Un reputado abogado americano decidió hace ya décadas abrir una sucursal de su despacho en Bruselas. Lo justificó ante sus socios, dudosos de que fuera conveniente hacerlo, con un argumento demoledor:

-Allí se decide hasta el diámetro de los espárragos en lata. En un sitio así no cabe duda de que se necesitan abogados.

No encuentro mejor manera de describir hasta qué punto la burocracia de las instituciones europeas y el deterioro de las clases dirigentes han llegado a convertir un proyecto político de gran envergadura como es la UE en una especie de museo global para disfrute de la tercera edad, a la que por lo demás yo mismo pertenezco.

Nunca logré averiguar si lo del diámetro de los espárragos era solo una broma o respondía a una de las muchas regulaciones absurdas que los funcionarios de turno vienen decidiendo no solo en el Viejo Continente sino también en otros países del llamado Occidente cultural.

Algunas afectan a la prohibición del uso de sustancias en las explotaciones agrícolas europeas, fertilizantes o desinfectantes que sin embargo se emplean en las naciones que exportan idénticos productos al Viejo Continente. Otras son tan exóticas como la implantación de tapones de plástico en las botellas de agua mineral que no se pueden desprender de las mismas, argumentando que es una manera de luchar contra la contaminación de las playas.

Cosas que ponen de relieve que también puede haber un fundamentalismo ecológico disfrazado de buenismo. Junker, que fue presidente antes que la actual Von der Layen, anunció en su día que iba a proponer acabar con el cambio de hora en los países de la Unión porque millones de ciudadanos europeos lo habían solicitado en respuesta a una consulta global de la Comisión, “ y esta hará lo que le piden”, enfatizó.

Esos millones, 4,6 para ser exactos, eran menos del 1 por ciento de la población europea de la época. Incluso en Finlandia, cuyo gobierno fue pionero en hacer la solicitud, no superaron ese porcentaje. Pese a ello, la gran parte de los periódicos y televisiones, incluso la prensa de referencia y no solo los libelos digitales, anunciaron que una abrumadora mayoría de europeos solicitaban terminar con el cambio de hora, establecido en su día para ahorrar energía y utilizar el mayor número de tiempo con luz solar. Felizmente la proposición no salió adelante.

Anécdotas así ponen de relieve que la crisis de las instituciones europeas viene de lejos. Yo no había reparado hasta entonces en el protocolo de referendos o encuestas consultivas que la Comisión ha venido haciendo a lo largo de los años a interrogantes de todo tipo, en un lenguaje políticamente correcto, farragosamente burocrático y que ni siquiera cuando aborda casos tan importantes como la migración o los refugiados plantea los temas que de veras interesan a los electores.

Podría haberse consultado, por ejemplo, qué opinaban los europeos de la anexión de Crimea por Rusia en 2014 y la parálisis de Washington y Bruselas al respecto; o sobre las políticas de los gobiernos que antes en Polonia y ahora en Hungría vulneraron y vulneran los principios de la Unión; para no hablar de las propuestas tendentes a establecer campos de refugiados o inmigrantes ilegales.

Esas cuestiones suelen ser decididas por los órganos de gobierno sin acudir a consulta popular alguna, al menos que se sepa. Claro que por el momento, pese a su innegable déficit democrático, las instituciones europeas responden de una u otra forma a los principios básicos de la democracia representativa.

Estas consideraciones vienen a cuento del debate actual sobre la necesidad de crear un ejército europeo frente a la amenaza rusa puesta de relieve en Ucrania. Desde hace tiempo es un hecho la rendición progresiva de muchos líderes de Europa a las corrientes populistas. El ascenso de la extrema derecha, xenófoba y nacionalista, en los países nórdicos, Holanda, Alemania o Austria, supone un nuevo aviso respecto al retroceso de los ideales y los objetivos que se plantearon los impulsores de la Europa unida. Está en revisión el modelo fundacional. Y la obsesión protagónica de los nacionalismos, el apego a las identidades y el rechazo a “los otros” nos aleja cada vez más de la meta deseada.

