Se dio vuelta la taba del clima y es fantástico ver la reacción de los cultivos en la zona núcleo, que venía complicada. Recibió buenas lluvias y le cambió la cara a todos.

Los maíces tempranos están muy buenos, y los tardíos agarran el agua medio tarde pero salvan la ropa. Además se disipa el fantasma de la chicharrita. También zafó la soja de primera, y la de segunda –la más comprometida—tiene nueva vida. No habrá un cosechón, pero será una campaña razonable.

Esta reacción de la cosecha argentina impactó en Chicago. Ayer los precios bajaron un par de puntos y esto en alguna manera es una consecuencia del mejor panorama en estas pampas, revelando que todavía pesan en el mercado internacional. Veníamos perdiendo relevancia, frente a Estados Unidos y sobre todo Brasil, pero ahí estamos. Los contrarios también juegan. ¿Podemos hacer algo para recuperar el espacio perdido?

Sí, podemos. Y la buena noticia es que lo estamos haciendo. Ojo, el primer punto es equiparar las condiciones macro para regenerar competitividad. Esto es, básicamente, terminar con el flagelo de los derechos de exportación. Ya llegaremos, si se sigue presionando para terminar con ellos.

Mientras tanto, hay tareas internas, en particular para la cadena sojera, clave para el agro y para toda la economía. Sabemos que podemos ir mucho más allá de las 50 millones de toneladas que se instalaron como “techo” hace 15 años, mientras los competidores aumentaban la producción un 50%.

La oportunidad es aprovechar la tendencia de la demanda. La harina de soja, principal producto de la agroindustria que explica casi la mitad de las exportaciones del país, hasta ahora no logró diferenciarse de la de nuestros competidores. Esto lo notó hace algunos años un ejecutivo de Viterra, que posee la planta de crushing más grande del mundo en sociedad con otros potentes operadores internacionales.

Francisco García Mansilla (h), funcionario de la empresa, advirtió que cuando los clientes preguntaban sobre la huella de carbono de la harina de soja argentina, se respondía “la misma que Brasil”. Conocedor del paño, inmediatamente se dio cuenta que esto no podía ser nunca así: acá se hace todo en directa, sobre tierra que nunca tuvo que ser desmontada, que nadie gasta menos gasoil, que la producción tiene que viajar la cuarta parte que la de los Cerrados o la del Corn Belt, que las plantas de crushing son de última tecnología y escala, que la Hidrovía es una vena imponente, que ahora permite llegar con los buques adonde está la carga. Que nadie produce tantas toneladas por milímetro de agua caída sobre los cultivos.

Por supuesto, lo escucharon con interés. Pero también con escepticismo. Había que sostener todo eso con datos. Manos a la obra. Nació Igaris, una iniciativa que aglutinó a la misma Viterra con Bayer y el Banco de Galicia, todos involucrados en la iniciativa de reducir y medir la huella ambiental de la agricultura argentina.

La semana pasada, llegaron los datos. En un evento celebrado en el Sofitel Cardales, se presentaron los resultados de las emisiones de un millón de hectáreas que adhirieron al protocolo. Son casi 400 productores que midieron toda la data en 11.246 lotes. Se sorprendieron. El total de emisiones fue de 123 kg de equivalente carbono por tonelada producida. Es la décima parte de lo que ocurre en Brasil. Imponente. Sobre todo porque ahora esto está certificado, y nada menos que por Control Union, una entidad de origen suizo de enorme prestigio, liderada por David Lacroze y ahora conducida por sus hijos.

Nadie sabe todavía con certeza cómo se va a “monetizar” esta ventaja competitiva, pero desde Viterra se desliza que los clientes, a la hora de optar por un origen, a igualdad de precios piden la mercadería argentina. Más temprano que tarde, llegará el premio económico. Como sucedió con todos los productos que supimos diferenciar. Desde el maíz Flint, que recién se premió cuando pasamos al Dent. El girasol de alto oleico, la soja no GMO, etc.

En el agro hay un trasfondo de temor a estas cuestiones. Algunos creen que atrás del tema climático hay una confabulación comunista, que lo del calentamiento global es un invento de la izquierda para detener el desarrollo, etc. Más allá de la politización del tema, lo cierto es que “el señor cliente” compró la idea de la sustentabilidad y empieza a priorizarla. Una actitud es gritar “vienen todos a contramano”, como borracho en la autopista. Otra, es ver si no es uno el que se empaca. Te llevan puesto.

Por suerte, la vanguardia, estos 400 productores que estuvieron en el Sofitel Cardales, prefieren subirse a la autopista por el lado bueno.



Fuente Clarin.com

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