Cuando llegan las vacaciones de invierno, muchos argentinos piensan en escapadas a la montaña o a destinos fríos dentro del país. Pero hay quienes prefieren hacerle frente al invierno con mar. Y en Brasil, existe un pequeño paraíso que pocos turistas conocen: São Miguel dos Milagres, un pueblo escondido en el estado de Alagoas.
Lejos de los destinos más turísticos, este pueblito costero en Brasil sorprende por su tranquilidad, playas casi vírgenes, mar transparente y una oferta de actividades pensada para quienes buscan relajarse y desconectar.
A diferencia de otros destinos playeros de Brasil, São Miguel dos Milagres se mantiene alejado de las multitudes. Sus playas son extensas, limpias, tranquilas y casi desiertas, incluso en temporada alta.
La Praia do Patacho es una de las más recomendadas para practicar snorkel: sus aguas transparentes permiten ver peces tropicales y corales sin necesidad de sumergirse demasiado.
También es muy popular realizar paseos en jangada, una embarcación típica de la región que permite recorrer bancos de arena y piscinas naturales en medio del mar.
Otra opción muy buscada por los visitantes en este destino son los recorridos en buggy, que permiten explorar senderos costeros, descubrir otras playas escondidas y conectar con la naturaleza local sin estructuras artificiales que rompan el paisaje.
La propuesta de alojamiento en São Miguel dos Milagres tiene un encanto propio. Hay posadas familiares, rústicas y acogedoras, donde todo se maneja con calidez local, pero también hoteles boutique que ofrecen pileta, desayuno casero y habitaciones con vista al mar.
Lo interesante es que la mayoría de estas opciones están integradas al paisaje: no hay grandes edificaciones ni cadenas hoteleras que rompan con el espíritu tranquilo del lugar.
En cuanto a la gastronomía, este rincón del nordeste brasileño se luce con preparaciones típicas hechas con ingredientes frescos del mar. Los pescados, mariscos y platos tradicionales como la moqueca, un guiso de pescado con leche de coco, el baião de dois, arroz con porotos y carne seca, o los acarajés son parte del menú habitual.
Comer frente al mar, sin apuros ni ruidos, es una de las experiencias que más recuerdan quienes visitan este destino durante las vacaciones de invierno.