El sueño de la unidad europea fue fruto de la reconciliación franco-alemana tras los desastres de la guerra. De ahí la necesidad permanente de que Berlín y París actúen al unísono. Helmut Khol, consciente de la historia de su país, solía decir que anhelaba ver una Alemania europea tanto como le preocupaba que pudiera existir una Europa alemana. En la persecución de ese empeño, la debilidad actual de su país, laausencia de Italia, la deriva nórdica y la poquedad del sur, dejaron al presidente francés Emmanuel Macron solo ante el peligro.

Pero su actual intento de convertirse en el guardián europeo y poderoso líder de la disuasión nuclear no resulta convincente. Por lo demás la ampliación sucesiva y precipitada de la Unión, la fragmentación de la antigua Yugoslavia, el envejecimiento de la población, la cuestión migratoria, e incluso la importación de la ideología woke desde los Estados Unidos, han debilitado la capacidad de acción del Viejo Continente.

De modo que ha tenido que volver a la Casa Blanca un psicópata reconocido, posible inspirador o al menos animador del asalto al Capitolio tras su derrota en las anteriores elecciones, para tratar de poner las cosas en su sitio: a saber que Europa Occidental ha funcionado hasta ahora como un protectorado norteamericano y los pretendidos esfuerzos por hacerse cargo ella misma de la integridad de sus fronteras y una política exterior común resultaron baldíos durante décadas.

La Unión Europea no es por el momento un jugador activo y determinante en la nueva repartición del mundo que los antiguos imperios protagonistas de la Guerra Fría pretenden decidir. Sorprende que a la hora de establecer su estrategia militar de lo primero que se hable es de aumentar el presupuesto sin especificar el destino de los nuevos recursos.

No existe un propósito compartido, ni un escenario concreto que determine el plan a seguir; ni la negociación pertinente para saber hasta qué punto los Estados Unidos están dispuestos a abandonarla a su suerte; ni un debate serio sobre el futuro de la Alianza Atlántica y su significado en el nuevo orden mundial.

Europa es sin lugar a dudas un ejemplo de convivencia y estabilidad basado en la reconciliación entre los principales combatientes de la guerra y el fortalecimiento de la democracia liberal. Un aumento del presupuesto de defensa de sus países es ahora necesario. Pero antes, o cuando menos simultáneamente, necesita definir los objetivos.

¿Consideran ya sus dirigentes que Rusia es un enemigo potencial, y puede ser tan real como se ha manifestado en Ucrania?. Si eso fuera así la amenaza no estaría solo junto a la ruinas del antiguo muro de Berlín. Aunque es comprensible la alarma que los países bálticos, Polonia o Rumanía perciben sobre la seguridad de su fronteras, el sur de Europa, significativamente España, puede ver su integridad territorial también amenazada en Ceuta y Melilla y hasta en el archipiélago canario. Para no mentar la amenaza a los países ribereños del Mediterráneo, por la presencia rusa en Libia y el Sahel, y la situación en Gaza.

En realidad no puede haber paz en Europa si no existe un pacto duradero y responsable con Rusia. En un reciente viaje a Ucrania escuché de los labios de un líder político que esta es la verdadera hora de Europa: puede ser la de su mayoría de edad, y convertirse en el bastión de las libertades democráticas; o quien sabe si la hora final si fracasa en sus planes estratégicos, los dicta sin aprobación de los gobiernos y parlamentos nacionales, y solo establece un acelerado rearme, antes de determinar lo que hay que hacer y cual debe ser el precio de esa decisión. En definitiva si el proyecto político de los Estados Unidos de Europa ha sido definitivamente enterrado. Eso sí, a la espera de que la Comisión consulte finalmente a los ciudadanos sobre cual debe ser el diámetro de los espárragos en lata.w



Fuente Clarin.com

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