividad de la proteína responsable de la proliferación celular descontrolada, como el trasplante de células madre cuando la patología transita una etapa más avanzada. “La edad, las comorbilidades del paciente y la respuesta al tratamiento inicial son los parámetros médicos para elegir el tratamiento adecuado”, explicó la experta.
Hoy se habla de una “revolución” del tratamiento de la LMC debido a esos “bloqueadores” llamados inhibidores de tirosina quinasa, de los cuales ya hay media docena de opciones disponibles y cuya creciente puntería en el blanco “va mejorando la adherencia al tratamiento y la calidad de vida de los pacientes”, destacó la experta.
Pavlosky se mostró optimista de cara al futuro en función de que ese mecanismo de bloqueo se vuelve cada vez más sofisticado: “Produce menos efectos adversos y evita los mecanismos de resistencia, lo que puede favorecer el mejor control a largo plazo y permitir la discontinuación del tratamiento”.
Pero el tránsito hacia esa instancia ideal no es sencillo debido a dos factores: por un lado, no todos los pacientes reúnen -por su perfil- las condiciones para quedar comprendidos en dicho grupo; por otro, está el problema del acceso y la “manta corta”, vinculado a la cobertura de los nuevos tratamientos por parte de las obras sociales, prepagas o el Estado.
Fernando Piotrowski, director ejecutivo de la Asociación Leucemia Mieloide Argentina (ALMA), identificó incluso un problema previo, que es que el diagnóstico de la enfermedad puede demorar en ocasiones hasta 90 días: “Hay una gran probabilidad de que el tratamiento en las personas que tardan un mes y medio en recibir un diagnóstico no surta el mismo efecto que en aquellos que lo logran de manera más rápida”.
En una entrevista reciente con Prensa Urbana, identificó otra barrera que es “la desigualdad en los tratamientos. Por un lado tenemos el privilegio de tener en Argentina las mejores terapias disponibles a nivel mundial. La ANMAT está a la par de la FDA, en Estados Unidos, o la EMA, en Europa. Sin embargo, los prestadores de salud a través de sus vademécums limitan ese acceso”.
Piotrowski consideró que “eso genera que haya pacientes que pudiendo acceder a mejores y más modernos tratamientos tengan que realizarse quimioterapias de hace 40 o 50 años”. La paradoja es que con lo nuevo, si bien es más caro, existen más chances de que el paciente -como se explicó- arribe finalmente al momento ansiado por cualquier pagador: que pueda prescindir de toda medicación.