“Nací en Italia, pero en Italia del sur. Mi pasión me llevó a un arte conectado a lo social, a una visceralidad que siempre he encontrado en los artistas latinoamericanos. Es una cuestión de urgencias y de contexto. Incluso cuando vivía en Italia y operaba en Europa era de los curadores de mi generación que más trabajaba con artistas de Latinoamérica”. Lo dice con énfasis, en diálogo con Ñ, Eugenio Viola, director artístico del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), primera sede de Bienalsur 2025, donde a fines de junio inauguró Laberintos de la memoria, una exposición curada en diálogo con Diana Wechsler.
Nacido en Nápoles, en los últimos 20 años Viola se ha destacado por su trabajo con artistas como Carlos Garaicoa, María José Galindo, Voluspa Jarpa y la argentina Amalia Pica, entre muchos. En el PAC de Milán, fue curador de Marina Abramovic. “Y ahora, mirando en retrospectiva, el sur para mí es un pensamiento meridiano, casi una vocación, una parte ineludible de mi destino”, agrega.
–Tu experiencia y tus ideas te acercan a los ejes de Bienalsur. ¿Cómo es ese vínculo?
–Me encanta que es una bienal democrática, abierta, rizomática, no jerárquica. Es una antibienal; una bienal que rompe las reglas. Una iniciativa necesaria para hablar del sur del mundo para el mundo. Cada edición es mayor la integración, la colaboración, hasta las últimas dos ediciones que tuvimos un ida y vuelta, con las exposiciones de Voluspa Jarpa, Silvia Rivas y Adriana Bustos, que hizo un proyecto sobre la colección del Museo. Ahora somos orgullosamente el primer país de Bienalsur 2025, con la exposición Laberintos de la memoria, que fue una conversación con Diana Wechsler.
–¿Cómo se integra esta exposición a la programación del MAMBO?
–Desde mi llegada al menos, en el Museo trabajamos sobre el concepto de ciclo expositivo, y todas las exposiciones están conectadas entre ellas; casi una exigencia museográfica que se vuelve conceptual porque el Museo es un monumento brutalista que Rogelio Salmona construyó como un homenaje a sí mismo. Trabajamos sobre tres círculos concéntricos: el contexto de Colombia, su presencia en el entorno latinoamericano y el resto del mundo. Sobre los colombianos, tenemos una relectura de un artista de larga trayectoria, Oscar Muñoz; a María Isabel Rueda, una de las artistas más visionarias de Colombia; y a Sair García, y este homenaje a los 10 años de Bienalsur, que se integra orgánicamente.
–¿Creés que la complejidad del concepto de laberinto nos ayuda a entender el presente?
–Absolutamente, sí. Y la memoria también, como dice el filósofo italiano Giorgio Agamben, es una mirada arqueológica al presente, para cuestionarlo. Esta puede ser una estrategia consciente, que usan muchos artistas que prefiero en mis elecciones curatoriales.
–Se me ocurría que habiendo nacido en Nápoles, tu historia se vincula con la obra de Sergio Vega.
–Sí, conozco bien a Sergio desde que yo era curador del museo MADRE allá en Nápoles y presenté su obra, que rodea la idea del modernismo tropical. Esta investigación quirúrgica que hace del vientre de Nápoles –como decía Matilde Serao–, con foco en estas características de porosidad de que hablaba Walter Benjamin, pero yo diría también ciudad palimpsesto según Georg Simmel, que centraron esta característica casi ontológica de la ciudad. Básicamente esta característica de ciudad liminal, como la última ciudad europea y la primera mediterránea. Una ciudad irreduciblemente anárquica.
Por eso yo puedo vivir en Bogotá y me siento tan cómodo aquí. Por esta anarquía creativa, esta entropía telúrica, porque Nápoles es una ciudad volcánica y cuando pareciera que colapsa todo, cuando todo se va a la mierda y pasa… un principio casi homeostático la mantiene. Acá se habla de milagro; allá también.